El 28 de marzo de 1942 fallecía Miguel Hernández Gilabert en el Reformatorio de Adultos de Alicante, fruto de la tuberculosis. A la temprana edad de 31 años, se nos fue para siempre quien probablemente sea el literato más universal que ha dado esta provincia.
Para conmemorar el 80 aniversario de su defunción, en este periódico queremos recordar cómo fueron sus últimas vivencias. Sin duda la época más oscura de su vida, dado que pagó con creces su pertenencia al bando perdedor de la Guerra Civil.
Inicios y explosión literaria
Miguel vino al mundo en 1910, tercer hijo de una familia oriolana dedicada a la ganadería. Ya desde adolescente desarrolló una enorme pasión intrínseca por la literatura. Buscando nuevos retos viajó a Madrid, donde trabajó como asistente del escritor José María de Cossío.
Durante la década de los 30 se relacionó con la élite intelectual española y sudamericana, personas de la talla de Pablo Neruda o Vicente Alexandre. Fueron sus años de mayor producción poética.
Miguel se casó con Josefina en la enfermería de la cárcel para que pudiera acompañarle en su lecho de muerte
Soldado republicano
Poco después de estallar la Guerra Civil se afilió al Partido Comunista y se enroló en el ejército republicano. Combatió en varios frentes e incluso llegó a viajar a la Unión Soviética en representación del Gobierno de la República.
En un permiso Miguel aprovechó para casarse con su novia Josefina Manresa. Establecieron su residencia en Cox, de donde era originaria la familia de ella. Aquí tuvieron a Manuel Ramón (fallecido a los pocos meses de nacer) y a Manuel Miguel.
Cuando el ejército republicano colapsó, Miguel tuvo la oportunidad de intentar escapar al exilio a través de algún barco por el Puerto de Alicante. Sin embargo prefirió regresar a Cox con su familia.
Tras la guerra
Consciente de que su detención por parte de las autoridades franquistas era inminente, Miguel huye junto a su esposa e hijo hacia Huelva y cruzan de extranjis la frontera de Portugal. Sin embargo son detenidos por la policía lusa en la localidad de Moura e inmediatamente repatriados a España. Era el 3 de mayo de 1939.
Miguel Hernández fue encerrado en los calabozos de Rosal de la Frontera, donde fue torturado por la Guardia Civil, y luego en la prisión de Huelva para más tarde ser trasladado a la cárcel madrileña de Torrijos.
A pesar de que los tribunales franquistas iniciaron un sumario judicial contra él por su implicación en el bando republicano durante la guerra, sorpresivamente en septiembre el juez le pone en libertad. Probablemente esto se debiera a un afortunado error judicial dado el tremendo caos administrativo que reinaba en aquellos primeros meses del régimen por el aluvión de detenciones políticas producidas.
Gracias a un probable error administrativo fue liberado de prisión durante 14 días
Juicio
Los siguientes 14 días serían para Miguel Hernández los últimos de su vida en los que pudo sentirse libre. Regresó de inmediato a Cox para reencontrarse con su esposa e hijo y también visitó a sus padres en Orihuela. Probablemente él mismo fuera consciente de que su libertad iba a ser efímera y quisiera despedirse. Y tal cual así fue.
Tras ser de nuevo detenido, un consejo de guerra en Madrid le condenó a la pena capital. No obstante ésta no llegó a ejecutarse y acabó siendo conmutada a 30 años de prisión.
Desde ese momento volvería a vivir un carrusel de traslados penitenciarios: Palencia, Yeserías (Madrid) y Ocaña (Toledo). Por fin en junio de 1941 quedó establecido en el Reformatorio de Adultos de Alicante, el edificio que actualmente constituye la sede de los Juzgados de Benalúa.
Regreso a Alicante
Después de dos largos años sin verles, en su nuevo destino Miguel Hernández pudo recibir visitas frecuentes de su esposa e hijo. Aquel verano-otoño sería sin duda su etapa más feliz como preso. Incluso tuvo de compañero de celda al también literato Buero Vallejo.
De hecho el poeta oriolano escribió sus últimas poesías desde la cárcel como ‘Todo era azul’, ‘El niño de la noche’ o ‘El hombre no reposa’. También terminó aquí su ‘Cancionero y romancero de ausencias’, considerada por algunos como su obra cumbre. Sin embargo a partir de noviembre su salud empeoró.
Intentó escapar de la Dictadura Franquista por Portugal pero fue detenido
Enfermedad
Primero fue una bronquitis mal curada que evolucionó a tifus y luego a tuberculosis. Cabe señalar que los medios sanitarios del Reformatorio eran mínimos, hasta el punto que Miguel rogó por carta a Josefina que le enviara algodones para sanar sus heridas.
Cuando se hizo patente la necesidad de una intervención quirúrgica solicitó un traslado al Hospital Antituberculoso de Valencia para que ser tratado por especialistas en mejores condiciones, pero la autorización administrativa llegó demasiado tarde. El poeta acabó siendo operado en la propia cárcel, sin demasiado éxito.
Existe bastante consenso de que Miguel Hernández podría haberse salvado perfectamente si hubiera recibido una atención hospitalaria adecuada, pero no fue así. A principios de marzo ya es un hecho que sus horas están contadas. Apenas podía levantarse de la cama.
Boda en la enfermería
Ante esta situación Josefina solicita poder acompañarle en sus últimas horas, pero las autoridades le deniegan este derecho aduciendo que no es su esposa (el régimen franquista anuló todos los matrimonios civiles). La única solución que encuentran es realizar una boda cristiana en la propia enfermería del Reformatorio.
Aquello fue el 4 de marzo de 1942. El poeta abandonaría para siempre este mundo 24 días más tarde. Dejaba en su haber decenas de obras escritas y un hijo de tres años del que apenas tuvo tiempo de disfrutar.
Así de rápido se fue la vida de quien tanto dio por la literatura española. Dice uno de sus más famosos versos que “este rayo ni cesa ni se agota”. Lo mismo se podría decir de su poesía.