Hacía falta agua. En lo que hoy es Los Montesinos. De la buena, de la dulce, de la que calma la sed y riega los campos. La que pillaba cerca, la omnipresente Laguna Salada de Torrevieja, donde se recolecta el preciado cloruro sódico, pues eso, era salada, de tan saturada de sales que se convirtió en hábitat natural del alga ‘Dunaliella salina’, la que vuelve rosas las aguas salobres, como en el bíblico mar Muerto o la boliviana laguna Colorada. ¿Qué hacemos? Pues construyamos aljibes.
Paradigmático resulta hoy el de la visitable Finca La Marquesa, en la partida del mismo nombre (por la CV-943, que nace en la ciudad). Y de paso, le insuflamos algo de Historia y Mito al lugar. Manuela Valenzuela y Vázquez Fajardo, de biografía enredada por entre las mimbres de los legajos nobiliarios, era a la sazón marquesa de Rafal, estirpe nobiliaria que, por toque real de Felipe IV, inicia el 14 de junio de 1636 el oriolano Jerónimo de Rocamora y Thomas (1571-1639), primer barón de Puebla de Rocamora y octavo señor de Benferri, con verdadera hambre de fundar caseríos dedicados a explotar el agro levantino.
Será en 1695 cuando la marquesa, viuda de Gaspar, séptimo hijo de Jerónimo y segundo marqués de Rafal (fallece en 1666), done a la orden jesuita oriolana los terrenos de los que germinará el municipio actual de Los Montesinos. Pronto, gracias al empuje del ‘censo enfiteútico’, aumenta considerablemente la población, en un núcleo vivencial que también contaba con almazara y bodega. Cereales, olivos, moreras y hasta vides o pastos para el ganado crecerán, fructificarán y, gracias al agua de lluvia y más tarde al Canal de Riegos de Levante, arraigarán.
El aljibe -bóveda de cañón y cubeta de decantación como exoesqueleto- nacía, según documentos, a mediados del XVIII y formó parte de un sistema de pozos, cisternas, para captar pluviosidades varias, como en los aún visibles de Lo de Vigo Viejo o de Lo Reig. ¿Su misión? Convertir en vergel lo que fue puro secarral.
Una ermita para arrancar
La ermita de Nuestra Señora del Rosario, popularmente ‘la iglesia de la Marquesa’, en el caserío del mismo nombre, fue iglesia parroquial (desde 1829 hasta 1990) para los labriegos de la zona. Aún hoy protagoniza, en plenas fiestas patronales a la Virgen del Pilar, en torno al 12 de octubre, una Romería a la Marquesa (la primera semana del mes). No nos olvidemos de los orígenes. De dos naves y torre de planta cuadrada (sobre ánima de una atalaya muslime) sembradas a finales del XVII, la vida y sus cosas, como el terremoto de 1929, le han plantado múltiples rehechuras que no eliminan en absoluto el presumible y sobrio dibujo original.
Al escarbar en las mimbres del caserío y sus terrenos en 1974, aparecieron monedas árabes del X al XI, ‘el Tesorillo de la Marquesa’. Pero es que por estos pagos quizá ya se comerciaba hasta en pretéritos latinos, puesto que por el ahora municipio pasaba hasta la mismísima calzada Vía Augusta, que enlazaba Augusta Urbs Julia Gaditana o Gades (Cádiz) con Roma.
La ‘town’ de la Vega Baja
Dejamos atrás el mundo pedáneo y nos dirigimos a una urbe de alma paneuropea con buena parte de los 5.061 habitantes (en 1970 contaba con 2.165, el 40% diseminados en alquerías y casas de labranza), para un municipio de 15,05 km² en que, paradójicamente, casi donde mires, ves agua. No sólo por la icónicamente ubicua salina: balsas, piscinas, acequias, brazales, azarbes, sifones de distribución. Respira agua multicultural Los Montesinos, especialmente en inglés.
De camino a la ciudad, alguna nave industrial (carpintería metálica, materiales de construcción y conservas de pescado conforman buena parte de la oferta manufacturera, además de, en lo turístico, un campo de golf de 9 hoyos de par 3, ‘lawn bowls’ o bolos sobre hierba y restaurante), palmeras, frutales, viveros (‘garden centers’) y hasta un rancho-hotel-restaurante-’spa’ (‘salus per aquam’, ‘salud a través del agua’: la democratización comercial del balneario) dedicado en especial al visitante foráneo. Y por fin Los Montesinos, por la calle La Marquesa. La segregación del 30 de julio de 1990, de Almoradí, conmemorada todos los años, dio el protagónico a este caserío que recoge el nombre del propietario original.
Estamos ante una pequeña ciudad que combina modernidad edificada y plantas bajas con más o menos solera. Así, la urbanita avenida del Mar (adonde desembocamos si seguimos por donde vinimos) conecta con un núcleo vivencial tan imprescindible como es la plaza del Sagrado Corazón gracias a las calles peatonales del Viento y Alejo Martínez. Y aquí, en tierra de ‘bakeries’ (panaderías) y ‘supermarkets’ (supermercados), relajémonos también con la gastronomía local, tan combinada como su fondo inmobiliario y pura fiesta mar y montaña. Arroz a banda con tropezones, pisto con bacalao frito con tomate, cebolla y ñoras o unas migas, y pan de calatrava, pasta flora (mantecados con cabello de ángel) o unas pequeñas toñas escaldás (con miel). Para abrir boca, claro.
Naturalezas varias
Justo enfrente, una especie de manzana insular, de irregular área, con parque, que comprende la parroquia de Nuestra Señora del Pilar (1886, con nave central y dos laterales, altar mayor, coro y torre, entraña una imagen de ‘La Dolorosa’ del taller de Francisco Salzillo, 1707-1783), el moderno Hogar del Pensionista y el futurista edificio consistorial, más viviendas varias agregadas (plantas bajas, dos alturas, tres) y callejero interno sólo para ‘coches oficiales’. Casi un resumen de la ciudad, y bastante paseable si el sol no pica mucho.
Los Montesinos presume de buenos descansos entre naturaleza, como el parque de la Constitución, los parques en la Herrada o el jardín botánico 30 de Julio, pero el reto ecologista abarca casi un horizonte, porque la laguna salada sigue ahí. Expectante, vigilante, aunque ya no amenace: le da la mano al municipio y enriquece su personalidad. Parte del extenso Parque Natural (desde el 10 de diciembre de 1996) de La Mata y Torrevieja, la Ruta Salada, sobre todo montesinera, la bordea e incluso le planta torres de observación en un recorrido a disfrutar andando o pedaleando… con algo a la mochila para calmar la sed, claro.