Había mucha inquietud en el mundo (y ha sido un tema muy viral en redes sociales) desde que se supo que se desconocía cuándo y dónde aterrizaría el cohete chino fuera de control a su regreso a la Tierra. Según la Oficina de Ingeniería Espacial Tripulada de China, el cohete de 30 metros de largo Long March 5B realizó la reentrada en la atmósfera a 72.47º este, 2.65º norte , situándolo a unos 300 kilómetros al suroeste de Malé, la capital de Maldivas, pero sin provocar daños materiales o humanos.
La posibilidad era pequeña, pero existente
Afortunadamente, los restos del cohete chino que regresaban a toda velocidad hacia la Tierra se estrellaron contra el océano Índico, aliviando la preocupación mundial de que cayeran en un área habitada. Aunque la posibilidad era bastante pequeña, era un escenario plausible que los escombros cayeran sobre áreas habitadas, pues el aterrizaje en aguas oceánicas se basó en el azar más que en una buena gestión.
Satélites, cohetes y trozos de basura espacial regresan a la Tierra con frecuencia. Sin embargo, los que pesan menos de 10 toneladas se consideran seguros, ya que se queman en la atmósfera. Este caso en particular era reseñable porque la etapa del cohete pesaba aproximadamente 23 toneladas.
La mayor parte del cohete, uno de los elementos más grandes en décadas en tener una inmersión no dirigida a la atmósfera, aterrizaron en el océano Índico.
El programa espacial chino se ha enfrentado, tras esto, a numerosas críticas. El hecho de que la reentrada haya sido totalmente incontrolada no ha pasado desapercibido por muchas naciones, como Estados Unidos, quien el administrador de la NASA, Bill Nelson, ha afirmado que: “Está claro que China no está cumpliendo con los estándares responsables con respecto a sus desechos espaciales. Es fundamental que China y todas las naciones y entidades comerciales con viajes espaciales actúen de manera responsable y transparente en el espacio para garantizar la seguridad, la estabilidad y la sostenibilidad a largo plazo de las actividades espaciales”.
China lanzó el Long March 5B a finales del mes de abril como parte de su ambicioso proyecto para crear su propia estación espacial, que se llamará Tiangong y que convertirá en el alojamiento de tres tripulantes de forma permanente.
El cohete se utilizó para lanzar el primer módulo de la Estación Espacial y están planificados casi una docena de lanzamientos más durante los próximos 18 meses hasta que la estación Tiangong esté operativa a finales de 2022, por lo que quizá debamos acostumbrarnos a estar atentos a los desechos espaciales; sobre todo teniendo en cuenta que el hecho de que los restos del cohete hayan caído fuera de control no ha sido un evento imprevisto. China decidió no encender el motor del cohete para que pudiera salirse de la órbita y aterrizar en un área desocupada. Lo más insólito es que no es la primera vez que esto ocurre. Para la mayoría de expertos, como Jonathan McDowell, astrofísico del Centro Harvard-Smithsonian de Astrofísica, es una acción “imprudente”.
Con la mayor parte de la superficie de la Tierra cubierta por agua, las probabilidades de que golpeara un área poblada de tierra eran bajas y las de lesiones aún menores, pero la incertidumbre sobre la descomposición orbital del cohete y la incapacidad de China de emitir garantías sólidas hasta el reingreso del cohete, no hicieron sino alimentar la ansiedad general.
«Las naciones con viajes espaciales deben minimizar los riesgos para las personas y las propiedades en la Tierra de la reentrada de objetos espaciales y maximizar la transparencia con respecto a esas operaciones», concluyó Nelson.
Sarah Romero