Con el mes de marzo llegó, casi sin avisar, el encierro de todo un país. Un confinamiento en el que se ha pasado muy por encima de las consecuencias que, a medio y largo plazo, puede traer parejas para los más pequeños.
Ahora, tras tres meses sin apenas poder salir de casa, los niños se enfrentan a un verano, su periodo de vacaciones más largo e intenso, completamente atípico y en el que, pese a que han recuperado, como todos, la posibilidad de salir a la calle, muchas opciones de ocio siguen siendo inexistentes o, en el mejor de los casos, muy diferentes a como han venido siendo en la normalidad anterior.
Muchos padres sentirán la tentación de dedicar el verano a reforzar todas aquellas materias que hayan podido quedar más flojas a lo largo del curso escolar. Otros, por el contrario, optarán por alejar a los niños de los escritorios y hacerles aprovechar los juegos en el exterior.
«Los niños han vivido un cambio muy fuerte: han dejado de ir a clase, han dejado de socializar…» L. Fernández
Sin tiempo para asimilar
Para ayudarnos a comprender mejor cómo están viviendo esta situación y cómo afrontarla en los próximos dos meses, Laura Fernández, pedagoga en el Centro Despierta de Benidorm, especializado en altas capacidades y desarrollo de talento, se remonta al principio de toda esta locura.
“Todo lo relativo a la covid-19 llegó de repente. En realidad, no tuvimos tiempo de asimilar lo que estaba por venir. Lo hemos ido haciendo a medida que nos hemos visto confinados en casa. Los niños han vivido un cambio muy fuerte: han dejado de ir a clase, han dejado de socializar… se tuvieron que meter en una habitación para hacer sus horas lectivas”.
Cambio de sensaciones
Fernández recuerda ahora que “días antes del confinamiento, cuando ya se empezaba a hablar de este tema, hablaba con los niños y me decían que si no tenían que ir a clase iban a ser como unas vacaciones. Lo que ocurre es que cuando ya se hizo realidad el confinamiento y pude tener algunas sesiones online, ellos me decían que era un horror”.
La travesía de este desierto coronavírico fue especialmente complicada para “los niños de 5º o 6º, porque se les estaba cargando de forma exagerada con deberes. Daba la sensación de que mandaban más que cuando estaban dando clase presencial. En ese momento, los niños comenzaron a sentirse muy saturados, algo a lo que hubo que sumar el hecho de estar encerrados entre cuatro paredes. Ellos necesitan también socializar. El proceso de aprendizaje no es sólo impartir contenidos teóricos, sino que abarca mucho más. Ese fue el gran problema”.
Capacidad de comprensión
Desde el punto de vista profesional de Fernández, estas semanas coronavíricas han servido para demostrar que, pese a su corta edad, muchos niños han sabido comprender la situación con un enorme grado de madurez. “Creo que han entendido la situación bastante bien. Muchas veces, ante niños pequeños, pensamos ‘¿cómo le puedo explicar esto a mi hijo para que lo entienda?’. Pues a menudo las cosas son más sencillas de lo que parecen”.
“Ellos tienen mucha capacidad para entender lo que les ha pasado”, asegura, aunque reconoce que “es verdad que en los días previos al confinamiento percibí cierta sensación de miedo en algunos niños, porque veían que había gente muriendo”.
Tal y como recuerda Laura Fernández este confinamiento ha provocado que “los padres se han visto en la situación de tener que ejercer el papel de profesor con sus hijos. Han visto cómo hay que afrontar esto. Yo he atendido a muchos padres que se encontraban muy agobiados porque tenían que teletrabajar, cuidar sus hijos y, además, explicar parte de los contenidos escolares”.
Un paso atrás
Y todo ello, no ha hecho más que obligar a la comunidad educativa a dar un paso atrás después de haber comenzado a explorar una nueva metodología de enseñanza. “La educación se basa mucho en la transmisión de contenidos teóricos, algo que, por fortuna, está cambiando y ya se usan otras metodologías”, explica Fernández.
Sin embargo, “el problema es que el confinamiento ha supuesto un paso atrás en ese campo, ya que se ha potenciado esa transmisión de contenidos teóricos. Insisto que, cuando hablo con los niños, veo que lo que echan de menos es socializar y juntarse con los profesores y sus compañeros. En otras palabras, volver a un sistema de enseñanza más basado en las experiencias y en lo práctico”.
«Tienen que salir, experimentar, jugar, … es lo que necesitan los niños y es lo que están pidiendo a gritos» L. Fernández
Salir al aire libre
Y con todos estos elementos de juicio, llega la gran pregunta. ¿Qué hacer este verano con los niños? ¿Reforzar el estudio después de un curso tan anormal? ¿Fomentar actividades de socialización y juego? Cada una tiene sus pros y sus contras –incluso obviando una cuestión tan fundamental como las nuevas normas de seguridad sanitaria–.
Fernández reconoce que “de cara al verano, pensemos que puede ser bueno que los niños tengan una rutina, ciertos días a la semana, de hacer un pequeño repaso de la forma más dinámica posible. Pero, por favor, que socialicen. Tienen que salir, jugar, experimentar… es lo que necesitan y es lo que están pidiendo a gritos”.
«Lo que se tiene que hacer este verano es, fundamentalmente, lo mismo que cualquier otro año»
En resumen, “creo que lo que se tiene que hacer este verano es, fundamentalmente, lo mismo que cualquier otro año. Los niños no pueden estar todo el verano sin hacer nada, por lo que es bueno hacer un repaso de los contenidos aprendidos a lo largo del año, pero, repito porque es muy importante, de la forma más dinámica posible. Después de tres meses, no podemos volver a encerrarlos a hacer actividades muy sistémicas”.