Entrevista > Marcos Galvany / Músico (Crevillent, 21-noviembre-1968)
El gran compositor y pianista Marcos Galvany Pérez nos atiende por vídeoconferencia desde su residencia en Washington. Quien se ha recorrido auditorios de todo el mundo, nos admite que echa de menos su tierra natal a la que lleva demasiado tiempo sin visitar por culpa de la pandemia.
En 2020 estaba previsto que representara su ópera ‘My son’ en la Parroquia de Nuestra Señora de Belén, pero tuvo que cancelarse. Ahora que las restricciones sanitarias empiezan a menguar, este crevillentino tiene ganas de volver a hacer sonar la música.
¿Cómo empezaste en esto de la música?
No fue por antecedentes familiares. Mi padre era tejedor de alfombras, como tantos crevillentinos. Lo mío con la música curiosamente empezó a raíz de un accidente que tuve con cinco años. Poco después de los Moros y Cristianos estaba jugando con unos amigos en una carroza medio abandonada, y un niño sin querer me dio con un palo en la córnea de mi ojo derecho.
No entiendo la relación.
Pues ocurrió que mis padres me llevaron a Barcelona para operarme en una clínica muy prestigiosa, porque corría serio peligro de quedarme ciego del ojo. Por esto tuvimos que pasar largas temporadas en la ciudad condal, y para no arruinarnos pagando hoteles nos hospedábamos en el convento de mi tía-abuela Montserrat… que era monja.
En este convento había un piano de esos antiguos con las teclas echas polvo y olor a madera. Mi tía me prohibió expresamente usarlo pues decía que “los niños no tocan el piano porque se desafina”. Pero claro, si tú le dices eso a un niño pues haces que no haya otra cosa en el mundo que desee más que tocarlo (risas). Así que por las noches me colaba en el salón de actos y lo tocaba en la clandestinidad.
«Pronto se sabrá si podemos celebrar otro gran concierto en Crevillent para 2022»
¿Entonces aprendiste de manera totalmente autodidacta?
Totalmente. Empecé a probar las teclas, luego a intentar hacer una melodía, combinar sonidos para formar acordes… Todo ello a oscuras, ni siquiera abría las ventanas para que no me oyeran. Lo cierto es que en unos meses aprendí a tocar el piano. Cada vez que regresaba de la clínica me ponía a tocar unas dos o tres horas mínimo. Fue un auténtico flechazo, como el amor a primera vista. Eso sí, lo mantuve mucho tiempo en secreto.
¿Y cuándo ‘saliste del armario’?
Yo tenía un vecino llamado Agustín que tocaba la guitarra, de hecho aún sigue dando clases en el aula de cultura. Éramos más familia que vecinos, siempre estábamos con las puertas abiertas. Para mi comunión me compraron una guitarra, él me dio las primeras clases y mis padres se dieron cuenta de que tenía facilidad para la música.
Sin embargo lo del piano no lo dije hasta los 13 años. Fue porque mi vecina Rosa se compró uno y cuando se lo trajeron nos invitó a mi madre y a mí a verlo. Inocentemente me ofreció tocarlo, pensado que no tendría ni idea, y yo me puse a interpretar una pieza como si fuera un profesional. Mi madre pensó que estaba poseído (risas). Entonces ya les conté lo del convento y me apuntaron a clases con Pilar Mas Sierra en Crevillent. Con ella me preparé los exámenes del Conservatorio de Murcia.
«Me prohibieron tocar el piano siendo niño, pero solo consiguieron que tuviera más ganas»
¿Y cómo diste el salto a Estados Unidos?
Estudié el grado superior de piano en el Conservatorio de Elche, donde saqué muy buenas notas. Yo siempre quería venirme a Estados Unidos, no te sabría decir muy bien por qué. Supongo que influyó que en aquella época tenía amigos americanos e incluso una novia canadiense. Ella fue la que me animó a hacer pruebas en EEUU e incluso me invitó a residir durante un año en su casa.
Probé en dos universidades americanas y me dieron beca completa en ambas. Finalmente me decidí por la Columbia Union College pues era la sede de la New England Symphony Orchestra. Me atraía mucho la idea de formar parte de esta orquesta, porque hacen tours musicales tanto en EEUU como en el extranjero.
