El Molí del Real, aceña harinera del XVIII (de siembra islámica), patentiza el alma de esta metrópoli de 326 km² y 232.517 habitantes en 2019. Lo acentúan dos caudales: uno natural, el río Vinalopó, y otro obra del ser humano, la Acequia Mayor del embalse (desde 1910, antes tomaba sus aguas gracias a una presa de derivación), compactados algunos márgenes por el hoy autóctono chopo ilicitano, pese a proceder del suroeste asiático (‘álamo del Eúfrates’).
Fue propiedad particular hasta que en 1957 lo adquiere el consistorio, y uno de los muchos que orillaron la Acequia (siglo X, Califato Omeya, con bifurcaciones por la feraz huerta ilicitana), que servirán también para las ‘almàsseres’ (almazaras) que surtirán de aceite al municipio y moverán telares mecanizados para fabricar calzado, evolución de las manufactureras ‘espardenyes’ (alpargatas).
Hijos del Vinalopó (81 kilómetros), que tras nacer en la sierra Mariola se remansa cerca de Elche (pantano visitable, como la Casa del Pantanero, la de Riegos, parte de la Acequia, la antigua Fábrica de Harinas o el azud), y que quiere la leyenda que se tragó aquí al cartaginés Amílcar Barca (aprox. 275 a.C.-228 a.C.), quien en plena batalla se creyó capaz de cruzarlo a caballo. Historiadores hay que localizan el deceso en la albaceteña Elche de la Sierra, cuestión de caudales, pero olvidan que el Vinalopó, como en 1793, 1982 o 2008, genio tiene.
La ciudad de los muchos nombres
Elche afloró a la orilla norte del río, más arriba del asentamiento neolítico, el hoy museo de La Alcudia, que en el V a.C. será la colonia íbera de Ílici, Iulia Illice para los romanos (quizá Helike para los cartagineses), que acuña moneda propia y se comunica vía calzada con Játiva y Cartagena. Y de cuyas entrañas surge la Dama de Elche (V y IV a.C.). Con los árabes, se codeó más con el Vinalopó, buscando emplazamiento definitivo y los nombres de Elche, Elx o, para los filólogos, Elig.
Pero no quería imitar a Amílcar, hasta que se construyó, sobre una antigua ermita, el convento de San José (1561-1835), hoy frente al CEU Cardenal Herrera (centro universitario complementado con la UNED, junto al palmeral principal) y asumiendo la Biblioteca Pedro Ibarra y una iglesia. Necesitaba un puente. Hinca su primera piedra en 1705, para comenzar la expansión sur.
Un racimo de puentes
Tiempos de viaductos: Santa Teresa o de la Mare de Dèu (1756), Pont de Ferro (1883), Canalejas (1910, guarda en sus entrañas dos pergaminos donde el arqueólogo Pedro Ibarra, 1858-1934, testimonia su construcción), Altamira (1975), Generalitat (1995) o el colgante del Bimillenari (2000).
Al norte, un Elche con palacetes burgueses del pasado siglo punteando la calle Corredora (sirvió para carreras de caballos); o el Palacio de Altamira (desde el XIII), parte del Museo Arqueológico y de un legado que incluye la Torre de la Calahorra (XII-XIII, junto al almudín, donde pesaban harina y almacenaban cereal) o baños árabes bajo el convento de Santa Lucía, desde 1835 de las Clarisas. El Museo de la Fiesta (1997), con la ermita de San Sebastián (siglo XV, gótico catalán); el Ayuntamiento, cuya Torre del Consell fue consistorio más veterano de la Comunidad; la Torre de Calendura y Calendureta, que golpean las campanas para dar las horas; el Museo Paleontológico (2004); y el Museo de Arte Contemporáneo (1980, en un edificio de 1655 que fue universidad), impulsado, entre otros, por el artista plástico Sixto Marco (1916-2002).
Un Elche con dos Patrimonios de la Humanidad (2000 y 2001). Uno botánico: unas 300.000 palmeras (resisten bien el agua salmaya, como los azofaifos) regalan un toque de oasis muslime, aunque quizá la datilera llega antes, con los fenicios, para extenderse: Parque del Palmeral; Huerto del Cura, con la de 8 brazos que visitó la emperatriz Sissí en 1894; El Xocolater, del Gat, de Baix…
Otro, musical, resuena desde las entrañas de la basílica de Santa María (1672-1784, fachada barroca), edificada sobre restos góticos: allí se representa el Misteri d’Elx, drama sacro-lírico del XV que recrea cada 14 y 15 de agosto Dormición, Asunción y Coronación de la Virgen María; y desde lo alto de la torre se dispara el 13 de agosto la ‘palmera de la Virgen’, fuegos artificiales que rubrican la Nit de l’Albà.
Y una rica gastronomía: arroz con costra (al horno: arroz, conejo, butifarra y huevo) y su alquimia: ni seco ni aceitoso. Y ‘putxero amb tarongetes’ (cocido con pelotas), arroz con conejo y caracoles, de verduras, de cebolla y bacalao, almojábenas, ‘fogasetas’ (monas), dátiles, granadas. De una huerta que también produce alcachofas, tomates, guisantes, algodón, cítricos o almendras.
Al otro lado
El ‘monumento’ al otro lado continúa siendo, en la plaza de España, la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús (1952), a la que el arquitecto Antonio Serrano (1907-1968) dotó de planta de cruz griega con bóveda bizantina en su crucero.
Pero otro recorrido, con la avenida de la Libertad como espinar, nos lleva hasta la plaza de Barcelona, con mercado y, adjunto, centro social que fue sede de la UNED. Si volvemos a la avenida visitaremos la cosmopolita plaza de las Chimeneas o dels Algeps (de los Yesos) a partir de la antigua yesería Román (años treinta). Más adentro, parte del antiguo barrio obrero de Sagrada Familia (1959): casas de planta baja y piso, adosadas y con patio interior.
Elche se extiende también hasta el sur de Santa Pola con terrenos ganados a la marisma y chalets ostentosos. Y el zoológico Río Safari. Más al sur, en el litoral, El Pinet, con repoblación forestal para frenar la duna móvil. Hay más naturaleza: El Hondo (lagunas con carrizos y juncos, cercetas pardillas y garzas, y el pez fartet), con Crevillente; y con Santa Pola, el Clot de Galvany (refugios de la Guerra Civil y terrazas agrícolas: pinos, olivos, algarrobos, cantueso, tomillo, romero y lavanda) y Las Salinas (flamencos). Y playas junto a Santa Pola y Guardamar. Hijos más o menos lejanos del Vinalopó y una acequia.