Fue uno de los artistas más reconocidos de su tiempo. Gozó de prestigio y conoció los ambientes culturales más influyentes de la época. Supo ver como pocos la luz, los paisajes y las gentes de Elda y de Petrer, los cuales le sirvieron de inspiración para dar vida a unos cuadros que hoy cuelgan de colecciones privadas y entidades públicas.
Treinta y dos años después del fallecimiento del pintor Gabriel Poveda, ocurrido el 1 de septiembre de 1990, es momento de recordar a un hombre poco conocido quizá para las nuevas generaciones, pero cuya figura sigue estando aún muy presente en los círculos culturales locales.
De hecho, y como prueba del cariño con el que aún se le recuerda por aquí, su nombre rotula el callejero de sendos espacios públicos en Elda y en Petrer, las dos localidades que le vieron crecer artísticamente y que le inspiraron para dar vida a algunas de sus mejores creaciones.
Elda y Petrer cuentan con dos espacios públicos dedicados a su memoria
Nacimiento en Brasil
De familia de origen petrerí, Gabriel Poveda Rico vino al mundo hace ciento diez años, concretamente el día 12 de agosto de 1912 en Sao Paulo, Brasil, donde sus padres habían emigrado tiempo atrás huyendo de la sequía y de la mala situación económica que azotaban la comarca del Vinalopó a principios del siglo XX.
Allí, en la metrópoli sudamericana, transcurrirían los primeros años de la vida del joven Gabriel hasta que, en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, la familia Poveda al completo se traslada a Lyon, donde durante tres años residirían en esta ciudad del sureste francés.
En 1920 se mudan definitivamente a España, viviendo primero un año en Petrer y posteriormente trasladándose a Elda, donde establecerían su residencia definitiva por el trabajo que el cabeza de familia encontraría en la ciudad zapatera.
Gabriel, mientras tanto, comienza a asistir a las Escuelas Nacionales, situadas en lo que es hoy la avenida de Chapí, destacando desde bien pronto por sus cualidades y su afición por el dibujo.
La mayor parte de su vida residió en Elda
Retratos ilustres
Con catorce años realizó un cuadro del conocido poeta eldense ‘El Seráfico’ para la Sociedad Cultural Casino Eldense, que en agradecimiento le nombró Socio Honorífico.
Animado por el éxito, su facilidad con los pinceles le llevaría a pintar un más que notable retrato de Emilio Castelar, que donaría al Ayuntamiento de Elda y por el que la corporación municipal le obsequiaría abriéndole una libreta de ahorro con la cantidad de 150 pesetas diferidas hasta su incorporación a filas. Un cuadro que desaparecería, lamentablemente, años después.
Tiempo de aprendizaje
En 1929, año de infausto recuerdo que pasaría a la historia como el del crack de la bolsa de Wall Street que arrastró a un colapso económico al resto del planeta, Gabriel Poveda siguió aprendiendo y consolidando su amor por el dibujo y la pintura con el objetivo de convertirse en un gran artista.
Durante esta época realizaría prácticas por espacio de seis meses en la vecina localidad de Monóvar con el veterano copista del Museo del Prado Juan Mallebrera, que le serviría además para ingresar, con tan solo diecisiete años, en la Academia de Bellas Artes de Barcelona, donde cursó estudios durante tres años.
Fue alumno en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid
Trabajos de supervivencia
Al mismo tiempo de su estancia en la ciudad condal, y para mantenerse económicamente, realizó diversos trabajos. Además de lo artístico, durante aquellos años de aprendizaje conocería a René, que con el tiempo se convertiría en su esposa y madre de sus hijos.
Su vena artística continúa depurándose durante estos años pintando paisajes y calles de Elda y de Petrer durante las vacaciones veraniegas. Así, en 1932 realiza un paisaje urbano de Petrer tomado desde el viejo cementerio, que sería expuesto en el Café de la República y que con motivo del mismo los amantes de la cultura petrerí de la época le rendirían un pequeño y sentido homenaje con discursos y poesías dedicadas a su figura. Un acontecimiento que Gabriel recordaría siempre con gran cariño.
Estancias en Madrid y en París
Terminada su aventura barcelonesa se traslada a Madrid, para ampliar conocimientos y conocer nuevos ambientes artísticos en una ciudad que vivía con gran efervescencia los años de la Segunda República.
En la capital española ingresó como alumno libre en la prestigiosa Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, una de las más sobresalientes instituciones culturales de nuestro país repleta de obras de grandes maestros de la pintura universal, donde sería discípulo del pintor valenciano Manuel Benedito, que había sido a su vez aprendiz de Joaquín Sorolla.
En 1935 realizó unos trabajos de encargo en el cine Cervantes de Elda y continuó alimentando su creatividad con un viaje a París, que en aquellos años era el epicentro de las vanguardias europeas. En la ciudad del Sena residiría durante un año y se empaparía de los ambientes culturales que allí se respiraban. Su estancia en la capital francesa le resultó dura y positiva al mismo tiempo.
