Entrevista > Ricardo Avendaño / Artista multidisciplinar (Albacete, 1957)
Tan idealista y soñador como ese otro ‘hombre de La Mancha’, Ricardo Avendaño empezó a crear cuando aún era un chaval en Albacete. Polifacético y curioso a más no poder y con un gran sentido del humor, o de la seriedad según proceda, sus obras se nutren de las muchas vivencias que ha tenido.
Su periplo artístico comenzó en Valencia en la Escuela de Artes y Oficios y Bellas Artes. Realizó murales y escultura pública en Albacete y Almansa. Pintó en París, Bélgica, Holanda, Finlandia, Grecia y Marruecos. Posteriormente se asentó definitivamente en Altea y viajó a Costa Rica, Nicaragua y Panamá durante dos años. La labor de su obra, un lugar en la antología de pintores de Rubí Sanz y su presencia en numerosas exposiciones, desde Berlín a Costa Rica, completan su historia hasta hoy.
Te encuentras realizando un proyecto que presentaréis en el concurso ‘El regreso de las gárgolas’. ¿Qué nos puedes adelantar acerca de tu propuesta?
El concurso nace de la iniciativa del taller de Enrique Lecuona y en colaboración con el ayuntamiento de Altea. Se lo propuse a mis dos colegas Felipe Álvarez y Pep Muñoz y creamos el taller Zervical para llevar a cabo una idea consensuada de gárgola, una gamba gigantesca, realmente monstruosa y complicada técnicamente hablando.
Los animales fabulosos aparecen en el arte religioso de la Edad Media como imágenes del submundo demoníaco, siempre subordinados a las imágenes angélicas. Pero en realidad nacen para evitar que el agua contactara con los muros de piedra para evitar su deterioro y evacuar el agua de los tejados.
«Las cosas más importantes de la vida no tienen ninguna trascendencia a nivel general ni rentabilidad económica»
Afirmas que tus obras se nutren de las muchas vivencias que has tenido, fuesen reales o ‘patafísicas’. ¿De qué forma? ¿Cómo planteas el grado de abstracción o figuración en tus obras?
La pintura más que un oficio es una manera de vivir. Las experiencias vitales conforman mi manera de enfrentarla. El declararme ‘patafísico’ es una consecuencia lógica, puesto que para mí las cosas más importantes de la vida no tienen ninguna trascendencia a nivel general ni rentabilidad económica. Lo cual me sitúa de entrada frente a los prebostes del arte, que a estas alturas se ha convertido en refugio de dinero negro y en una entelequia en la que los artistas son meros amanuenses de los poderes circundantes que los manejan.
Siempre empiezo una obra con conceptos abstractos y ella misma me va indicando el camino. La figuración casi siempre suele ser comestible.
«Lo imprevisible siempre conlleva emoción creativa»
Has realizado proyectos muy variados en óleo, escultura, acuarelas, collages, dibujo… ¿Es la experimentación parte de tu esencia?
Sin experimentación no existe el arte. Me han interesado todas las disciplinas que señalas porque en todas ellas encuentro espacio para experimentar y lo imprevisible siempre conlleva emoción creativa. Lo previsible no pasa de ser un ejercicio de artesanía y lo más presumible por ejemplo es el hiperrealismo, que no requiere riesgos y por eso es tan apreciado, cuando en realidad solo es una práctica de virtuosismo en busca del aplauso fácil.
Les animo a intentarlo para desmitificarlo. El arte no es ordenado, es pura entropía, y a él sólo se llega a través de la intuición, como ya dijo mi apreciado Vasily Kandinsky.
¿Cuáles son los referentes artísticos que más han ido marcando tu trayectoria?
Soy muy ecléctico en ese aspecto. Mis primeras visitas al Museo del Prado de jovencito me llevaron a sufrir el síndrome de Stendhal. Tal era, y sigue siendo, mi admiración por Ribera, Velázquez, Goya, El Bosco… El acervo pictórico de nuestros ancestros, como en cualquier disciplina artística, lo asumimos naturalmente sus aprendices.
Aunque Da Vinci, como gran experimentador, y Camile Claudel, como maravillosa escultora y en contraposición al machismo imperante en el arte, representado en este caso por Rodin, son dos de mis artistas preferidos. La Bauhaus siempre ha sido otra referencia, por ser lo que más se aproxima a mi ideal de lo que debe ser el arte como función pública y ejemplo de trabajo artístico multidisciplinar.
Si tuvieras que presentar tu extensa colección, ¿qué obras son las que más destacas y por qué?
No sabría decirte, quizás un dibujo a color que ya no existe y que hice sobre la pared de mi habitación de un enorme molino de viento, cuando tenía cinco años. O unos grabados al aguafuerte que hice en la Fundación Rodriguez Acosta de Granada y me permitieron ir a la Bienal de grabado europeo en Vaasa en Finlandia.
También un enorme lienzo que viaja conmigo desde hace veinticinco años y que nunca he acabado, pero sigo pintando en él: ‘El rapto de Europa’. Todas las obras que he realizado son un enorme puzle que nunca terminaré.
«La conversión al mundo digital me produce muchas dudas»
¿El arte goza de buena salud a día de hoy? ¿Qué opinión te merece el tránsito hacia el mundo digital?
El Arte tiene la salud de la sociedad que lo acoge y los artistas que lo crean. Somos hijos del tiempo que nos ha tocado vivir, y siempre hemos sido víctimas de los especuladores de turno: el Estado, la Iglesia, los galeristas o las multinacionales. En vida nos ningunean y nos tratan muy a menudo como forajidos, somos bastante incómodos y más valiosos muertos que vivos.
La conversión al mundo digital me produce muchas dudas, por la naturaleza de las empresas que controlan dicho entorno. No podemos olvidarnos del artista solitario, romántico, condenado al fracaso.
Un manchego viviendo en Altea… ¿Cómo acabaste en esta preciosa Villa Blanca y qué te atrapó de ella?
Fue por casualidad, hace años, después de un fuerte desagravio amoroso. Vine de Al-Basit a casa de mi buen amigo Juan Gómez, a la sazón director de Les Rotes. Allí tenía como vecinos a Just Cuadrado, a Miró y a Thor, gran acuarelista sueco. Aún vivían aquí Antonio Gades, Pepa Flores, Vainica Doble, etcétera. Fue un descubrimiento maravilloso y me integré con bastante naturalidad.