Seguramente si escuchamos las palabras ‘ganadería española’ no se nos vendrá a la cabeza la provincia de Alicante. Tal vez pensemos en las vacas lecheras de Asturias, los cerdos ibéricos de Extremadura, las cabras montesas de Andalucía, etc.
No obstante, por nuestras tierras también abundan los ganaderos, la mayoría de los cuales defienden un oficio heredado de sus padres y abuelos. Hemos querido hablar con algunos de ellos para conocer su situación actual en plena pandemia, así como el futuro que le ven a una profesión tan antigua como fundamental para nuestra sociedad.
La caída en la hostelería
En los años 70, un joven murciano emigrado a Alicante llamado Rosendo Navarro quiso meterse en el mundo de la ganadería. Comenzó como ‘entrador’ en el matadero municipal y más adelante abrió una explotación propia en San Vicente. Hoy en día, la Ganadería Navarro Pérez se ubica en Fontcalent y está regentada por sus hijos.
“Tenemos cerca de 1200 ovejas y vendemos en nuestra propia carnicería para que no nos tiren abajo los precios”, nos explica Encarni Navarro, hija del fundador. El sector agroalimentario ha sido de los pocos que no se ha detenido en ningún momento durante la pandemia, pero la covid también ha hecho serios estragos para muchos ganaderos. Especialmente en una zona tan dependiente del turismo como la nuestra.
“Nosotros siempre hemos suministrado a muchos restaurantes de la zona pero esto ha caído en picado. De hecho hemos tenido que malvender una cantidad muy importante de ganado a un particular, que se lo quedó a precios bajísimos. Los animales tienen que seguir comiendo, ellos no entienden de crisis, y llegó un momento en que nos era imposible mantener a tantos sin poder darles salida. Además, a las ovejas cuando crecen ya no las quiere nadie” nos indica la ganadera alicantina.
«Los supermercados van a macrogranjas de fuera porque abaratan el precio» E. Navarro
Las macrogranjas
La reducción de la demanda hostelera se ha sumado a un problema que los propietarios de pequeñas y medianas ganaderías ya arrastraban desde tiempo atrás: la competencia de las macrogranjas.
“Aunque a nuestra provincia aún no han llegado las macrogranjas, la mayoría de los supermercados alicantinos compran la carne a este tipo de explotaciones procedentes de otras partes de España. Esto les abarata a ellos los precios, pero nos perjudica mucho a los ganaderos locales. Por eso siempre pedimos que la gente compre en su carnicería tradicional, que además ofrece mucha mayor calidad”, nos cuenta Encarni Navarro.
Explotaciones polémicas
En los últimos años el número de macrogranjas ha aumentado considerablemente en España, trayendo cierta polémica. En mayo el Gobierno Foral de Navarra denunció a una explotación en la localidad de Caparroso por estar presuntamente contaminando el agua de la zona vertiendo residuos ilegales. En Castilla-La Mancha ha habido protestas vecinales contra este tipo de proyectos.
Varias organizaciones de pequeños ganaderos han pedido reiteradamente al Gobierno de España una mayor regulación que limite las macrogranjas. El ministerio de Agricultura ha anunciado que impulsará un decreto para regular las del sector vacuno.
“Las macrogranjas no solo perjudican económicamente a los ganaderos: también destruyen puestos de trabajo. Cada vez las construyen más industrializadas para que funcionen con máquinas y sin apenas empleados. La ley debería regular el número máximo de animales que puede haber en una explotación ganadera”, opina Encarni.
La paralización de las fiestas
En 1956 José Rafael Llorens, un obrero textil de Cocentaina a quien llamaban ‘el Peluca’, abrió su propia ganadería ecuestre. Hoy en día Equitación Peluca se ubica en Alcoy y cuenta con 65 caballos y 35 dromedarios; unos animales que se emplean en fiestas como los Moros y Cristianos -en los de Alcoy facilitan cerca de setenta ejemplares-, cabalgatas de Reyes, Semana Santa… Sin embargo, la llegada de la covid suspendió todas las fiestas, por lo que estos ganaderos se quedaron sin poder darles salida.
“Siempre hay años mejores y peores, pero nunca habíamos vivido esto de tenerlos a todos parados -cuenta Graciela Llorens, hija del fundador-. Hemos tenido que vender muchísimos animales porque no podíamos seguir manteniéndolos. Algunos eran buenos ejemplares en los que habíamos puesto mucha ilusión, pero estamos con la soga al cuello. Igual que les está ocurriendo a las ganaderías taurinas”.
Los Peluca supieron ver las orejas al lobo y empezaron a vender nada más comenzó la pandemia. Desde entonces los precios han ido cayendo en picado. “Es lógico que se abaraten los animales, porque todas las ganaderías estamos vendiendo. La mayoría de los caballos españoles se están yendo ahora al norte de Europa; nos los compran por cuatro duros y luego los revenden por el doble a profesionales de doma y salto”, se queja Graciela.
«Los políticos aconsejan ‘reinventarnos’, pero yo no puedo enseñar equitación ‘online’» G. Llorens
Sin ayudas
Ni el Gobierno de España ni la Generalitat han incluido a la ganadería entre los beneficiarios de las ayudas concedidas para paliar los efectos de la covid. “Desde que empezó esta pandemia solo el Ayuntamiento de Alcoy nos ha dado una subvención de 4.000 euros. Este es un negocio con unos gastos enormes; por ejemplo, un camión de pienso para tres meses nos cuesta 3.000 euros”, sigue diciendo Graciela. “Los políticos nos dicen que debemos reinventarnos; a mí me gustaría que me explicaran cómo. Yo no puedo dar clases de equitación ‘online’”.