Tras la Guerra Civil estuvo preso por sus ideas contrarias al bando vencedor
La guerra frenó su carrera
De nuevo en Elda, marcha a Madrid en junio de 1936 y posteriormente a Zaragoza, donde le sorprendió el estallido de la Guerra Civil, periodo durante el cual ejercería en un puesto de mando de telemetrista naval en Cartagena.
Una vez finalizada en 1939 la guerra que enfrentó a las dos Españas, Gabriel sería arrestado durante tres meses en la prisión militar del Castillo de Galeras de Cartagena, junto a otros mandos del ejército republicano.
Ya por fin en Elda se casa con René, fruto de cuyo matrimonio nacería en 1940 su hijo Dante. Sin embargo, los negros nubarrones se cernerían de nuevo sobre la felicidad conyugal al sufrir otro encarcelamiento por su militancia de izquierdas. En esta ocasión estaría preso durante dos largos años en el reformatorio de Alicante, al término de los cuales recobraría la ansiada libertad.
Penurias económicas
Los años de posguerra fueron muy duros y con muchas penalidades. Los bienes escaseaban en la mayoría de los hogares y muchos se veían obligados a soportar situaciones límite para conseguir llevarse algo de comer a la boca.
El caso de Gabriel no fue muy distinto al del resto de españoles, y no tuvo más remedio que buscarse la vida realizando todo tipo de trabajos para conseguir sacar adelante a su familia. Así, encontraría diversos empleos como pintar fachadas, puertas, ventanas, rótulos, etc.
Mientras tanto, el tiempo libre que le dejaban sus obligaciones laborales lo empleaba en seguir cultivando su gran pasión: la pintura. Con sus lienzos acudió a cuantos certámenes artísticos provinciales y nacionales se cruzaron en su camino y en todos ellos obtuvo grandes alabanzas por su obra.
En 1950 realizó en Casablanca su primera exposición en solitario
Exposición en solitario
1950 es importante en la trayectoria personal y profesional del pintor. En este año una gran noticia le colmaría de felicidad con la llegada al mundo de una hija, la pequeña Teresani.
Parece que por fin la suerte de Gabriel comienza a cambiar. Prueba de ello es la realización en ese mismo año de su primera exposición en solitario en la ciudad marroquí de Casablanca.
Sus obras logran el aplauso unánime de crítica y público y gozan de cierto prestigio y reconocimiento por un estilo muy depurado, que había ido obteniendo gracias a su talento natural y a años de aprendizaje. El éxito con los pinceles le lleva a encadenar exposiciones en ciudades como Petrer, Elda, Alicante, Barcelona o Avignon.
Nace Leirbag
A partir de la década de los 60 comienza a ser conocido artísticamente como Leirbag, el seudónimo formado con su nombre de pila escrito al revés y con el que en adelante firmaría sus cuadros.
También en esta época comienza en su domicilio eldense una labor docente, enseñando las técnicas a futuros artistas, con la creación de una escuela de pintura local. Entre sus alumnos se encontraba Miguel Ángel Esteve, que desarrollaría posteriormente una importante carrera como pintor.
Menos conocida es su vinculación con las fiestas de Moros y Cristianos de Elda, para las que realizó dibujos y bocetos sobre las indumentarias de las diferentes comparsas.
Sus cenizas fueron esparcidas por la sierra del Cid
Reconocimiento artístico
Las exposiciones se sucedieron a la par que su éxito profesional. Su estilo artístico se consolidó. La crítica entonces comienza a hablar apasionadamente de Leirbag como ‘el poeta del pincel’.
Gabriel, por su parte, define sus cuadros como “monocromos, sin disonancias”. Afirmaría que para reflejar el alma de las cosas “hay que profundizar en ellas y pintar las cosas por dentro, no por fuera”.
Pintaba con maestría los paisajes, los rincones y lugares típicos de nuestros pueblos, los retratos… a la vez que dominaba las distintas técnicas: dibujo, óleo, plumilla y acuarelas. Era un gran observador del pueblo, sus costumbres y sus habitantes, con el Valle del Cid como gran protagonista de su obra.
Elda y Petrer en el corazón
Hasta prácticamente su último aliento seguía en plena forma trabajando infatigablemente con sus pinceles y su paleta. Cuando la muerte le sorprendió el 1 de septiembre de 1990, se encontraba preparando la exposición de su obra en la sala de exposiciones de CaixaPetrer, que a la postre se convertiría en su muestra póstuma, en el testamento artístico de un hombre que amaba con fuerza los paisajes urbanos y rurales de nuestro valle.
En el centenario de su nacimiento, los Ayuntamientos de Elda y de Petrer le dedicaron, en 2012, una muestra antológica en la que se pudieron contemplar algunos de sus cuadros más significativos.
Además, como signo de agradecimiento, ambos consistorios han puesto el nombre de Gabriel Poveda a dos espacios públicos del callejero municipal (en Petrer una calle y en Elda una plaza) para inmortalizar a un pintor que siempre llevó muy dentro su amor por el valle.
Cumpliendo sus últimas voluntades, sus cenizas fueron esparcidas en la sierra del Cid, donde se han fundido para siempre con los campos y los bellos paisajes que tantas veces retrató.