¿Cómo fue tu debut con la New England Symphony Orchestra?
Pues mira, lo recuerdo como bastante embarazoso (risas). En pleno concierto la directora se levantó y le dijo al público “ahora tenemos algo muy especial, un chico venido de España va a interpretar al piano una pieza que ha escrito”. Era una pieza muy gitana y española, a los americanos eso les chifla.
Yo en aquel momento tenía 25 años, pero no aparentaba más de 15 (risas). Así que se quedaron todos bastante impresionados de que un chaval tan joven hubiera compuesto aquella pieza.
«Mi debut como director fue una encerrona que me hicieron en Ciudad del Cabo»
Menuda jugarreta te hizo la directora…
Pues peor fue la que me hizo poco después. Como la pieza gustó bastante me propuso readaptarla para orquesta de cara al siguiente tour. El tema es que me lo dijo apenas una semana antes, y yo ni siquiera había estudiado orquestación. El primer año fue muy duro pues yo no sabía hablar bien inglés y me costaba mucho aprobar. Iba a todas partes con el diccionario e incluso terminaba los exámenes en el pasillo persiguiendo a los profesores para ganar tiempo. La verdad es que, mirando para atrás, no sé cómo lo hice.
Al final adapté la pieza para orquesta cómo me pidió y en medio del primer concierto en Ciudad del Cabo me volvió a hacer una encerrona. Sin avisarme ni nada de repente suelta al público “ahora van a escuchar una pieza realizada por este chico español. Mucha atención porque nos la va a explicar e incluso dirigirá él mismo la orquesta”. Y acto seguido viene detrás del escenario a buscarme.
Yo no quería salir, menudo miedo escénico. Pero a base de empujones ella me tiró al escenario. Lo primero que le dije al público temblándome las piernas fue “Sorry I don’t speak English”. Todos se pusieron a reír y aplaudieron, se ve que les pareció muy tierno (risas). Nunca había dirigido, pero al final salió bien y fue una pasada. Todos se pusieron en pie y ni me dejaron salir del escenario.
«La Semana Santa de Crevillent me ha influenciado en mis composiciones religiosas»
Menudo debut como director.
Desde luego. La verdad es que me limité a marcar un poco el ritmo con las manos y los músicos de la orquesta me dijeron “ok, ya lo hacemos todo nosotros” (risas). Luego a partir de ahí empecé a dirigir cada vez más y fui cogiendo tablas.
Durante los siguientes años viajé muchísimo por Europa, Rusia, África… Cada año me pedían que compusiera una nueva pieza para la orquesta.
¿Quizás tu gran composición ha sido la ópera ‘Oh my son’?
Esta obra se empezó a gestar poco después del 11-S. A raíz del atentado se suspendieron prácticamente todos los conciertos en EEUU. Fue una época muy mala para los músicos, parecida a la actual.
Para Semana Santa me pidieron una pieza de carácter religioso. Al no haber trabajo en EEUU decidí mudarme durante nueve meses a Fuerteventura con la idea de centrarme en componer.
Aquí realicé una pieza sobre el momento en el que María ve a su hijo por primera vez colgado en la cruz. Como gustó me pidieron que compusiera más en los años posteriores. Hasta que a la tercera o cuarta yo ya dije, aquí hay material para hacer algo grande. En realidad no es tanto una ópera sino más bien una serie de bodegones sobre la vida de Jesús.
«Durante la pandemia he trabajado en fotografía. Los músicos nos hemos tenido que reciclar»
Supongo que la influencia de la Semana Santa crevillentina también se notó.
Por supuesto. Esos pasos de Mariano Benlliure y esas escenas tan bonitas son tradiciones que he ido comiendo desde pequeño. Además te recuerdo que lo mío con la música empezó a cocerse en un convento (risas). Supongo que todo esto fueron semillitas que florecieron con ‘Oh my son’.
‘Oh my son’ fue un éxito rotundo en EEUU. ¿Por qué crees que triunfó tanto?
