Genetista y biotecnólogo, Lluís Montoliu es investigador en el Centro Nacional de Biotecnología del CSIC (CNB-CSIC) y también uno de los mayores expertos en tecnologías CRISPR, una especie de tijeras moleculares capaces de editar genes a voluntad. En medio de la pandemia, Montoliu y otros investigadores se propusieron utilizar estas herramientas para atacar al genoma del SARs-CoV-2 y evitar así su propagación. Si con su estrategia logran que el coronavirus desaparezca o disminuya en cultivos celulares, empezarían a experimentar con animales para, finalmente, llevar a cabo ensayos clínicos con personas. “Pero hay que ir paso a paso”, afirma Montoliu, que insiste en que en la ciencia no sirven las prisas.
Además de investigar, este científico es un entusiasta divulgador. En esta última faceta, las restricciones impuestas por la crisis sanitaria le han obligado a explorar el potencial de las redes sociales e innovar con nuevos formatos, como vídeos caseros en Youtube. Montoliu, que también preside el Comité de Ética del CSIC, apela a la responsabilidad de la comunidad científica en combatir bulos relacionados con la pandemia de Covid-19 y rechaza cualquier duda respecto a los tratamientos y vacunas que sean aprobados.
PREGUNTA: ¿Cómo puede aplicarse la genética a la lucha contra el coronavirus?
Respuesta: Hace unos años empecé a utilizar las técnicas más novedosas en genética, las herramientas CRISPR de edición de genes, que fueron descubiertas por el microbiólogo Francis Mojica, de la Universidad de Alicante. Cuando irrumpió la pandemia, me dije: “¿Hay algún modo de aplicar este conocimiento para luchar contra la Covid?” Hallamos una manera. Entre la infinidad de herramientas CRISPR, hay una que utiliza una nucleasa específica, la Cas13d, capaz de cortar ARN [en lugar de ADN, como la mayoría de sistemas CRISPR]. El ARN, que es la molécula intermediaria entre el ADN y la proteína, también es el genoma del coronavirus SARs-CoV-2. El objetivo es llevar dentro de las células infectadas por coronavirus la herramienta Cas13d para que, con unas guías específicas de ARN, se aparee con el genoma del SARs-CoV-2, lo corte, lo inactive y el virus deje de replicarse. Para esto era necesario colaborar con otros investigadores. Esta es una de las cosas positivas que ha traído la pandemia.
P: ¿La colaboración?
R: Sí, la multidisciplinariedad. Para poner en marcha el proyecto necesitábamos alguien experto en virus, y nos pusimos en contacto con Dolores Rodríguez, viróloga del CNB-CSIC. Aunque llevamos 23 años trabajando en el mismo departamento, nunca habíamos colaborado directamente. La tercera pata del proyecto viene del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo, donde trabaja Miguel Ángel Moreno, especialista en CRISPR-Cas13. Los tres planteamos un proyecto que fue seleccionado y está financiado por la Plataforma de Salud Global del CSIC. Pero tenemos que ir poco a poco. Primero hay que validar que la propuesta funciona con otros virus parecidos al SARs-CoV-2 con los que es más fácil trabajar. Una vez verificada la hipótesis, nos lanzaríamos a experimentar con el coronavirus en laboratorios de nivel 3 de seguridad.
P: ¿En qué fase estáis en estos momentos?
R: Empezamos el proyecto en junio. Propusimos el uso de tres virus distintos, el coronavirus sería el tercero. Antes vamos a utilizar otros dos que también tienen el genoma de ARN, lo que permite la misma aproximación tecnológica, pero en laboratorios de nivel 2 de bioseguridad. Allí es mucho más sencillo hacer todas las pruebas necesarias para saber qué cantidades de guía, proteína, célula, virus, etc., necesitamos para trasladar este sistema CRISPR a células infectadas por coronavirus y ver que baja la carga viral. Estamos trabajando con el primer virus, en cuanto lo comprobemos pasamos al segundo, que ya se parece más al SARs-CoV-2.
P: ¿Cuánto puede durar todo el proceso hasta llegar al ensayo clínico con humanos?
R: Yo me daría por satisfecho si con el proyecto que nos han financiado, que se centra en la parte celular y dura un año, validamos nuestra hipótesis. Así podríamos solicitar financiación para hacer lo mismo con animales. Esto llevaría como mínimo otro año, luego no podríamos pensar en ensayos clínicos con personas hasta 2022 o 2023. Por mucho que queramos correr, yo suelo decir: “Investígame despacio, que tengo prisa”. En casos como el de la hidroxicloroquina se ha corrido tanto que los fármacos no funcionaban y ha habido que recular. Mejor ir paso a paso.
