La pandemia de covid-19 ha hecho aflorar las desigualdades sociales. La propia geografía urbana ha influido en la transmisión de la enfermedad. “No todos los barrios se contagian por igual”, sostiene Alberto Corsín Jiménez, antropólogo del CSIC, que dirige un proyecto de epidemiología urbana para mostrar cómo las desigualdades en la ciudad de Madrid han intensificado o atenuado el azote de la covid-19. “Hay una serie de determinantes sociales: por clase, por género, por etnia o por condiciones socioeconómicas que modulan la exposición a la enfermedad y los contagios”, argumenta. Su proyecto también investiga cómo la pandemia ha modificado nuestros hábitos urbanos, en particular el surgimiento de redes informales de solidaridad.
Corsín Jiménez, investigador en antropología social y cultural en el Instituto de Lenguas, Literatura y Antropología del CSIC, dirige el proyecto Epidemiología Urbana de la Covid, financiado por el fondo Recupera y enmarcado en la Plataforma Salud Global del CSIC. Nombrado nuevo miembro del equipo editorial de la revista Cultural Anthropology, referente internacional en estudios antropológicos, Corsín Jiménez destaca la necesidad de implicar a las ciencias sociales en el análisis de la covid-19, bajo la idea de que a través de la interdisciplinariedad se podrá conocer el alcance de las transformaciones sociales originadas por la pandemia.
¿Cómo se puede medir el impacto desigual de la covid en la ciudad?
El punto de partida es lo que hemos llamado la epidemiología urbana de la covid-19. La epidemiología urbana tendría dos patas: una pata de epidemiología social que es entender cómo la geografía de la ciudad afecta a la forma de viajar de la enfermedad. No todos los barrios se infectan igual. Hay una serie de determinantes sociales: por clase, por género, por etnia o por condiciones socioeconómicas que modulan la exposición a la enfermedad y los contagios. La otra pata es lo que llamamos la informalidad urbana, es decir, el hecho de que la covid no solo ha tenido un impacto en salud, sino que también ha impactado nuestra relación con la ciudad.
Un ejemplo es el surgimiento de redes solidarias.
Así es. Se ha visto que en las comunidades más vulnerables ha habido un fortalecimiento de las redes solidarias. Ya en abril del año pasado, el Ayuntamiento de Madrid realizaba una encuesta telefónica y el 61,9 % admitió haber recibido ayuda de otro domicilio, ya sea con la compra, con los cuidados, etc. Es lo que llamamos la informalidad urbana para entender cómo ha ocurrido y cómo se solapa con la primera parte. Además, una cosa que nos gusta destacar a los investigadores del proyecto, que somos Manuel Franco, epidemiólogo de la Universidad de Alcalá de Henares y yo, es esta sinergia entre medicina, salud pública, epidemiología y antropología urbana.
¿Cómo estructurarán la ciudad para medir las diferencias sociales?
En principio vamos a dividir la ciudad en tres grupos poblacionales que serían, a grandes rasgos, lo que conocemos como clases altas, medias y bajas. Me gustaría subrayar que lo estamos describiendo de forma muy coloquial, ya que el tema de las clases sociales es muy complejo. Después se trata de encontrar dos distritos para cada una de esas clases. Tendríamos entonces seis distritos, dos por estrato. Para atender la primera pata de la que hablamos, los determinantes sociales de salud, vamos a investigar una serie de correlaciones estadísticas, es decir, vamos a tomar los datos de contagio, de fallecimientos o de hospitalizaciones y contrastarlos con distintos tipos de indicadores socioeconómicos para cada uno de esos seis distritos. Esta primera parte sería más cuantitativa.
¿En qué consistirá la parte cualitativa?
Vamos a emplear la etnografía, pateando la calle, como se dice coloquialmente. Durante 9 meses vamos a hacer entrevistas, dinámicas de grupo y observación participante en las comunidades de base que se activaron: parroquias, bancos de alimentos, asociaciones de vecinos, colectivos activistas… De este modo esperamos recoger una información más cualitativa que quizás nos permita descubrir una suerte de ciudad invisible dentro de la ciudad, una serie de procesos informales relacionados con la solidaridad, el tejido vecinal o el parentesco, que han modulado las respuestas de distintos barrios durante la pandemia.
¿Qué respuestas esperan encontrar?