Actualmente las ganaderías de caballos resisten gracias sobre todo a los pupilajes y las clases de hípica. “Afortunadamente nuestros alumnos han aumentado con la pandemia. La gente busca más actividades al aire libre, y muchos padres prefieren que sus hijos aprendan a montar a caballo antes que apuntarlos a gimnasia rítmica. Estas actividades no dan mucho dinero, pero algo es algo”, nos indica la alcoyana.
El cambio climático ha reducido las zonas de pasto para el ganado
Cambio climático
Las ganaderías se enfrentan a otro problema ya existente antes de la pandemia, que tiene pinta de seguir agravándose en el futuro: las dificultades cada vez mayores para encontrar lugares de pasto. Una situación que se acrecienta aún más ahora en verano, cuando pueden pasar varias semanas sin que llueva sobre estas tierras.
“En los últimos años hemos notado muchísimo la acción del cambio climático. Cada vez hay más sequedad. Ahora tenemos que alquilar otras fincas para llevar a los animales a pastar durante algunas temporadas. La hierba y el matorral se están perdiendo”, nos advierte Encarni Navarro.
«Es una barbarie lo que dice el ministro Garzón, es como si no supiera que los vegetales hay que regarlos todavía más de lo que beben los animales» E. Navarro
La dieta, en el candelero
Recientemente Alberto Garzón, ministro de Consumo, señaló a la propia ganadería como una de las principales causantes del cambio climático; unas declaraciones que han enfadado a gran parte del sector.
“Es una barbarie lo que dice el ministro: si comiéramos menos carne habría que gastar una cantidad de agua todavía mayor para cultivar más verduras. Es como si no supiera que los vegetales hay que regarlos todavía más de lo que beben los animales. Además, una dieta sana es una dieta equilibrada, incluyendo tanto verduras como carne. Lo que tienen que hacer los políticos es regular las macrogranjas, y no tratar de reducirnos todavía más los ingresos a los ganaderos familiares”, opina Encarni.
Los ganaderos, críticos con las normas de bienestar animal
Bienestar animal
Por otro lado, los requisitos sanitarios y de bienestar animal exigidos por las autoridades cada vez son mayores, lo cual repercute en un encarecimiento de los costes.
“Ahora tenemos muchísimas inspecciones y analíticas cada año -recalca Encarni-. Cada vez que modifican las normas nos toca reformar las cuadras para adaptarlas. Por supuesto, los viejos hábitos, como golpear el ganado para subirlo a los camiones, están prohibidos. Incluso se liman los gallineros para que las gallinas no se rompan las uñas. Seguramente todo esto ha repercutido en que la calidad de la carne sea cada vez mejor, pero para nosotros es una manera mucho más cara y lenta de funcionar”.
“Claro que hay que cuidar bien a los animales. Lo que no tiene ningún sentido es llegar al extremo de tratarlos como a seres humanos, como los que llevan en carritos a los perros o les dan la comida en la mesa con cubiertos. Los animales son animales, y también tienen que revolcarse en el barro. Creo que se nos ha ido un poco la cabeza con el bienestar animal”, opina Graciela.
Malas prácticas
Aunque existe una mayor sensibilización, sigue habiendo denuncias por maltrato animal en algunas ganaderías. Recientemente la ONG Equalia publicó un reportaje mostrando las malas prácticas de siete granjas asturianas.
“Quien antes trataba mal a los animales, tristemente lo sigue haciendo. Quizás ahora emplee técnicas menos visibles. Por ejemplo, nosotros sacamos todos los días a los caballos para que pasten y paseen por rutas diferentes, pero hay quien los deja en la cuadra o les obliga a hacer cada día exactamente la misma rutina. Y, claro, así se acaban deprimiendo”, apunta la ganadera alcoyana.
Futuro incierto
Así pues, los ganaderos alicantinos se enfrentan a un futuro bastante incierto. Ambas entrevistadas nos aseguran que siguen disfrutando cada día con su oficio a pesar de las dificultades, pero ya no tienen claro si es lo que desean para sus seres queridos.
“La provincia de Alicante llegó a tener incluso vacas en sus buenos tiempos. Ahora cada vez más ganaderías están cerrando, y no me extraña -admite Encarni Navarro-. Nos vamos haciendo mayores y los hijos no quieren continuar. El trabajo es muy sacrificado y ni siquiera te asegura una nómina a final de mes. Aquí no te puedes coger vacaciones: los animales comen todos los días, sea Navidad, llueva o haga un calor sofocante. Ojalá mi hija pueda seguir con la ganadería en mejores condiciones, pero hoy por hoy francamente preferiría que se dedicara a otra cosa”.
“Este oficio es tan complicado que no podemos ni quebrar. Si cierro mi ganadería me meten en prisión por dejar a noventa animales en la calle. Venderlos cuesta una barbaridad, y ni siquiera podría regalarlos a otras ganaderías porque no pueden asumir los costes de alimentación. Esto no es como cerrar un bar”, resuelve Graciela Llorens.