A la expectativa estamos: la plaza de Baix, en la que fue penúltima restauración, seguía manteniendo los árboles, su carácter de plaza antañona, pese a las nuevas líneas.
Le perpetuaban una personalidad ideal para servir como proemio, prólogo, a una visita al Ayuntamiento, mucho más a la iglesia de San Bartolomé, de 1779 y con escudo del conde de Puñonrostro, por la época Francisco Javier Arias-Dávila Centurión (1751-1802), también conde de Elda. Tranquilidad y linaje.
¿Y nos quitan los árboles, nos los cambian por macetones o jardincillos, como en la de Dalt, en lo más añejo hoy del vivir petrerí? Después de la primera quincena de mayo, tras las fiestas de Moros y Cristianos, el consistorio comenzaba una remodelación que, como recogieron estas páginas, pretende convertirla en “el epicentro de un gran proyecto de remodelación del centro histórico”. La verdad es que no siempre tuvo arbolillos, pero según proyecto habrá sombra.
Residentes de alcurnia
Como señalaba el artículo de Javier Díaz ‘La plaza de nuestras vidas’, publicado en este periódico en diciembre del pasado año, “ni siquiera se la ha conocido siempre con el mismo nombre: Mayor, de la Constitución, de la República o del Generalísimo, son los otros nombres”, que además “han venido dictados, en la mayoría de los casos, por los vaivenes políticos que ha vivido el país a lo largo de la historia”.
Pero el bautismo de Baix, enlazándola con la de Dalt, nos sirve y mucho para comprender cómo creció la ciudad. La serie británica ‘Arriba y abajo’ (‘Upstairs, Downstairs’, 1971-1975) nos hablaba de una estratificación: señores y sirvientes. Pero en Petrer no hablamos de pirámides sociales, sino de evolución. Como revela Díaz, este espacio sirvió “de residencia a algunos de los mayores propietarios y familias más prestigiosas de la villa”. Otra distribución.
La urbe surgió en el solar alrededor del castillo
Repoblamientos generosos
Digamos que el Petrer actual nació y se desarrolló en el solar que circundaba al castillo, en especial tras los repoblamientos después del vacío dejado por la expulsión de los moriscos (musulmanes forzosamente bautizados como cristianos) del actual municipio. El veintidós de septiembre de 1609, de 240 familias que habitaban el término quedaban siete, según la documentación de la época.
Gentes de Agost, la Foia de Castalla (Biar, Castalla y Onil), Mutxamel, San Vicente del Raspeig o Xixona arribaron no solo para suplir el hueco: se convirtieron en los futuros petrerins y, con ellos, la villa comenzó en serio a bajar en busca de las partes llanas de la comarca, el valle del Vinalopó.
Hacía falta más espacio vital, además de ampliar la huerta en unas tierras a las que sacian manantiales como Bienvenida, Caprala, la Esperanza o Santa Bárbara.
En veinte años aumentó la población un doscientos cincuenta por cien
Con trazado árabe
Esto comenzó a producir una clara diferenciación urbanística. Arriba, calles estrechas y en pendiente, el típico trazado laberíntico de claro aliento árabe de las alturas. Crecían las viviendas generalmente intramuros, alrededor de la ‘casba’, ‘casbah’, ‘kasbah’ o ‘qasbah’, o sea, el castillo o alcazaba. Creaban un entorno umbrío, fácil de defender si el enemigo cruzaba la muralla.
La construcción en dédalo, de sombreadas calles estrechas más resistentes a los embates del viento, originaba un modo de vida volcado al interior de viviendas con patio, en busca del frescor, al tiempo que incrementaba la defensa de enemigos exteriores, si estos lograban atravesar la muralla.
Pero conforme nacían nuevas barriadas, en zonas llanas, las arterias de la población se ensanchaban. Esto habrá de notarse especialmente en los incrementos demográficos del XX.
Las calles estrechas en lo alto fueron anchas en lo llano
Crecimiento demográfico extramuros
Un recorrido desde la plaza de Dalt, que queda cerca pero ya extramuros (lo alcanzamos por San Rafael), hasta la de Baix, por Rector Bartolomé Muñoz, que nos deja a las mismas puertas de la iglesia en nada (si vamos andando, es cuesta abajo), nos permite intuir o mayormente apreciar este Petrer nada urbanita, pintoresco.
A partir de la de Baix, ya comenzamos a sumergirnos en el crecimiento ciudadano. Las décadas aparecen representados por los diseños arquitectónicos.
Los borbotones demográficos fueron dejando huella. Si en 1950 contamos ya con 6.213 residentes, en 1960 pasaremos a 10.650, y a 15.804 en 1970 (en 2001 censaban 34.009). En solo veinte años nos encontramos con un aumento del doscientos cincuenta por cien. Y con la conurbación con Elda a la vuelta de la esquina.
Extrarradio y conurbación
El barrio de la Frontera, por la avenida de Madrid (la carretera pasaba por aquí), con la impronta urbanita al frente, fue antaño acequia que separaba lindes. Finalmente, tras un intento de fusión, en 1969, Elda-Petrer al trágala, llegó la paz, y luego la mancomunidad de servicios de 1972. Pero ya es otra historia.
La avenida de Madrid se nos queda muy lejos de las plazas de Baix y Dalt: nos encontramos en una zona que ha ido creciendo impulsada por nuevas urbanizaciones. Pareados, edificios altos, parques, el camino viejo de Elda. Ya no es el Petrer con solera, pero sí hijo suyo. Aunque allá arriba, más desde que lo rejuvenecieron en 1982, el castillo también podría hablar de paternidades.