Cuando distintas circunstancias geopolíticas, marcadas casi en su totalidad por el principio del fin del colonialismo -mucho más avanzado para España que para otras potencias europeas-, convirtió el continente americano en el destino de buena parte de la emigración que partía del Viejo Continente entre las últimas décadas del siglo XIX y los primeros del XX, cuando ya se atisbaba la negra sombra del enorme conflicto que sería la I Guerra Mundial, cada país fijó sus ojos en aquellas tierras, algunas ya independizadas y otras en camino de hacerlo, con las que más relación histórica mantenía.
Por ese motivo, y simplificando enormemente el asunto, cuando los españoles se lanzaban a la aventura de hacer las américas, los destinos más frecuentes por aquellos buscadores de fortuna, en un mundo casi desconocido para ellos, se centralizaron en los países de habla hispana de Sudamérica, con especial presencia de Cuba, Venezuela o Argentina.
La vía estadounidense
Para que se diera esa circunstancia, como se ha indicado, influyeron muchos factores y, como sucede con cualquier aproximación a acontecimientos históricos de tan profundo calado, se debe comprender que en un reportaje periodístico no se dispone del espacio suficiente como para dar debida cuenta de todos ellos.
Lo cierto, en cualquier caso, es que el mismo país que hoy en día es punto de destino para buena parte de la emigración sudamericana fue, hace un siglo, emisor de un ingente número de personas que, sin un futuro económico próspero en la península -o las islas- pusieron rumbo a Latinoamérica.
Sin embargo, hubo algunos aventureros, más osados -o más desesperados ya que, de nuevo, la casuística es enorme- que, emulando a los anglosajones y, entre ellos, muy especialmente a los irlandeses, pusieron sus ojos sobre los Estados Unidos y una ciudad que, ya por aquel entonces, comenzaba a sentar las bases para convertirse en la capital del mundo: Nueva York.
Los nucieros que cruzaron el Atlántico lo hicieron en busca de El Dorado, que era como llamaban a Nueva York en esa época
El Spanish Harlem
Así, la parte este de en un barrio que originariamente se erigió en recuerdo de la ciudad neerlandesa de Haarlem (Nueva York fue, durante un tiempo, Nueva Ámsterdam) acabó siendo conocido como el spanish Harlem o Harlem hispano (mejor que español, como algunas veces se ha traducido) debido a la enorme cantidad de inmigrantes que en él se establecieron y que tenían el español como idioma común.
La construcción de la línea elevada de transporte hacia el Harlem urbanizado en 1880 precipitó la construcción de apartamentos y otros pequeños edificios. El barrio fue poblado al principio por inmigrantes alemanes, luego irlandeses, italianos y judíos de la Europa del este. En East Harlem, los italianos del sur y sicilianos predominaron rápidamente y el vecindario fue conocido como el Harlem italiano, pero a finales de la I Guerra Mundial, inmigrantes puertorriqueños se establecieron en el Harlem italiano de entonces transformándolo en el spanish Harlem.
Nucieros en la Gran Manzana
En aquel ambiente de enormes cambios sociales, no siempre tan tranquilos y modélicos como sugiere el romanticismo con el que se ha contado la historia, junto a los puertorriqueños se fueron asentando otras colonias hispanas y, por supuesto, también ciudadanos procedentes de la madre patria.
Entre todos ellos también llegaron a la Gran Manzana un grupo de personas que en algún momento de ese cambio de siglo partió desde La Nucía rumbo a los Estados Unidos, y cuya historia ha quedado estupendamente documentada en la obra ‘De La Nucía a Nueva York’, escrita en 2019 por el cronista oficial del municipio nuciero, Miguel Guardiola.
La mayoría tenía que invertir casi dos semanas de navegación con billetes de tercera clase
Más que un viaje, una odisea
En su obra, Guardiola recoge y documenta la emigración de aquellos nucieros a Estados Unidos entre finales del siglo XIX y principios del XX e investiga y narra “el viaje a lo desconocido en busca de El Dorado, que era como llamaban a Nueva York en esa época”, tal y como explicó en su momento el propio escritor.
Eran, evidentemente, tiempos muy distintos a los actuales en los que cruzar el charco es algo relativamente sencillo y en los que los avances de la aviación han convertido el viaje en una cuestión de horas. En aquella época, sin embargo, los nucieros que pusieron rumbo a Nueva York se veían obligados a invertir casi dos semanas de navegación, casi siempre en con pasajes de tercera clase, lo que suponía, no pocas veces, viajar en la cubierta de máquinas de los transatlánticos.
Préstamos a modo de inversión
Ese modo de viajar, que hoy en día no solo sería imposible debido a los actuales estándares de seguridad, sino que calificaríamos casi como algo inhumano, no implicaba, en cualquier caso, que el salto del Atlántico fuera barato.
Un billete en aquellas circunstancias podía costar lo equivalente al sueldo de todo un año para aquellos hombres y mujeres que, sin esperanza de ver mejorada su calidad de vida en su tierra, veían en la emigración su única oportunidad. Por eso, la inmensa mayoría de ellos -como ocurre en la actualidad con los que arriban a España- tenían que pedir préstamos a los terratenientes de La Nucía y sus propios familiares para poder realizar la aventura.
