Hagamos un viaje en el tiempo. Un largo viaje en el tiempo. Situémonos en un momento en el que el curso escolar acaba de comenzar y en el que los últimos calores del verano todavía se dejan notar en las calles de Benidorm.
En la televisión, que pocos meses antes ha vivido la revolución de las cadenas privadas, triunfan todavía algunas reposiciones de El Equipo A y el Coche Fantástico que rivalizan con los ceñidos bañadores de David Hasselhoff y Pamela Anderson, y las gracietas de un jovencísimo Will Smith que se las hacía pasar canutas a su tío en Bel Air.
En España, que se comenzaba a acostumbrar a viajar a más de 300 kms/h en tren, comenzaba ya la resaca de unos recién terminados Juegos Olímpicos y de la Exposición Universal de Sevilla. Madrid volvía a ser, tras su capitalidad cultural, la ciudad canalla que siempre ha sido. Estamos, claro está, en el inicio del otoño de 1992. Todo había ocurrido y en el país todo el mundo se preguntaba ‘y ahora, ¿qué?’.
Miguel Induráin, que acababa de ganar su segundo Tour, era la gran baza española
Un último gran evento
Pero no. No todo había ocurrido ya. En la Comunitat Valenciana quedaba la traca final de los mundiales de ciclismo. En València se había construido el velódromo de Burjassot y allí los mejores ‘pistards’ se batieron en unas jornadas históricas que, al menos para el gran público, sólo fueron el prólogo de lo que vendría, sólo unos días más tarde en Benidorm.
En la capital turística se celebró, los días 5 y 6 de septiembre -todavía quedaba algún tiempo para que la cita se convirtiera en una fiesta de toda una semana- en el epicentro del ‘Planeta Ciclismo’ con la disputa del mundial de carretera.
Circuito exigente
Benidorm ya sabía por aquel entonces lo que era acoger una gran prueba del deporte del pedal. La ciudad era, de forma alterna cada año, salida o llegada del GP Luis Puig -desaparecido en 2005 y ahora recuperado con el nombre de Clàssica Comunitat Valenciana 1969 con salida en La Nucía-.
Además, era lugar de paso casi obligado para la Volta a la Comunitat Valenciana, y parada y fonda habitual del pelotón de la Vuelta a España -que todavía se disputaba en el mes de abril-.
Pero el Mundial era otra cosa. Algo mucho más grande. Y para ello se diseñó un circuito de los de entonces: exigente y sin tantas florituras como los actuales. Un bucle con salida y llegada en la avenida Jaume I que, desde ese punto, ponía rumbo a Finestrat, un puerto no muy duro para un ciclista profesional, pero que a fuerza de subirlo una y otra vez, debía desgastar al pelotón y separar la paja del grano.
Gianni Bugno, defensor del título, no había tenido su mejor temporada antes de llegar a Benidorm
El deporte de moda
Estamos, recordemos, en 1992 y el ciclismo español vive uno de los mejores momentos de su historia hasta entonces. En 1988 Pedro Delgado había ganado el Tour de Francia. El segoviano, ídolo de masas, centraba a finales de los 80 toda la atención mientras a su lado un robusto mocetón navarro, con hechuras de ‘clasicómano’ -demasiado pesado para los grandes puertos, decían-, comenzaba a dar muestras de su potencial.
Tanto que ya en 1992 un tal Miguel Induráin llegaba a Benidorm con dos ‘Grande Boucle’ en su hoja de servicios y convertido en uno de los grandes favoritos para una carrera en la que España aspiraba, con el entonces imbatible ‘Miguelón’, a conquistar al fin su primer maillot arcoíris.
Dos favoritos y un ‘outsider’
Las cosas pintaban bien para España. Unos días antes, entrenando, uno de los grandes favoritos para aquel día, el belga Johan Museeuw, se había estampado contra un muro a la salida de Finestrat y se recuperaba de sus lesiones en el Hospital de La Vila Joiosa. La cosa, en principio, quedaba entre un jovencísimo Laurent Jalabert, que había explotado de forma definitiva en el Tour -se llevó una etapa y el maillot verde- y, claro, Induráin.
Muy pocos contaban el día 5, víspera de la prueba, con Gianni Bugno, el italiano defensor del título. Se había subido al tercer escalón del podio de París y había ganado la Milán-Turín, pero su temporada, en términos comparativos con las anteriores, había sido bastante floja. Pero llegaba enrabietado y con hambre.
Laurent Jalabert, que acabó segundo, era el gran favorito antes de la salida
A fuego lento
Llegó el día y las cosas se desarrollaron como cabía esperar. El alto de Finestrat iba haciendo su callado trabajo, dejando fuera de juego, vuelta a vuelta, a los más débiles. El grupo de favoritos se fue reduciendo a medida que iban pasando los kilómetros y allí resistían, salvo alguna ya olvidada excepción -las injusticias del desmemoriado deporte de elite-, los mejores.
España, poco acostumbrada por entonces a bregarse en el ciclismo de un día, dejó todo el peso de la carrera a italianos y franceses. Suficiente tenían aquellos corredores ‘vueltómanos’ con resistir el mayor tiempo posible junto a ‘Miguelón’. Y, de pronto, la última vuelta. El sprint final que pica para arriba en Jaume I.
Bugno, arcoíris
Y allí Miguel Induráin arrancó fuerte, el ácido láctico disparado. Ese dolor de piernas que hace que la cabeza pida parar a gritos mientras el corazón, desbocado, gana la partida exigiendo un último esfuerzo. Jalabert, mucho más rápido, que parece que se va a llevar el gato al agua cuando, de repente, Bugno, de la nada, emerge para levantar los brazos y revalidar el título. El primer arcoíris español tendría que esperar todavía un poco más, hasta 1995 en Duitama.
Han pasado 30 años de aquello. Tres décadas en las que el ciclismo no ha sido ajeno a Benidorm y que el próximo día 22 de enero, con la disputa de la Copa del Mundo de ciclocross en el Moralet, volverá a vivir un día grande en la historia deportiva de la ciudad.