Quizás en parte porque es muy melódica. En estos últimos cien años la música se ido más hacia el dodecafonismo o lo experimental, alejándose de la melodía. ‘Oh my son’ se asemeja a los compositores más clásicos y yo creo que mucha gente está deseando escuchar esa forma de música.
Además, es una obra que trasciende lo religioso y se fija más en la parte humanista de la Virgen y Jesús. Esto también hizo que el espectador se identificara más, pues perder un hijo es un dolor inmenso para cualquier persona de cualquier religión y época. De hecho te cuento una curiosidad, en EEUU casi todo funciona a base de donaciones y para ‘Oh my son’ recibimos muchísimas de judíos. ¡Aún siendo una obra sobre la vida de Jesús!
¿Cómo estáis sobreviviendo los músicos en EEUU a la pandemia?
Para 2020 tenía programados muchas representaciones de ‘Oh my son’ a lo largo del país por el décimo aniversario, pero todo se canceló.
Sinceramente, muchos músicos han tenido que reinventarse en otro sector. No había conciertos, ni ensayos, ni nada… así que cada uno hemos tirado por un lado. En mi caso personal siempre me apasionó mucho la fotografía, tengo incluso un libro publicado sobre los trabajos del arquitecto Solis Betancourt, y he hecho trabajos fotográficos para revistas sobre arquitectura y diseños interiores. Menos mal, gracias a esto he tenido trabajo durante estos dos años.
Mi compañera violinista en la orquesta está trabajando de agente inmobiliaria, la soprano ha montado una empresa de seguridad cibernética… Nos ha tocado espabilarnos y reinventarnos.
«Cuando mi madre me escuchó tocar piano por primera vez se pensó que estaba poseído»
Aunque imagino que lo que de verdad os apasiona sigue siendo la música.
Sí, por supuesto, que me vaya bien en la fotografía no quiere decir que vaya a dejar la música. Próximamente quiero empezar a moverme para ver si puedo representar ‘Oh my son’ en Washington e incluso en Venecia.
Además, durante estos dos años de pandemia también he aprovechado para componer. Recientemente falleció María Teresa, una amiga muy cercana en Crevillent, y he compuesto una obra homenaje para ella.
También estoy ahora haciendo una obra para una chica israelí que baila flamenco de forma increíble, será una especie de fusión flamenca con música judía.
¿Te falta algún lugar en el mundo todavía en el que te gustaría actuar?
Pues mira, en 2013 íbamos a interpretar ‘Oh my son‘ en el Vaticano pero nos lo suspendieron porque dimitió el papa Benedicto XVI. Así que tengo esa frustración. No imaginas lo que trabajé por aquel concierto; me tocó ir seis veces a Roma en un año para buscar coros, orquesta… y total para nada. Encima los de la Santa Sede ni siquiera se quisieron hacer responsables de nada. En fin.
Hace ocho años interpretaste ‘Oh my son’ en Crevillent. ¿Cuándo se repetirá?
Aquella actuación surgió precisamente a raíz de que se cayera lo del Vaticano. Como estaba previsto que el orfeón Voces Crevillentinas se uniera a la función en Roma, yo le propuse a la directora realizarla en Crevillent por Semana Santa, como una especie de ensayo abierto al público.
Ya cuando estrené ‘Oh my son’ en Nueva York en 2010 vino una comitiva desde Crevillent liderada por el alcalde. Así que había mucha expectación en el pueblo. El primer día de venta se agotaron las mil entradas disponibles, con lo que final hicimos dos conciertos para intentar que nadie se quedara sin verlo.
Para 2020 teníamos otro gran concierto preparado en la Iglesia de Belén, que iba a ser un espectáculo incluso mayor que el anterior. Ya veremos si se podrá hacer en 2022, porque sinceramente es una producción muy costosa. Yo por supuesto no le voy a cobrar nada a mi pueblo, pero hay que contratar muchos profesionales y no sé si el Ayuntamiento ahora con la pandemia tendrá dinero para esto. Seguramente lo sabremos pronto, porque si al final lo hacemos el año que viene hay que empezar ya en enero con los ensayos.