P: Ahora parece que lo más inmediato son las vacunas que podrían llegar a España a comienzos del próximo año. El presidente del Gobierno anunció el 24 de noviembre que, en el primer semestre de 2021, parte de la población sería vacunada en los centros de atención primaria.
R. Hay que esperar a que las vacunas sean autorizadas. Estas semanas hemos asistido a una guerra de cifras sobre la eficacia de cada vacuna por parte de las empresas que las desarrollan. Hay que valorar en su justa medida esas informaciones. Anuncian resultados muy esperanzadores, pero tienen que concretarse en datos científicos. Anticipar una fecha es una noticia que puede tener aspectos políticos, económicos o sociales, pero no tiene nada que ver con la ciencia. Toda la información debe ser examinada por las autoridades reguladoras, la Agencia Europea del Medicamento y la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, que dirán si podemos usar una vacuna. Una vez aprobada, hablaremos de fechas, planes de vacunación o lo que toque y, como dijo el presidente del Gobierno, intentaremos que la mayoría de la población se vacune.
P: Algunas encuestas reflejan que una parte de la población es reticente a vacunarse.
R: Con todas estas batallas, falsas polémicas y negacionistas que no se creen los efectos del coronavirus, según el CIS, un porcentaje importante de la población española rechaza vacunarse. Es un sinsentido, pero habrá que hacer algo. Tendremos que explicar bien –sobre todo quienes trabajan en vacunas– y predicar con el ejemplo. Yo no tengo ninguna duda sobre una vacuna que esté aprobada por las autoridades correspondientes; por supuesto que me la pondría, esto hay que decirlo con claridad. Las voces de científicos y personal sanitario van a ser muy importantes. El otro día escuché en televisión a un médico de un gran hospital de Madrid que dijo que él no se pondría la vacuna en estos momentos; eso no se puede decir.
P: Al apelar a su responsabilidad a la hora de transmitir la seguridad de las vacunas, ha introducido el tema de la divulgación. Ese compromiso con divulgar la ciencia, ¿pasaría ahora también por contrarrestar toda esa cantidad de informaciones falsas?
R: Sí, sí, hay que contrarrestar eso. Pero quiero ser muy claro: hay que divulgar desde el conocimiento y la especialización. Yo soy experto en genética y, aunque sé bastante de vacunas, no soy un especialista en este campo. Deben ser personas realmente expertas quienes lleven la voz cantante, el resto les apoyaremos. Cuando toquemos temas de genética, yo saldré a primera línea a defender lo que sea preciso. Es importante que quien vaya a la radio o la televisión sepa responder cualquier pregunta. Ahí está la diferencia entre quienes nos dedicamos a investigar, y además divulgamos, y los comunicadores, que pueden hablar de todo, y traducen a la opinión pública cualquier tema, sea de estrellas, vacunas o nutrición.
P: Durante el primer confinamiento desplegaste nuevas estrategias de divulgación, como una serie de vídeos en Youtube en los que utilizabas piezas de lego para explicar conceptos de genética o incluso el uso de las herramientas CRISPR para atacar al coronavirus. Esta situación excepcional, ¿te ha llevado a aguzar el ingenio a la hora de divulgar?
R: Para mí la pandemia ha supuesto un cambio brutal. Hasta el 14 de marzo yo daba 3 o 4 conferencias por semana en España y otros países. Desde entonces, cero viajes. De repente, mi capacidad de divulgar, que se basaba en acudir a los sitios, se cayó. También se cancelaron las visitas que tenía programadas a institutos de educación secundaria de varias comunidades autónomas. Hicimos cursos acelerados de videoconferencias y empecé a grabar webinars y a usar Youtube. Luego pensé en cómo acercar a más gente estos temas complejos sobre genética de una forma sencilla y entretenida. Busqué en mi casa juguetes y encontré el juego de construcciones Tente, a base de piezas que son ladrillitos de colores que te permiten construir lo que quieras. Y también explicar genética. Con la ayuda de estas piezas realicé 10 vídeos caseros que han tenido muy buena acogida. En ellos explico desde cómo se hace una prueba PCR, a cómo funcionan las CRISPR, la herencia de las mutaciones o las leyes de Mendel.
P: Es una forma de divulgar distinta a la tradicional, más basada en dar conferencias o escribir libros de divulgación como los que tú mismo has publicado. ¿Qué ventajas e inconvenientes tienen las redes sociales como canales de comunicación?
