Desde que en la segunda década del siglo XV visitara el padre dominico Vicente Ferrer la villa de Oriola, y que, al encontrase cerca del río Segura, pronunciara la sentencia atribuida tradicionalmente al mismo, “ese lobo se comerá a la oveja”, en clara referencia a las avenidas que se producirían a lo largo de los siglos; han sido muchas las ocasiones en que las aguas han invadido y anegado la ciudad y la huerta de Orihuela.
Esta situación se ha repetido a lo largo de la historia y en su recuerdo, tal vez, para oficializarlas, han sido bautizadas con el santo del día. De esta forma, la que acaece en 1651 recibió el nombre de San Calixto; de Santa Teresa, en 1879; de San Andrés, en 1916. E incluso, dejando a un lado lo celestial, otras veces han sido calificadas por algún motivo especial, como la de Franco, en 1946; y más recientemente la de la DANA que acaeció en septiembre de este pasado año, en que ´el lobo` materialmente devoro a ´oveja`.
«Han sido muchas las ocasiones en que las aguas han invadido y anegado la ciudad y la huerta de Orihuela»
La alerta de 1805
Sin embargo, en los albores de siglo XIX se produce una avenida que, a tenor del santoral, tal vez deberíamos denominarla como de Santa Isabel de Hungría o de San Gregorio de Tours, por haberse producido el 17 de noviembre de 1805.
En la madrugada de ese día, el vecindario se puso en alerta ante el nivel que alcanzaba el río Segura debido a las lluvias que habían azotado la zona, dando lugar a que se celebrara un cabildo extraordinario del Ayuntamiento a primeras horas de la mañana, con objeto de adoptar la medidas necesarias para evitar que las aguas salieran de su cauce y se derramaran por toda la huerta, lo que podría ocasionar la pérdida de las simientes de granos que acababan de sembrarse, así como para impedir la ruina de algunas partes de edificios en el centro de la población, tal como había sucedido otras veces.
«En la de 1805, como en otras ocasiones, se recurrió a la intervención divina a través de Ntra. Sra. de Monserrate»
Recurriendo a la intervención divina
En esa ocasión, las autoridades municipales, al frente de las cuales estaba el brigadier de los Reales Ejércitos, Juan de La Carte, gobernador militar y político, desde el primer momento adoptaron algunas medidas bajo la dirección de los diputados de Justicia. Pero, a las once de la mañana, en vista de que no descendía de nivel y al haberse roto las motas, algunas zonas de la huerta se habían anegado.
Al ser alarmante la altura que alcanzaban por el centro de la ciudad, llegando a cubrir el ojo del Puente Viejo o de Poniente, que era el único que facilitaba el tránsito de los vecinos, se decidió tapar los albellones y otros conductos que aliviaban las aguas de lluvia y que desaguaban en el cauce. Medida ésta que resultó insuficiente pues, por el incremento de las aguas, éstas comenzaron a inundar algunas calles dejándolas intransitables, aumentando el peligro para los habitantes.
A la vista de todo ello, como en otras ocasiones, y ante el temor de males mayores, se recurrió a la intervención divina a través de Ntra. Sra. de Monserrate. A tal efecto se acordó sacar su imagen en rogativa y llevar a cabo la tradicional costumbre de arrojar su ramo a las aguas para que éstas decrecieran, ceremonia que se efectuó desde la galería del palacio episcopal.
A las siete de la tarde volvió a reunirse el Ayuntamiento en cabildo extraordinario, el cual, ante el hecho de encontrarse muchas calles anegadas, acordó que el oficio de alarifes, con sus operarios y herramientas, acudiese a aquellos lugares donde fuera necesario.
Viviendas arruinadas
Al día siguiente, 18 de noviembre, las noticias comenzaban a ser, en parte, halagüeñas, al comprobar que, aunque las aguas habían alcanzado un nivel nunca experimentado, éstas comenzaban a descender y no se había producido ninguna desgracia personal.
Sin embargo, desde las siete de la mañana habían comenzado a arruinarse en la margen derecha algunas casas de las calles de la Mancebería y del Molino, y en la margen izquierda, en las del Río y Mayor. Si bien en las tres primeras existían viviendas de familias modestas, en la cuarta, además del palacio episcopal, se encontraban comercios y casas de familias nobles y de personas más acomodadas, localizando entre ellas la del marqués de Campo Salinas lindera con la residencia episcopal, las de Pascual Ruiz, Tomás Soler, y las de Pedro y José Grech.
Desalojos
Sin haber dado pruebas aparentes de ruina, precipitadamente sucedió el deterioro de muchas casas, a pesar de no aparecer señales exteriores de inseguridad. Ante esta situación, se giró inspección de los edificios de dichas calles, tras lo cual se aconsejó a los vecinos que las desalojasen y que utilizaran las habitaciones que dieran al río, así como que sacasen todos los efectos existentes en las mismas.
Así mismo, se prohibió el tránsito desde la casa de Tomás Soler hasta el palacio episcopal (exclusive), debiendo circular desde la calle Mayor a la calle de la Feria por el callejón de Mirón (hoy Capitán Grifol).
La última medida, adoptada en el cabildo citado, fue la de divulgar, a través de un bando, todas las recomendaciones dadas por los prácticos, amenazando a los que hicieran caso omiso con una multa de 200 libras. Lo cual debió suceder, ya que el 9 de diciembre de 1805 se les conminó a que las llevaran a efecto, y en caso contrario serían multados.