Su nombre ha estado en boca de media España durante los últimos meses. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, bautizó en su honor uno de los hospitales más polémicos de nuestra historia reciente; pero la memoria de Isabel Zendal merece ser mucho más que la penúltima arma arrojadiza que han encontrado los políticos actuales para tirarse los trastos a la cabeza.
Los británicos, tan dados ellos a ensalzar a sus grandes figuras históricas, han sido unos maestros a la hora de exportar a la cultura popular universal a aquellos compatriotas que, en cualquier campo, aportaron algo a la historia de la humanidad y, en contraposición al caso que nos ocupa hoy, la enfermera Florence Nightingale sigue siendo un auténtico referente en el mundo de la sanidad.
Pero medio siglo antes de que Nightingale naciera en Florencia (Italia), la pequeña población gallega de Órdenes asistía, en 1773, al alumbramiento de Isabel Zendal que, como en el caso de la británica, dedicaría su vida a la enfermería y dejaría una importante e imborrable impronta en la profesión.
Variedad de nombres
Su humilde origen no hacía presagiar el papel fundamental que iba a desempeñar como enfermera para la salud comunitaria en la España de principios del siglo XIX. Fue la segunda de nueve hijos, de los que tres nunca llegaron a superar el primer año de vida.
En realidad, la nomenclatura actual de su nombre no es más que el acuerdo más extendido sobre el mismo ya que Zendal es, de las 35 versiones en las que se registró su apellido, la que más se ha venido utilizando (siendo Sendalla y Zendalla otras versiones también frecuentes).
Isabel fue el único miembro de la familia que asistió a clases particulares con el cura de la parroquia. Una formación temprana y poco común para una mujer joven de su clase social que posiblemente influyó de manera determinante en su trayectoria posterior.
Una formación que tuvo una influencia igual de importante que la prematura muerte de su madre, que se produjo cuando ella sólo tenía 13 años.
La amenaza de la viruela
Isabel Zendal vivió una época en la que el virus de la viruela, que había sido un gran depredador de humanos desde hacía más de dos mil años, se había extendido con especial virulencia. Tanto es así que se calcula que en aquella época el virus mataba a unas 400.000 personas cada año en Europa, dejando con graves secuelas a los supervivientes.
No fue hasta 1796 cuando el médico británico Edward Jenner pudo probar la eficacia de la vacuna que había desarrollado y, con ella, cambió por completo la manera de enfrentarse a una enfermedad que por entonces ya había dado el salto de Europa a muchas de las colonias de ultramar del todavía vasto Imperio español.
Expedición vacunal
En la corte española el monarca del momento, Carlos IV, estaba especialmente sensibilizado con la cuestión debido a la muerte por viruela de su hija, lo que le dio la oportunidad al médico real, Francisco Javier Balmis, de persuadir al Rey para que financiara una expedición con el objetivo de distribuir la vacuna en el Nuevo Mundo: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
Por aquel entonces Isabel Zendal ya había comenzado su trayectoria profesional. Había trabajado como ayudante y como rectora en el Hospital de la Caridad de A Coruña, desde donde había partido para ocupar el puesto de rectora de la Casa de Expósitos, donde se recogía y criaba a los niños huérfanos. Todo ello, siendo madre soltera de un niño llamado Benito.
Pionera feminista
Quizás el siguiente episodio de esta historia le suene a más de un lector. Dado que la vacuna de la viruela no podía ser mantenida a una temperatura adecuada durante el largo viaje hasta América, el doctor Balmis optó por inocular a un grupo de niños y que ellos fueran los portadores de los anticuerpos. Un grupo que, una vez puesta en marcha la expedición, estaría al cargo de Isabel Zendal, encargada de asegurar su salud durante el viaje.
Una nota curiosa dentro de toda esta historia es que Balmis y Zendal dieron, con aquel viaje, un primer y gran paso en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres ya que se decidió que la enfermera cobrara el mismo sueldo que sus compañeros varones.
«La más sensible madre»
Toda aquella aventura convirtió a Isabel Zendal en la primera mujer enfermera en participar en lo que hoy llamaríamos una misión sanitaria (o humanitaria) internacional.
Su trabajo durante el viaje permitió que todos los niños embarcados salvo uno, entre los que se encontraba su propio hijo, llegaran vivos y en buen estado de salud a las costas de Puerto Rico.
El doctor Balmis escribió entonces en su diario sobre Zendal: “con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible madre sobre los 26 angelitos. Los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades.
Reconocimiento mundial
La expedición se prolongó durante diez años y se extendió por los dominios españoles de América y Filipinas, un trabajo que dio como resultado la vacunación de unas 250.000 personas y, por lo tanto, un enorme paso cualitativo y cuantitativo en la inmunización de la población de aquellos dominios y la erradicación de la enfermedad que, eso sí, no declararía oficialmente hasta 1980.
De los últimos años de vida de Isabel Zendal poco se sabe más allá de que, como sucediera con la totalidad de niños portadores de la vacuna, ella jamás regresó a España. Aunque se desconoce la fecha, sí se sabe que murió en Puebla de los Ángeles, México.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció a Isabel Zendal en 1950 como la primera enfermera de la historia en misión internacional.