El verano de 1766 fue bastante calentito en Crevillent, y no precisamente porque las temperaturas fueran altas (en realidad esto lo desconocemos pues todavía no había registros). Más bien lo que ocurrió fue el estallido de una gran revuelta popular contra los señores feudales que dominaban la agricultura y, por ende, la economía local.
Se cumplen ahora 255 años de estos hechos que, sin duda, marcaron la entrada de nuestro municipio en la Edad Contemporánea. Una de aquellas veces en las que el pueblo unido consiguió acabar con los injustos privilegios de los que disfrutaban unos pocos. Fue el fin de una época y el comienzo de otra.
Motín en Madrid
El origen de los hechos hay que situarlo el 23 de marzo de 1766 en Madrid. Aquel día se produjo en la capital del Reino el llamado ‘Motín de Esquilache’, una sublevación contra el ministro Leopoldo de Gregorio (el Marqués de Esquilache).
Normalmente la historiografía dice que el motivo del enfado general contra Esquilache fue que siendo extranjero (italiano) no se le ocurrió idea mejor que prohibir unas vestimentas tan entonces típicamente españolas como eran la capa larga y el sombrero chambergo.
Es evidente que esta impopular medida no le ayudó demasiado, pero lo cierto es que Madrid sufría una dura carestía de alimentos desde hacía ya meses. De hecho, el precio del pan se había duplicado en cinco años.
Posibles instigadores
Se organizó entonces una manifestación que tuvo un enorme seguimiento. Las fuentes hablan de que hacia una cuarta parte de la población madrileña salió a las calles, e incluso el propio rey Carlos III pensó que los exaltados podían llegar a atentar contra él. Así pues, el asustado monarca calmó al pueblo cesando al ministro Esquilache y garantizando víveres para todos.
Dicen que fueron los jesuitas, el Duque de Alba y algunos otros nobles quienes realmente instigaron la revuelta en la sombra para cargarse a su enemigo político común que era Esquilache.
La revuelta supuso la abolición de muchos de los abusos señoriales
La revuelta se extiende
Fuera como fuera, lo cierto es que aquello fue interpretado en el resto de España como un éxito popular de los madrileños. Por ello las revueltas se extendieron por muchas otras zonas del país.
Eso sí, dado que en aquel momento no existían ni de lejos los medios de comunicación actuales, las noticias solían llegar semanas después y bastante distorsionadas. Así que no fue ni mucho menos una sublevación organizada y unitaria, sino más bien cada zona hizo la revuelta en su propio momento y por sus propias razones.
En la zona del Bajo Vinalopó los ánimos populares estaban bastante caldeados contra los señores feudales, por sus habituales abusos esclavistas contra los jornaleros que cultivaban sus tierras.
En Crevillent
Se sabe que las primeras revueltas en la comarca ocurrieron en Elche sobre principios de abril. El día 20 de este mes varios campesinos crevillentinos también se negaron a seguir trabajando y caminaron hasta el ayuntamiento al grito de “¡Viva el Rey y abajo el mal Gobierno!”. Ésta era una clara alusión a Francisco Ponce de León (el Duque de Arcos), principal señor feudal de Crevillent.
Precisamente el Duque de Arcos había estado en Madrid durante el Motín de Esquilache, y en un consejo real llegó a proponer el uso de la violencia represiva contra los amotinados. El Rey Carlos III se negó a ello, abriendo un cisma entre ambos y deteriorando todavía más la reputación popular del citado noble.
El Rey Carlos III retiró su apoyo al señor feudal de Crevillent, que acabó siendo arrestado
El noble se queda solo
Los sublevados crevillentinos llamaron al cese de la actividad laboral en todo el pueblo (lo que hoy llamaríamos una huelga general) colgando incluso agresivos carteles en los comercios que rezaban: “Tiendas se han de quitar, y al que arrancare estos papeles las manos se le han de cortar”.
El alcalde y el vicealcalde de Crevillent también se unieron a los amotinados
Sobra decir que no fueron precisamente días pacíficos para el municipio. Se quemaron casas y se vivieron escenas violentas. Parece ser que incluso el alcalde y vicealcalde crevillentinos (José Fuentes y Antonio Sánchez) se unieron al motín, ya fuera por voluntad propia o tal vez por miedo a sufrir también represalias de la muchedumbre enfurecida.
Los actos violentos fueron intermitentes pero duraron al menos hasta principios de agosto. Ante la situación que se estaba viviendo en todo el país, el Rey Carlos III decidió retirar su apoyo a los nobles en la mayoría de los sitios. No le costó demasiado desde luego en el caso del Duque de Arcos, con quien ya había tenido sus desavenencias pocos meses antes en Madrid como hemos contado.
Así el monarca logró hacer suya esta revuelta, que cada vez corría más riesgo de escapársele de las manos. Cuando las tropas reales llegaron a la comarca, lejos de combatir contra los amotinados, fueron directamente a arrestar al Duque de Arcos. Éste resistió algunos días gracias a varios hombres leales confinado en el Castillo de Santa Pola, hasta que acabó capitulando.
Una nueva época
Con el abusador fuera de combate, muchos de los abusos desaparecieron y Crevillent empezó a dejar por fin atrás el Antiguo Régimen. Se suele considerar este episodio como el inicio de la recuperación del pueblo, luego de una larga época de decadencia provocada por la expulsión de los moriscos en 1609, que constituían dos tercios de la población de la localidad.
Aún con todo, el triunfo de esta revolución no salió gratis a los agricultores amotinados. Cuando la calma regresó a todo el país, Carlos III dejó de mostrarse tan magnánimo y buscó represaliar a los culpables. En Crevillent se celebraron juicios contra algunos de los participantes de la revuelta. Y la consecuencia más evidente para España es que los jesuitas acabarían siendo expulsados al año siguiente.