R: No soy un youtuber, sino un investigador que además divulga. Pero los vídeos me han permitido llegar a muchas más personas de las que asistirían a mis charlas. Al final una sala da para lo que da, mientras que subes un vídeo a Youtube y de repente superas las 50.000 visualizaciones. ¡Nunca había llegado a esa cantidad de gente! Muchas personas consumen habitualmente este tipo de vídeos y te piden más. También me gusta la radio; desde hace más de un año colaboro con A hombros de gigantes, en RNE. Es sensacional que, con independencia de a qué hora se emita un programa, quedan los podcasts, cuyo consumo ha aumentado muchísimo. Eso sí, en la radio solo tienes 2 o 3 minutos para responder una pregunta. Cuando necesito explicar más extensamente una idea, prefiero escribir en diferentes blogs y diarios. Si sumas todos esos canales, puedes llegar a un gran número de personas. Yo intento que cada uno de mis mensajes se difunda por todas las redes en las que estoy: Twitter, Facebook, Linkedin, Instagram y Youtube. Tenemos que estar ahí, donde está la sociedad.
P: Además de su mayor impacto cuantitativo, ¿dirías que una ventaja de las redes sociales sería la posibilidad de tener un feedback del público?
R: Sí. Estos meses he recibido muchos mensajes. Entablas diálogos con mucha gente que incluso te pregunta en privado. La red en la que me encuentro más cómodo es Twitter; me parece excelente para quienes nos dedicamos a la investigación y la divulgación. Yo he sustituido Twitter por la consulta de bases biográficas de artículos científicos, porque si sigues a las revistas y laboratorios que te interesan, te enteras antes por esta vía que si consultas sus publicaciones. Ahora, cuando publicas un artículo, lo comentas en las redes, vinculas a la gente que quieres y surge una conversación e incluso colaboraciones. A veces un colega te escribe y te dice: “He visto que estás haciendo esto y yo hago algo parecido, ¿hacemos algo en común?”
P: Resulta paradójico que las redes sociales, los mismos canales que potencian bulos, desinformación y ruido, bien utilizadas sean una oportunidad para todo lo contrario.
R: Sí. Colegas a los que les digo que tienen que estar en las redes me contestan que no porque quieren evitar polémicas. Pero dos no discuten si uno no quiere. Yo nunca entro en polémicas estériles, no me interesa ni tengo tiempo. Con respecto a los bulos y noticias falsas, tengo una sensación encontrada. A menudo prefiero ni comentarlos porque lo contrario es darles pábulo. Cuando empiezas a tener un número importante de seguidores, no sabes si todos van a entender que estás criticando algo; a veces la gente no lee el primer mensaje y eso da lugar a malentendidos. Además, hay buenas iniciativas como Malditas o Newtral, con quienes colaboro. Cuando les llega una información cuestionable, nos preguntan y después crean un artículo que desmonta el bulo con argumentos científicos.
P: Al hablar sobre la divulgación en el contexto de la pandemia y la preocupación que suscita, alguna vez ha afirmado que hay que hacer partícipe a la sociedad de las soluciones que se vayan encontrando y los pasos que se vayan dando desde la ciencia, para que no suceda lo mismo que con el debate de los transgénicos. ¿A qué se refieres exactamente?
R: Lo que sucedió en los años 90 con los organismos transgénicos fue una lección. Supusimos que aquello era un beneficio tan evidente que no hacía falta explicarlo. Craso error; cuando tú no hablas de un tema, alguien habla por ti. Se creó un grupo opuesto con una motivación totalmente distinta a la científica (con los años supimos que había intereses económicos y un gran mercado detrás de los productos ecológicos no transgénicos). La batalla era: transgénicos, ¿malos o buenos? Eso no puede suceder. Después, ante casos similares, sí hemos actuado. Por ejemplo, en 2016 lanzamos desde la COSCE y con participación del CSIC el Acuerdo por la Transparencia en Experimentación Animal y desactivamos la polémica de los animalistas. Dijimos: “No hay nada que ocultar, pasen y vean, entren en nuestros animalarios, pregunten lo que quieran”. En 4 años se han sumado muchas instituciones y somos un ejemplo en Europa. No se trata de convencer a la población, sino de darle la información científicamente rigurosa y que cada cual decida. Con la Covid debe suceder algo así. Dentro de 3 meses, quizá nuestro proyecto con CRISPR y Covid se tope con un obstáculo insalvable y haya que cambiar de enfoque. Así es la ciencia, así funciona el método científico: planteamos una hipótesis, la validamos experimentalmente y si no, hay que ir a otra propuesta. A medida que se cierran caminos, vamos encontrando la vía de progresar.
