Navegar o darse un tranquilo baño por las aguas marítimas, sin otra preocupación que no quemarse demasiado la piel bajo el sol, es un lujo que los alicantinos de antaño no podían permitirse tan fácilmente como en la actualidad. Hablamos de la época en los que nuestras costas estaban continuamente expuestas a unas visitas nada gentiles.
Eran tiempos de piratas y corsarios. Hombres venidos desde distintos puntos del Mediterráneo que no tenían reparo alguno en robar, secuestrar o matar. Durante muchas décadas sembraron auténtico terror en estas tierras, y la lucha contra ellos tardaría siglos en ganarse. Si bien se llevaron incontables vidas y bienes materiales, estos bandidos del mar también forman parte de nuestra historia. De hecho todavía hoy encontramos numerosos recuerdos de sus fechorías a lo largo de nuestro litoral.
Modus operandi
Para empezar, hay que dejar clara la diferencia entre un pirata y un corsario. Los primeros simplemente eran grupos de ladrones que se dedicaban a saquear para su propio beneficio. Los segundos hacían lo mismo pero de manera ‘oficial’, es decir, habiendo sido contratados por algún país mediante una patente de corso para robar a otro país enemigo y repartirse el botín.
Aunque algunas películas nos lleven a pensar lo contrario, normalmente su modus operandi no consistía en abordar otro barco en alta mar. Era mucho más sencillo para ellos acercarse a la costa y entrar por sorpresa en los hogares. Solían secuestrar vecinos por los que luego pedían un rescate o vendían como esclavos. También animales y cosas de valor. Nunca objetos demasiado grandes, pues la idea era realizar un golpe lo más rápido posible con botines fáciles de transportar.
La isla de Tabarca se convirtió en un cuartel general de operaciones para los piratas
Tabarca y San Juan, objetivos piratas
Ya durante el Imperio Romano hay constancia de ataques piratas sobre la antigua Lucentum. También se cree que los vikingos se pasaron alguna vez por aquí con aviesas intenciones. Pero fue al final de la Edad Media cuando la piratería se multiplicó.
En aquel entonces Alicante se encontraba casi totalmente desprotegida ante los ataques por mar, por lo que se convirtió en un auténtico chollo para estos maleantes. Algunos de los piratas más famosos que atemorizaron nuestras costas fueron el otomano Hızır bin Yakup (más conocido como ‘Barbarroja’) o su socio Targut Reis (conocido como Dragut).
Aquellos saqueadores incluso llegaron a convertir Tabarca (por aquel entonces conocida como Isla Plana) en una auténtica isla pirata. Establecieron aquí una especie de ‘cuartel de operaciones’ desde el cual planeaban sus ataques y luego encerraban a los prisioneros para negociar un rescate por ellos.
La mayoría de los piratas solían atacar por la zona de San Juan, pues en la huerta era donde más víveres se podían robar y quedaba lejos de la influencia del Castillo de Santa Bárbara (el punto desde donde mejor se podía vigilar el mar). Acostumbraban a aprovechar el buen tiempo del verano para realizar estos saqueos.
Se edificaron numerosas torres de vigilancia en la Huerta de Alicante para prevenir los ataques
Sistema defensivo
Por fin, hacia mediados del siglo XVI, las autoridades políticas de la época escucharon las constantes súplicas de los alicantinos e impulsaron un sistema anti-pirateo que fuera realmente efectivo.
De esta época datan la mayor parte de las torres de la Huerta de Alicante, que aún siguen existiendo. Entre ellas también se establecieron puestos de vigilancia, con la idea de que cada vigía tuviera contacto visual con al menos otros dos compañeros (uno al norte y otro al sur).
Los vigías prendían fuegos para avisar a los vecinos de la llegada de buques piratas
En caso de que fuera percibido un barco pirata en el horizonte, los vigilantes prendían fuegos a modo de advertencia. Así tanto vecinos como soldados se preparaban para hacerles frente. La presencia militar en la costa también fue reforzada e incluso se creó una milicia de civiles. Para fomentar que la gente se comprometiera, todo aquel que se apuntara a esta milicia gozaba de algunas exenciones fiscales.
Fin de la piratería
Aún con todos estos refuerzos defensivos, las batallas contra los piratas ni mucho menos se ganaron en un día. Fueron muchos años de encarnizados combates contra estos saqueadores, hasta que poco a poco se fueron percatando de que ya no les salía tan a cuenta atacar las costas alicantinas.
La Isla Plana tardó incluso más décadas en recuperarse. El problema de las ocupaciones no se solucionó del todo hasta el siglo XVIII, cuando las autoridades optaron con repoblarla con habitantes de la isla tunecina de Tabarka. Así dejó de ser por fin un paraíso para los piratas, y desde entonces cambiaría su nombre a Nueva Tabarca.
El jaque mate final del Reino de España a la piratería llegó con diversos ataques navales contra algunos asentamientos piratas en el norte de África. Precisamente en uno de ellos la Armada Española partió desde el Puerto de Alicante en dirección a Orán. Corría el año 1732.
Costó, pero los piratas fueron vencidos. No sin antes, eso sí, haber causado innumerables estragos entre la población alicantina. Si bien tampoco sería correcto ponernos totalmente de ‘santos’ en esta historia, pues nos consta que hubo algunos alicantinos que también se pasaron a esta moda del pirateo. De hecho el Reino de España dio varias patentes de corso a personas de Alicante para atacar objetivos franceses durante las épocas de conflictos políticos con el país galo.