Tal como señala la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), la situación de confinamiento durante el estado de alarma –coincidiendo con la fase más grave de expansión de la COVID-19– ha supuesto para la mayoría de la población un largo periodo de baja exposición solar. Con una primavera prácticamente vista desde casa y con exposiciones solares incluso más bajas que las habituales durante el periodo invernal, el confinamiento ha frenado los procesos de síntesis de melanina, así como de hiperqueratosis –engrosamiento de la capa externa de la piel, que está compuesta de queratina– e hiperplasia epidérmica –aumento del número de células de la piel– como respuesta gradual de aclimatación lumínica. Ello hace que la piel sea más sensible a la radiación ultravioleta.
¿La justificación científica? Nuestro sistema pigmentario está aún en periodo invernal. “En invierno, nuestro cuerpo produce melanina de forma progresiva hasta la llegada de la primavera y crea así nuestra fotoprotección natural –indican desde el Grupo de Fotobiología de la AEDV–. Además de la protección solar intrínseca de cada raza –mayor en la raza negra que en la caucásica–, durante los meses de primavera, debido al aumento del índice ultravioleta, nuestro cuerpo reacciona produciendo melanina y desensibilizándose frente a la radiación solar. Este año, la población, al haber estado confinada, no ha experimentado esa desensibilización progresiva o esa fabricación de melanina que siempre había tenido”. Por ello, el riesgo de que en esta temporada estival se produzcan más casos de fotodermatosis –reacciones alérgicas al sol– o quemaduras es mayor. “Estamos constatando muchas personas con quemaduras por pequeñas exposiciones solares que en años anteriores no les habían creado ni siquiera un pequeño enrojecimiento”, apunta a MUY Tomás Muret, vocal nacional de Dermofarmacia del Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos (CGCOF).
Aunque se suele decir que la piel tiene memoria, los expertos recuerdan, ahora que nos adentramos en la época de mayor exposición al sol, que el órgano que nos recubre también debe ir adaptándose a la nueva normalidad. A su nueva normalidad. En este sentido, querer recuperar las horas de sol perdidas sería contraproducente. “Siempre es un error buscar un bronceado rápido, pero este año es todavía más peligroso”, apunta Muret. Así las cosas, la vuelta a la exposición solar directa deberá afrontarse de forma progresiva, gradual y responsable. Además de las sempiternas recomendaciones a seguir para una adecuada fotoprotección –vestir ropa adecuada, usar gafas de sol, reforzar la dieta con alimentos ricos en vitamina D, hidratarse correctamente, aplicar un fotoprotector solar adecuado al fototipo de cada persona, etc.–, este año el uso de productos de protección para la COVID-19 exige una serie de medidas adicionales a sumar. Por ejemplo, tal como se recuerda desde el Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos, también es necesario usar protección solar en la piel cubierta por la mascarilla.
Alberto Cornejo