La ficha técnica de este faro marítimo, la matrícula, nunca será capaz de transmitir su ser, pero nos proporciona una buena tanda de datos, como que está situado en la latitud 38º 12.6N y la longitud 000º 30.8W. Vamos, en lo más alto de la sierra de Santa Pola, a unos 144 metros sobre el nivel del mar. Las referencias se entrevén a la entrada del área donde se encuentra, en un cartel que también señala: “Prohibido el paso a toda persona ajena a esta instalación”.
El pasquín (generalmente en buena parte ilegible por pintadas sin gracia y otras gamberradas) además añade que su número nacional es el 24400, y E-0152 el internacional, determinado por el United Kingdom Hydrographic Office (Instituto Hidrográfico Británico), que informa a navegantes y organizaciones marítimas de todo el mundo. Agreguemos que su luz puede alcanzar unas dieciséis millas náuticas (sobre los treinta kilómetros). Hasta donde ya no se puede pasar, se puede llegar en coche desde la N-332, la carretera que cruza El Altet, Alicante o El Campello.
Vigilante con solera
La verdad es que el faro de Santa Pola llevaba mucho tiempo vigilante antes de su ocupación actual. Si por un lado este edificio cuadrangular, tipo mastaba de paredes rectas, que incluye, en el interior, una torre también cuadrangular rematada por una cornisa y el faro en sí, sirve para que los marineros puedan enterarse visualmente de la presencia interior de tierra, por otro, la baliza ejerció también como vigía de posibles males, como piratas o corsarios, que pudieran arribar a la costa.
El edificio actual, al que también podemos acercarnos andando, por ejemplo, desde el fin de la avenida de Escandinavia, en Gran Alacant, tras cruzar el mirador de l’Escolgador de Crist, se construía en 1858 reutilizando la torre de la Atalayola o, en valenciano, de la Talaiola. Precisamente, la torre cuadrangular sobre la que se montó el faro y que, pese a las sucesivas modificaciones, todavía puede adivinarse en su pasado esplendor vigilante.
Su luz puede alcanzar los treinta kilómetros
Una costa muy abierta
Desde el mirador ya se ve, casi ahí mismo, el faro. Pasado este, más al sur, otro balcón, tipo pasarela. Se viene a él por la continuación del sendero desde el que llegamos si elegimos andar, y luego, tras pasar el restaurado búnker militar montado por el ejército republicano, que le sirve a la cercana atalaya de vértice geodésico (posición geográfica exacta mediante triangulación con otros vértices). Obviamente, el búnker patentiza aún más la eterna labor de vigía encomendada a la zona.
Porque esta porción de la costa alicantina, trece abiertos kilómetros, ha tenido que defenderse siempre de ataques marinos. Por la época de construcción del edificio nuclear del actual faro, la Talaiola, el principal miedo era a los asaltos de los piratas bereberes, procedentes de la Berbería, el norte africano, el Magreb. En realidad, los bereberes o amaziges no son más que el conjunto de etnias norteafricanas, desde la costa hasta el Sahel (entre el desierto saharaui y la sabana sudanesa).
Se construyó como parte de una red de atalayas
Bajeles en el horizonte
No todos los bereberes eran piratas, y la propia Berbería sufría de ellos y de los corsarios cristianos, al igual que en el Levante español, pero la asociación entre digamos ‘profesión’ y procedencia fue tanta que acabó por acuñar la frase, tranquilizadora de no hay moros por la costa. Cierto es que muchos piratas bereberes podían ser cristianos renegados de sus señores, huyendo por ejemplo de abusos, o incluso gente a la aventura. Vamos, lo que el cine nos decía que eran los piratas.
Así que se arrugaban las frentes cuando, de pronto, aparecían por el horizonte los amenazadores jabeques, es decir, las embarcaciones bereberes, de poco calado (la parte de la nao sumergida, técnicamente la distancia vertical entre un punto de la línea de flotación y la quilla, la columna vertebral de la embarcación, desde donde nacen las cuadernas o costillas del barco). Eran muy manejables, bastante ligeros y capaces de navegar por aguas poco profundas.
Es también baliza internacional para radioaficionados
Un sistema de torres
Así que desde 1552 se emprende la construcción de un entramado de torres por la provincia alicantina. Por un lado, otean; por otro, conforman un sistema radiográfico (como servidores de Internet) que se comunican desde el litoral al interior. Aún sirven para ello: el faro de Santa Pola está matriculado como SPA046 por la Amateur Radio Lighthouse Society (Sociedad Faro de Radioaficionados, fundada en el 2000 por el guarda costero James Weidner, 1941-2018).
En Santa Pola, se construían a tal fin las torres de Tamarit, también de planta cuadrada y restaurada en 2008, ubicada en las salinas; la de Escaletes, redonda, sobre lo que fue atalaya andalusí, también en la sierra y en especial enfocada a la isla Tabarca; y la de la Talaiola. Si sus hermanas son hoy objeto de admiración turística e histórica, esta última, de momento, sigue sin poder jubilarse. Son muchos siglos ya, pero sigue haciendo falta, está claro.