Un dinero que, en muchos casos, se les entregaba a modo de inversión ya que, de tener éxito en su busca de El Dorado americano -de nuevo, la semejanza con los casos actuales-, aquellos pioneros iban a suponer la puerta de entrada para una nueva oleada de buscavidas que viajaría después.
El coste de un pasaje para Nueva York podía ser el equivalente al sueldo de todo un año de un trabajador
Dos centenares de emigrantes
Según los datos que revelan las investigaciones de Guardiola, fueron un total de apenas dos centenares de nucieros lo que abandonaron los bancales y la agricultura que, por entonces, suponía el sustento principal de la economía local, para soñar con un futuro mejor bajo la sombra de la Estatua de la Libertad.
El cronista oficial de La Nucía ha podido documentar fehacientemente 189 casos, pero reconoce en su obra que esas “son las personas documentadas, seguramente fueron muchos más” las que iniciaron aquella aventura.
Sin trabajo y asediados por enfermedades
Miguel Guardiola también destalla de forma pormenorizada en su libro los motivos que llevaron a ese (al menos) grupo de dos centenares de nucieros a dejar atrás su tierra y su gente y poner rumbo a Estados Unidos. “En La Nucía había mucha pobreza y hambruna, la filoxera había arrasado todas las vides y el trabajo de la viña, la uva y la pasa había desaparecido. Por lo que no había casi empleo”.
Además, a todo ello se unió una situación sanitaria -de nuevo, la historia repitiéndose a sí misma- no era la mejor. “Había grandes sequías, pestes, lepra y diferentes enfermedades. La Nucía tenía por aquel entonces unos 2.000 habitantes y los periódicos de la época cuentan que las mujeres nucieras habían reclamado al gobernador comida para sus hijos”.
En La Nucía había mucha pobreza y hambruna, la filoxera había arrasado todas las vides y el trabajo había desaparecido
«Nadie emigra por gusto»
Repasar la historia, la propia y la ajena, es, casi siempre, la mejor vacuna contra la ignorancia y ciertas afirmaciones que, no por repetidas hasta la saciedad, dejan de tener mayor sentido. A la hora de analizar aquel movimiento migratorio que, partiendo de La Nucía, terminó en Nueva York, Guardiola recuerda que “nadie emigra por gusto, sino por necesidad”.
De hecho, tal y como recuerda el autor -y recoge en otras de sus obras-, aquella no fue la primera huida de los nucieros. Antes, ya se habían registrado la partida de otros grupos hacia Orán, Argel y Argentina y fue después “cuando llegó la de Nueva York”.
15.000 valencianos
Allí, en una mucho más desarrollada, aunque, en comparación con la actualidad, todavía incipiente capital del mundo, “los nucieros se asentaron en el Lower East Side, donde habitaban millones de emigrantes”.
Según los registros oficiales, se calcula que en aquellas décadas llegaron a contabilizarse unos 15.000 valencianos asentados en esa zona de la ciudad, en la que también recalaron otros inmigrantes españoles procedentes, en su mayoría, de Galicia y Euskadi y que convivían con polacos, rusos e italianos.
Los periódicos de la época cuentan que las mujeres habían reclamado al gobernador comida para sus hijos
Nueva York no fue el único destino
Ese episodio de la historia local ha hecho, como se narra en la obra de Guardiola, que “en la Nucía siempre hablamos de la emigración a Nueva York, para hablar en general de la emigración a Estados Unidos”.
Sin embargo, el propio cronista oficial del municipio corrige el error y explica que “la mayoría de los nucieros” que optaron por buscar una vida mejor en Estados Unidos “se asentó en el estado de Connecticut, al noroeste del país”.
Aquellos, se situaron en “las ciudades de Shelton, Bridgeport o New London”. Además, “otros fueron a Nueva Jersey, Pensilvania, incluso a Oklahoma o Canadá”.
Futuro en la industria militar
Lo que en Europa se convirtió en un auténtico drama, la I Guerra Mundial, acabó siendo una gran ventana de oportunidad para los emigrantes que, procedentes del Viejo Continente, cruzaban la bahía del Hudson y se asentaban en Nueva York y otras muchas ciudades de los Estados Unidos.
Para los nucieros, como para el resto de los recién llegados, la contienda quedó lejos, pero supuso que se encontraran ante una gran demanda de puestos de trabajo en la industria militar, al estar los estadounidenses combatiendo en el frente.
La mayoría de los nucieros que optó por buscar una vida mejor en Estados Unidos se asentó en el estado de Connecticut
Un país en crecimiento
Una vez finalizada la guerra, Estados Unidos atravesó lo que históricamente se han llamado los locos años 20, un periodo de gran expansión económica y demográfica que provocó una gran necesidad de creación de nuevas infraestructuras.
Así, aquellos nucieros “también trabajaron en el ferrocarril, en el metro y en la construcción de viviendas y rascacielos”. Pese a esa abundancia de trabajo, Guardiola remata que “no fue El Dorado para muchos, ya que no todos tuvieron suerte y hay historias de éxito y fracaso en esta emigración a Nueva York”.
Y, como en cualquier proceso migratorio, no todo el que llegó a Estados Unidos fue trigo limpio. De hecho, algunos de aquellos emigrantes de La Nucía “fueron expulsados del país al ser vinculados a la Mafia” y lo hicieron, para ser fácilmente reconocibles por las autoridades en caso de tratar de entrar de nuevo en Estados Unidos, con una marca en la ceja.