El verano es tiempo para la contemplación y la introspección. El que más y el que menos, aprovecha estos días de calor que invitan al relax y a la nadería, a buscarse un rincón en su refugio favorito, contemplar lo que le rodea y dejarse llevar por pensamientos más o menos trascendentales. Más o menos absurdos. Más o menos posibles.
Y en esas está el que esto escribe, esperando a Domingo Berenguer, Jean Luc Vandevalde y Vicente Navarro mirando al mar Mediterráneo, y el contraste que este hace con el blanco perfil del pueblo de Altea y su corona azul en forma de cúpula de la iglesia de Nuestra Señora del Consuelo; pensando si esa Altea que luce tan bonita bajo el sol del verano sería la misma sin la impronta que en ella dejó Pepe ‘Barranquí’.
Creador del Centro de Iniciativas Turísticas, del Castell de l’Olla y los Moros y Cristianos, murió el pasado mes de febrero
Una vida dedicada a Altea
Y no, claro que no lo sería. Y por supuesto que es imposible siquiera pensarlo. Y llega Domingo junto a Jean Luc, amigos de Barranquí. Y llega Vicente, su hijo. Y allá, bajo la sombra de un pino del restaurante La Olleta, el negocio que puso en marcha en 2006, hablan los tres de sus recuerdos y aventuras. De la huella que dejó en los que le conocieron.
De su carácter en el que, para lo bueno y lo malo, no había escalas de grises. Y de lo poco, en eso coinciden, que casi medio año después de su pronto fallecimiento con 69 años se le ha reconocido en la villa por la que vivió.
Y hablan los tres. Contestan preguntas mientras sonríen entre sorbo y sorbo a sus refrescos. Y vuelven los recuerdos. Uno habla. Los otros asienten. Y se turnan en una conversación que dura lo que tardan en llegar otros compromisos, porque la vida de Barranquí no cabe en una conversación. Como tampoco lo hace en estas dos páginas.
Amor por su pueblo
“Él quería más a Altea que a su propia familia”. La sentencia, que podría sonar a reproche por el tiempo robado, no guarda, cuando es pronunciada por su hijo, ninguna traza de recriminación. Al contrario, sólo se detecta en su tono orgullo. El mismo que cuando escucha como Domingo, compañero de tantas aventuras, explica cómo Pepe Barranquí cambió Altea para siempre y cómo se le quiebra un poco la voz al recordar.
O a Jean Luc, un belga que llegó a la Altea de 1978 y en cuyo camino se cruzó Barranquí, por aquel entonces empeñado en poner en marcha el Centro de Iniciativas Turísticas, los Moros y Cristianos, su primer restaurante y tantas otras cosas. “Yo no sabía hablar casi nada de español ni sabía nada de Altea, pero desde el primer momento nos hicimos amigos”, recuerda. Gracias a él, “ahora soy casi más alteano que belga”.
Las personas que más le conocieron lamentan que su figura no esté lo suficientemente reconocida en su pueblo
Iniciativa turística
“Uno de los primeros recuerdos que tengo con él es de agosto de 1977”, dice Domingo. “Él dirige, junto a un grupo de amigos, la formación del Centro de Iniciativas Turísticas. Montamos un tinglado enorme. Cerramos todo el caso antiguo de Altea e hicimos diversas actividades. Especialmente música, teatro, fotografía, pintura…”.
De la mente de Barranquí, que era el ideólogo del asunto y que “conocía a todo el mundo y conseguía que todo el mundo se le pusiera al teléfono”, nació aquella iniciativa que, vista con la perspectiva del tiempo, bien podría considerarse como una fenomenal aproximación a lo que más tarde serían las oficinas de promoción de destino.
Un visionario
Ya por aquel entonces, en la mente de Barranquí se dibujaba el enorme potencial turístico que podía tener Altea, pero, a la vez, sabía que para conseguirlo no debía renunciar a la esencia misma del pueblo.
“En aquella época vivían aquí muchos pintores”, recuerda Berenguer. Y haciéndose valer de esos artistas y del profundo conocimiento de su tierra, de la que durante muchos años fue cronista oficial, supo encontrar el equilibrio perfecto para que su Altea diera el salto al turismo sin dejarse el alma en ello.
Durante varios años ejerció como cronista oficial de Altea
Cronista oficial
“No sé la cantidad de libros, documentos y cosas que puede haber en la biblioteca de mi padre”, dice Vicente. Todo, o gran parte de ello, conforma, seguramente, uno de los mejores y más extensos fondos documentales sobre Altea, sus gentes, su cultura y su historia. Aquello apasionaba a Pepe Barranquí hasta tal punto de acabar siendo nombrado cronista oficial.
Incluso ese cargo supo convertirlo en algo provechoso -si es que la parte literaria no lo es de por sí- para su querida Altea “y montó aquí el Congreso Nacional de Cronistas Oficiales”, algo que por aquel entonces pasó desapercibido y que ahora podríamos señalar como el inicio del turismo MICE (Meeting, Incentives, Conferencing & Exhibitions, en inglés) en la Villa Blanca.
Moros y Cristianos y Universidad
No habían pasado todavía dos años desde aquella iniciativa turística cuando, como sigue recordando Domingo, “en 1979 pidió ser Clavario Mayor de las fiestas de Altea. Ya por aquel entonces, al grupo de amigos inicial se nos había ido uniendo más gente y es el primer año, porque él se empeñó en ello, en el que se introducen los Moros y Cristianos en Altea”.
Nicu Bugeda, que también conoció bien a Pepe Barranquí, no quiere olvidar que “él fue el gran promotor de la Facultad de Bellas Artes de Altea”. Fue gracias a él, que “hizo toda la fuerza en el ámbito institucional y político” que la UMH acabaría apostando por la Villa Blanca como ubicación de esa facultad.