Por ejemplo, volviendo a la encuesta del Ayuntamiento de Madrid, para el 82% de las personas que trabajaban por cuenta ajena, durante el confinamiento, su forma de trabajar cambió. De esa muestra, casi 60% empezó a teletrabajar. De los trabajadores por cuenta propia, es decir, los autónomos, también el 80% admitió un cambio en su manera de trabajar. La mitad, el 52%, cesaron su actividad. Entonces sabemos que hubo una disrupción tremenda en los modos de trabajar, algunos teletrabajando y otros cesando la actividad. ¿De dónde empieza a haber ingresos? Es muy probable que en algunos barrios se activaran redes de apoyo mutuo, ya sean clásicas como redes de alimentos en supermercados y parroquias; o ya sean otras más informales como gentes cocinándose unos para otros, cuidando hijos o dependientes, etc. Dependiendo del tipo de información que obtengamos, a través de la etnografía, podemos enriquecer los datos sobre determinantes sociales de salud con información más procesual y dinámica.
¿Qué conclusiones pretende alcanzar el proyecto?
Soy muy cauto a la hora de hablar de conclusiones. Hasta cierto punto, investigamos justamente porque preferimos no anticipar resultados. De todos modos, diría que hay dos dimensiones o preguntas que guían nuestra investigación: la primera es confirmar que la pandemia no nos afecta a todos por igual, y que esas diferencias son injusticias de salud, ya que afectan más a quien menos tiene. Dicho con otras palabras: hay determinantes sociales de salud que tienen un anclaje urbano. Y, sin embargo, aun sabiendo que la pandemia no iba a afectar a todos por igual, las políticas públicas no han estado a la altura porque han sido poco diseñadas para trabajar con finura esa escala, la escala de las desigualdades. Por otra parte, nos interesan esas redes de informalidad de las que hablaba antes, las distintas maneras en que la gente respondió, con improvisación, informalidad y creatividad colectiva, a las exigencias del confinamiento y las cuarentenas. En el fondo, la conclusión que prevemos es que la epidemia ha sido atajada con políticas públicas, no te digo que insuficientes, pero sí mal diseñadas porque no atendían ni a la parte cuantitativa de los determinantes sociales de salud ni a la parte informal o cualitativa de cómo la ciudad estaba transformándose.
Ya en diciembre de 2020 seis asociaciones científicas reivindicaban la presencia de las ciencias sociales en la gestión de la pandemia ¿Cómo habrían ayudado?
No hay mayor error que imaginarse que uno sabe lo que es una sociedad, invocar la figura de la sociedad como objeto. Cuando tienes la idea que la sociedad es algo que está ahí fuera, sobre la que se puede legislar, ya esa idea es perniciosa porque estás exteriorizando la sociedad como si fuera un átomo. La sociedad no es una cosa que está ahí fuera, la sociedad somos nosotros, la sociedad es pura transformación. La única manera de intentar navegar esos procesos de transformación es de la mano de los distintos colectivos y grupos que participan en ellos. Y eso justo es lo que hacemos desde las ciencias sociales: acercarnos y acompañar esos momentos y situaciones de conflicto, perplejidad, desposesión, duelo, etc.
Disciplinas como la geografía y la demografía ayudan a entender el alcance de esa transformación.
Por supuesto. A mí me interesan especialmente las ciudades. La geografía nos ayuda a entender cómo van cambiando los lugares y los tiempos que organizan nuestros movimientos en las ciudades. Por otro lado, la demografía nos abre los ojos a las dinámicas poblacionales (edad, composición étnica, de género o nivel socio-económico) que van dando forma a un barrio o una ciudad. Y todo eso está cambiando. Está cambiando cómo la gente entiende a otros en términos de igualdad, de género, de discriminación. Entonces creer que un volcán, como ha sido la pandemia, puede ser controlado solo con herramientas clínicas o tocando los botones de la economía, sin meterte en el proceso de transformación, es un error.
¿El tejido social español está preparado para afrontar crisis como la covid-19?
No creo que exista eso que llamamos la sociedad española o el tejido social español. Son invocaciones grandilocuentes que nos invitan a creer que deben existir grandes soluciones para nuestros grandes problemas. Me inclino por una mirada más parcial, situada y granular. Y desde esta perspectiva podemos decir que los cambios sociales son muy lentos. Estoy seguro que una mayoría de historiadores o científicas sociales coincidirían conmigo si digo que es muy raro, salvo acontecimientos extraordinarios, que veamos un cambio repentino en nuestros modos de vida. Ahora bien, sí te puedo decir que, si bien responder este tipo de preguntas es difícil, más difícil es hacerlo si no se financia esa investigación. De hecho, nuestro proyecto está arrancando ahora, tras 16 meses de pandemia, y no hace un año, que es cuando más provechoso hubiera sido.
Algunos cambios que ha traído la pandemia parece que se asientan, como el teletrabajo.
Es casi hacer futurología, pero es probable que el teletrabajo haya llegado para quedarse. Y eso cambia no solo el ámbito de las relaciones laborales sino también la morfología de las ciudades. Por ejemplo, en San Francisco se empiezan a ver miles de metros cuadrados vacíos, de oficinas que ya no se usan, y eso produce un cambio, no te digo en los precios, que también, sino un cambio en la morfología de las ciudades. Esas cosas tardan mucho en verse, pero es muy probable que poco a poco vayan cuajando.
