Nacido en Granada en 1879, Emilio Herrera fue un apasionado de la aviación y de la aerostática, debido en buena medida a la influencia de su padre, militar de profesión, y a las novelas de Julio Verne.
Al licenciarse como teniente en 1903, Emilio solicitó su traslado a la Academia de Ingenieros de Guadalajara, y durante la guerra de África se convirtió en piloto de dirigibles. En 1914 acaparó las portadas de toda la prensa europea al ser el primer hombre en sobrevolar el estrecho de Gibraltar en avión.
En 1918, Herrera se propuso crear una línea aérea para el transporte de pasajeros, la Transaérea Colón, que uniera Europa con América. La nueva línea aérea estaría equipada con dirigibles creados por el ingeniero Leonardo Torres Quevedo, pero el proyecto no pudo prosperar después de que Alemania tomara la delantera en ese campo.
Vuelos transatlánticos
Pese a todo, el interés de Herrera acabo siendo recompensado ya que fue invitado como segundo comandante para pilotar la hasta entonces mayor aeronave de su tiempo: el Graf Zeppelin LZ 127, el dirigible alemán que atravesaría el océano Atlántico.
Así mismo, Emilio Herrera colaboró con Juan de la Cierva en la invención del autogiro, precursor del helicóptero, y participaría en la construcción y diseño del Laboratorio Aerodinámico de Cuatro Vientos, inaugurado en 1921, dotado con uno de los túneles de viento más grandes y modernos del momento.
Conquista del espacio
En esos primeros años 20, el granadino ya rondaba la idea de la conquista del espacio. Uno de sus proyectos más ambicioso era el de llevar a cabo un vuelo estratosférico, realizando una ascensión en globo a 26.000 metros de altura.
Éste era un reto que nadie había intentado hasta el momento. Una vez alcanzada la estratosfera, su objetivo era efectuar mediciones para el estudio de la radiación cósmica. Una misión ambiciosa y muy peligrosa, como ya quedó demostrado en 1928, cuando una ascensión a 11.000 metros se cobró las vidas del comandante Benito Mola y su tripulación a bordo de la aeronave Hispania al quedarse la barquilla sin oxígeno.
El traje espacial
Tras aquella fatal experiencia, en 1933 Herrera se puso manos a la obra para construir un globo que fuese capaz de superar los 20.000 metros y, sobre todo, para diseñar un traje adecuado que aislara al piloto del frío y de la presión, y le proporcionase oxígeno y movilidad.
El traje estaba formado por tres capas: una de lana, otra de caucho y una tercera de tela reforzada con cables de acero. Estas capas iban forradas por otra capa exterior de plata que evitaba el recalentamiento.
El casco cilíndrico era de acero e iba recubierto de aluminio y con triple cristal para evitar la radiación solar; además contaba con un micrófono para permitir la comunicación por radio. Por último, las articulaciones estaban provistas de un sistema de acordeón que permitía la movilidad del piloto.
El fin con la Guerra Civil
Corría el año 1936 y el enorme globo y el novedoso traje estaban a punto de emprender el vuelo, cuando el estallido de la Guerra Civil puso punto final al proyecto. Aunque Herrera era un monárquico devoto, había jurado fidelidad a la República y desempeñó lealmente sus funciones como director técnico de la aviación republicana.
Al final de la contienda, Herrera se exilió a Francia, donde vivió de sus patentes y siguió con sus investigaciones. Herrera forjó una buena amistad con Albert Einstein, quien lo recomendó para el cargo de consultor de física nuclear para la UNESCO.
Durante la Segunda Guerra Mundial, bajo el régimen de Vichy, los alemanes le ofrecieron trabajar para el Tercer Reich, algo que Herrera rechazó. Sus últimos años (aunque no abandonó en ningún momento la investigación) estuvieron ligados al gobierno republicano en el exilio que presidiría durante dos años (1960-1962).
El no a la NASA
Emilio Herrera Linares falleció en Ginebra el 13 de septiembre de 1967 a la edad de 88 años. Sus logros nunca fueron reconocidos por España, pero sí se ganaron el reconocimiento internacional.
El prototipo de su traje espacial, toda una proeza para su tiempo, inspiró, más de treinta años después, a la NASA para crear los trajes espaciales de sus astronautas, incluidos los que llevarían los tripulantes de la misión Apolo 11 a la Luna en 1969.
Según su ayudante, Antonio García Borrajo, los norteamericanos habían ofrecido a Herrera colaborar en el programa espacial, pero éste lo rechazó porque no le permitieron que la bandera española ondease en la Luna.
En agradecimiento póstumo por su labor, el propio Neil Armstrong, a su regreso a la Tierra, entregó una roca lunar a otro de sus colaboradores, Manuel Casajust Rodríguez.