Un amor por la cultura que, insiste Bugeda, también queda patente en el hecho de que pusiera en marcha “la editorial Aitana”.
El Castell de l’Olla y los Moros y Cristianos de 2022 rendirán un sentido y merecido homenaje a su gran impulsor
La luminosa idea del Castell de l’Olla
Llegó entonces el segundo domingo del mes de agosto de 1987 y quiso el destino que fuera la noche de un día muy especial en el calendario festivo español, el día 15, cuando la bahía de Altea se iluminara como nunca lo había hecho antes y como nunca lo ha dejado de hacer (salvo por los dos años de pandemia) desde entonces con el Castell de l’Olla.
Quizás fue esa, con permiso de tantas otras cosas, la gran herencia que dejó Pepe Barranquí para su pueblo. Lo vio crecer y convertirse en el principal atractivo turístico del verano de la Villa Blanca. Disfrutó de observar como cada año eran miles las personas que se daban cita frente a la isla de la Olla para contemplar ese espectáculo único que, como los Moros y Cristianos, nació de su imaginación.
Incomprendido
Vistas con el prisma del tiempo, las muchas ideas que puso en práctica Pepe Barranquí en su vida aguantan pocas críticas, pero como todo lo que rompe con lo que se ha hecho ‘toda la vida’, algunas de esas iniciativas levantaron ciertas ampollas en la sociedad alteana de la época.
Domingo y Jean Luc coinciden en que “seguro que no siempre se le comprendió. Después, conforme él iba montando las cosas, la gente lo agradecía. Lo que pasa es que tenía un carácter muy independiente. Él tenía una idea y como no pedía favores a nadie, tiraba para adelante y puede que haya gente que podría tener una imagen un poco distorsionada de él”.
«Como padre no lo he tenido porque él amaba Altea y veía eso más importante, y yo lo veo muy bien y lo respeto» V. Navarro
Proyecto inacabado
La vida y la maldita enfermedad se llevó demasiado pronto a Pepe Barranquí. Con 69 años y muchas ideas en la cabeza, todavía tenía muchas cosas que hacer y que aportar. Nunca sabremos, porque tampoco sus amigos y su hijo se atreven a dar una respuesta rotunda sobre ello, cuál sería ese ‘gran proyecto’ inacabado, pero lo más probable es que tuviera algo que ver con las letras y la memoria.
“Él siempre me dijo que quería hacer una historia completa de Altea. Es algo que decía ‘ya lo haré’. Eso seguramente se haya quedado por hacer”, atisba Berenguer. Pero Vicente, su hijo, también habla del trinquet. “Yo no sé si en Altea hay o no suficiente afición para hacerlo, pero él ya estaba hablando con unos y con otros para construir uno, porque le gustaba mucho”.
Una gran mujer
Pero Pepe Barranquí, además de muchas ideas y mucha capacidad de trabajo para llevarlas a cabo, dispuso de tiempo para implementarlas, algo que habría sido imposible sin el apoyo de su mujer, Pepa Bañuls. Ella, como en tantas otras historias, es la gran olvidada de esta.
“Yo siempre le recuerdo en la biblioteca y mi madre le tenía que llamar para que viniera a comer”, recuerda Vicente. “Siempre he dicho, sin que sea una crítica, que quería más a Altea que a la familia. Como padre, no lo he tenido porque él amaba Altea y lo veía eso más importante y yo lo veo muy bien y lo respeto. Además, gracias a eso, ahora puede que valore más algunas cosas porque yo no las tuve”.
Su biblioteca guarda auténticos tesoros sobre la historia de la Villa Blanca
Momentos difíciles
Durante este mismo mes de agosto y el próximo mes de septiembre llegarán las primeras ediciones del Castell de l’Olla y de los Moros y Cristianos sin Pepe Barranquí, y su recuerdo estará muy presente en todas esas celebraciones. Pero serán unos días y semanas complicados para su familia que, como reconoce Vicente, las vivirá “con más emoción porque, además, este año es el 40º aniversario de El Cranc y queríamos hacer algo chulo, pero no lo podremos hacer con él”.
En el otro lado de la balanza estará el orgullo y la alegría de ver que “todo será, creo, un homenaje a él y a su figura y todo ello será muy emocionante. A los Moros no estoy tan vinculado, pero sí tengo muchas ganas de que llegue el día del Castell de l’Olla. Creo que será un día duro, pero muy bonito. Y que, al menos esta Cofradía y este grupo de amigos, le van a hacer el homenaje que le toca”.
Poco reconocido
Los dos amigos y el hijo coinciden en que la figura del Barranquí no ha sido, al menos todavía, lo suficientemente valorada y reconocida en el pueblo al que dedicó su vida. El que con más contundencia se expresa es, una vez más, Domingo Berenguer. “Yo creo que no se le ha reconocido lo suficiente, pero sé que soy muy parcial porque era muy amigo. Ahora, después de muerto, todos queremos quedar bien, pero ya es tarde”.
A Domingo se le quiebra un poco la voz y afirma que “él ha luchado mucho y ha hecho una gran labor por Altea de forma absolutamente desinteresada. Nunca ha pedido nada a cambio”. Por primera y última vez, el periodista interviene. “Quizás tenga que pasar un tiempo para que todos se den cuenta de lo importante que fue en sus vidas y cuando llegue ese momento, también lo hará el reconocimiento. Quizás, mejor tarde que nunca”.
Ellos, se miran, asienten, y vuelven a mirar al Mediterráneo y casi se puede leer en sus ojos que buscan allí alguna señal de su amigo. Alguna respuesta.