P: Volvamos a su área de investigación. A raíz de esta crisis y de lo que se avance en el conocimiento de estas técnicas de edición de genes para luchar contra el SARs-COV-2, ¿cuál puede ser el papel de la genética en posibles pandemias futuras?
R: La genética va a tener efectos en dos vertientes. Por un lado, respecto a los patógenos en sí. Ahora estamos hablando del coronavirus SARs-COV-2, pero podría tratarse de la gripe o cualquier otro virus de ADN o de ARN. Todo lo que tenga un fundamento genético puede atacarse con las herramientas CRISPR. Por otro lado, la genética desde el punto de vista de los seres humanos. No todas las personas que se infectan desarrollan la Covid; no todas las que la desarrollan acaban necesitando cuidados intensivos; y no todas las que entran en cuidados intensivos acaban falleciendo. La explicación no es la suerte, sino nuestra diversa constitución genética. Por eso varios proyectos tratan de encontrar esas variantes genéticas que nos predisponen o que nos protegen frente a la Covid. La genética ha venido para quedarse y lo que aprendamos durante esta pandemia nos servirá para otras futuras.
P: La genética aplicada tanto para descifrar el material genético de diversos virus como la propia variabilidad genética de los seres humanos.
R: Exactamente. Y en este último punto quiero señalar que dentro de la palabra genética está la ética. Eso significa que todo lo que hagamos ha de respetar una serie de principios de bioética y de legislaciones. No todo es posible. Hay quienes dicen que en ciencia todo es posible y que no son necesarias las leyes. No estoy de acuerdo. La ciencia, como cualquier otra actividad de la sociedad, debe tener un marco regulatorio. En el CSIC existe un código deontológico que nos dicta lo que podemos y no podemos hacer, y un Comité de Ética que supervisa que los proyectos de investigación se desarrollan conforme a la legislación. Si alguien rompe esta integridad científica, lo analizamos para que se adopten las acciones adecuadas.
P: Desde tu faceta de investigador, ¿cuáles serán los principales retos en la gestión de la pandemia los próximos meses?
R: Desde el punto de vista científico, los retos son clarísimos. Cualquier enfermedad que nos acecha, sobre todo las infecciosas, o bien la prevenimos o bien la tratamos, y si es posible hacemos ambas cosas. Prevenir significa impedir que aquellas personas que no han sufrido la enfermedad la desarrollen; para eso vamos a necesitar vacunas. Y tratar significa que aquellas personas que no hayan llegado a tiempo de vacunarse o para las que las vacunas no hayan sido efectivas puedan curarse. Estos son los retos y ya hay un montón de tratamientos y vacunas en marcha. Aunque solo hablemos de 4 o 5, en realidad hay más de 200 prototipos de vacunas que irán llegando poco a poco. Las primeras que usemos pueden no ser las mejores.
P: ¿Y qué retos plantea la pandemia desde el punto de vista de la divulgación?
R: El reto es trasladar todo esto a la sociedad con honestidad, sin vender humo. No tenemos aún tratamientos muy efectivos. Y respecto a las vacunas, necesitamos investigar más. Para conocer sus efectos a 12 meses habrá que esperar 12 meses, eso hay que explicarlo. Por eso en la fase clínica –la fase 4– se sigue tomando nota de todo lo que les ocurre a las personas tratadas y vacunadas. Si aparecen resultados inesperados a los 6, 8 o 10 meses, habrá que atajar el tratamiento, administrarlo de otra forma, modificar la dosis… Debemos divulgar todo esto, y aquí en España también será necesario reforzar la credibilidad de las autoridades, que pueden haber perdido crédito con tantos vaivenes. La Agencia Europea del Medicamento o la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios son instituciones muy serias, no podemos ponerlas en duda. Tenemos que echar el resto en explicar su labor y decir que cuando autoricen una vacuna, hay que confiar en ellas.
P: Es hora de divulgar también para devolver el crédito a las instituciones…
R: Exactamente. Ante ejemplos tan desastrosos como los de los presidentes de EEUU y Brasil, negacionistas que se oponen al más mínimo sentido común, parece que se extiende la idea de que a estas personas que no cumplen las normas les va bien. No es así; en EEUU suman ya 265.000 muertos y más de 13 millones de infectados. Esto hay que explicarlo. Cuando se aprueben vacunas y tratamientos será porque son eficaces y, sobre todo, seguros.
Mónica Lara del Vigo / CSIC Cultura Científica