¿La distribución urbana influye en las desigualdades sociales?
Completamente. Porque lo que mencionas como distribución urbana, para un antropólogo urbano como yo, podríamos pensarlo como una ecuación de espacio y tiempo; es decir, cuánto tiempo pasas en unos u otros espacios de la ciudad. Si antes pasabas ocho horas en una oficina, ahora esas ocho horas las pasas en casa, y eso reequilibra la geografía de la ciudad. El espacio y el tiempo cambian los flujos poblacionales de cómo la gente se mueve por la ciudad, las necesidades de ir deprisa o despacio, de ir atosigados o con calma. Apenas se ha podido estudiar, pero seguramente se están produciendo cambios en esas distribuciones de espacio y tiempo: gente que antes hacía la compra los sábados porque no les daba la vida con el trabajo y los niños, y ahora han cambiado sus hábitos. Hacen un comercio de mayor proximidad, más frecuente, en locales más cercanos, que abren nuevas posibilidades a economías de la confianza, como el pago a plazos, etc. O, al contrario: gente que ha tenido que buscarse tiendas más baratas o que participa de cestas colectivas, etc. Ya sé que estos ejemplos parecen muy poca cosa, pero cuando los sumas, es justamente así como cambian las ciudades.
Usted habla de un urbanismo libre como ejemplo de una ciudad solidaria. ¿Cómo se conseguiría?
Para que una ciudad sea justa y solidaria necesita que las políticas públicas atiendan a criterios de justicia social, equidad y redistribución. Por ejemplo, una cosa que hemos visto durante la pandemia es que la primera trinchera han sido los centros de atención primaria. Si tenemos un buen sistema de atención comunitaria estaremos mejor preparados porque, a 5 o 10 minutos de casa, tendré un interlocutor sanitario. Si en vez de eso apostamos por macro hospitales a los que la única manera de llegar es en coche, y tardo 40 minutos, pues es otro concepto de justicia en salud. Por otro lado, en relación a lo que yo llamo urbanismo libre, creo que debemos apreciar que la ciudad está llena de saberes y que no siempre los expertos son los que más conocen una ciudad. La pandemia ha sido un buen ejemplo de ello. A veces son los ciudadanos los que primero detectan un problema y primero se activan para resolverlo. Por eso, yo creo que hay que diseñar políticas públicas de la mano de los ciudadanos, porque entienden mejor los problemas. Entonces, yo te diría las dos cosas: una que la filosofía de las grandes políticas públicas sea una filosofía de justicia social; y dos, que las políticas públicas sean más cercanas, incluso diseñadas de la mano de los ciudadanos.
¿Las redes de solidaridad son una respuesta estructural o coyuntural?
Diría que las dos cosas. Es coyuntural en la medida que, si se las asfixia, las redes de solidaridad se apagan. Por ejemplo, ha habido restaurantes o tiendas que durante el confinamiento se reinventaron como cocinas solidarias que daban comida a personas sin hogar y personas que se quedaron sin ingresos. Pues esas tiendas reinventadas, el Ayuntamiento las cerró. Muy probablemente motivado por la normativa de seguridad alimentaria o de salida de humos, pero claro, al final nos topamos con una administración con poca capacidad de imaginación y maniobra. Al final, las políticas sociales creo que tienen que ser respuestas acomodadas a los problemas que tenemos y no por doctrina, por dogma o por fe.
Por último, ¿cómo se consigue legislar de la mano del ciudadano?
Desde los años 60 del siglo pasado, la herramienta clásica para legislar con el ciudadano es la llamada participación ciudadana. A lo largo de estos años las herramientas y las apuestas de las administraciones por la participación ciudadana han ido cambiando: de los presupuestos participativos a las asambleas ciudadanas o las elecciones de representantes participativos por sorteo. Sin embargo, desde las ciencias sociales lo que hemos comprobado es que las expresiones mejor articuladas y más agudas de derechos ciudadanos han venido siempre de la mano de los movimientos sociales. Desde los movimientos por los derechos civiles de los colectivos afroamericanos y LGBTIQ en los años 60, pasando por el movimiento vecinal en las ciudades españolas durante el tardofranquismo, han sido siempre los movimientos sociales los que han dado forma a la expresión más rotunda y plena de lo que significa participar. Hoy lo vemos en los movimientos por el cambio climático. Entonces, ¿qué tienen que hacer las administraciones? Me parece perfecto que sigan experimentando con sorteos, asambleas o presupuestos participativos, pero en el fondo lo que tienen que hacer es muy sencillo y es escuchar a los movimientos sociales porque, históricamente, sus demandas son las que mejor leen las condiciones de nuestro presente.
Alejandro Parrilla / CSIC Comunicación