Entrevista> José Albero / Pintor y Premio Ciutat de Benidorm (Beneixama, 23-septiembre-1943)
José Albero se empeña en que le llamen Pepe. Es una de esas personas que, al conversar, atrapa al interlocutor desde la primera frase. De trato exquisitamente amable y cercano, es difícil no dejarse llevar por una agradable sensación de paz al escuchar su lúcida reflexión sobre la vida y lo que en ella acontece.
El próximo día 9 d’Octubre recibirá el premio Ciutat de Benidorm, una de las más altas distinciones de la ciudad a la que llegó hace casi seis décadas cuando todavía era un pueblo y que define como “única e irrepetible” y cuya alma aspira, a través de su pintura, a exportar a todo el mundo.
Muchas veces hace usted referencia al término ‘libertad’.
Dicen que la libertad empieza por uno mismo, pero yo no creo en eso. La libertad está en función de aquellos que nos rodean. Es algo muy importante. Libertad y afecto son lo mismo.
Tengo un amigo que dice que todo el mundo le quiere. Unos bien y otros mal. Eso es algo que también me pasa a mí, aunque creo que muchos me quieren bien. Eso es algo muy importante.
«Confío en que los que me han dado el premio me conozcan bien. En realidad, lo sé, entre otras cosas, porque algunos han sido alumnos míos»
Es que si le quisiesen mal, no le darían un premio como el Ciutat de Benidorm.
Confío en que los que me han dado el premio me conozcan bien. En realidad, lo sé, entre otras cosas, porque algunos han sido alumnos míos y han alcanzado cotas de intelectualidad fuera de lo normal. Por lo tanto, no creo que traicionen a sus propios principios intelectuales.
Sobre todo, o al menos eso creo, porque cuando nos hacemos mayores sólo recordamos a aquellos que fueron buenos maestros.
Espero que sea así. En mi caso, espero que me recuerden, más que como un docente, como un amigo que les enseñaba o les intentaba transmitir las enseñanzas que había recibido en mis estudios. Nada más.
Aparte de eso, una gran dosis de humanidad. Eso era para mí lo más importante. Más que el programa estricto de la asignatura. Yo también di educación física y es evidente que no soy un atleta, pero quería enseñar las ventajas de una buena preparación física.
¿Cómo fue su aterrizaje como profesor, en 1966, en el Lope de Vega de Benidorm?
Llegué el año en el que se inauguró la residencia. Recién salido de los estudios y queriendo comerme el mundo. Me dieron dos opciones: Canarias o Benidorm. No preguntes porqué, pero elegí Benidorm. Ese fue mi primer triunfo.
Cuando llegué vi al conserje y dos niños: uno de ellos era Eduardo Zaplana. Pregunté por el resto de los alumnos y me dijeron: “hoy es domingo”. Ese fue mi primer despiste.
«Mi primer día de clase pregunté por los alumnos y me dijeron: hoy es domingo. Ese fue mi primer despiste»
Han pasado casi 60 años desde entonces. ¿Cómo ha cambiado Benidorm a ojos de un artista?
Hay dos maneras de verlo. Existe el deseo de dibujar y pintar aquel Benidorm que ya no se puede fotografiar. Eso es algo que me ilusiona. Lo que ocurre es que, además de dibujarlo con añoranza, me doy cuenta de que es algo que no va a volver. A la vez, me gusta vivir el Benidorm presente. Todo lo que vivo y oigo, no muere.
El actual Benidorm es impresionante. Me produce un dolor enorme cuando alguien dice que aquí no se puede estar. Pues yo le digo: no vengas. Lo único real es que cada vez viene más gente y eso quiere decir que se está bien. Esos agoreros, si no están bien, que se marchen. Pero que no toquen Benidorm.
A lo largo de su carrera, ¿qué es lo que más le ha empujado a pintar?
La rebeldía y la libertad. La rebeldía me la inculcó Salvador Dalí. Este hombre pintaba lo que la realidad le sugería porque, al fin y al cabo, la realidad es distinta para cada uno. Lo que él veía en esa realidad visual lo transformaba en un mensaje. Eso era y es lo más importante.
Yo intento interpretar una realidad. Si lo consigo o no, eso no lo sé.
«El actual Benidorm es impresionante. Me produce un dolor enorme cuando alguien dice que aquí no se puede estar»
¿Está trabajando ahora mismo en alguna nueva obra?
Ahora mismo llevo una amalgama de cuadros que ni yo mismo me entero. De vez en cuando retoco alguno.
Ha nombrado a Dalí, que decía que él era el surrealismo. Si usted tuviera que hacer una afirmación tan categórica, ¿qué sería?
¡Esa pregunta es venenosa! Lleva curare en la punta (ríe). Él lo decía, pero sabía que no. El surrealismo eran Juan Gris y otros. Definirse a uno mismo es muy difícil, pero lo que sí que quiero es ser un elemento en la sociedad que no intenta cambiarla, aunque sí transformarla. Pero no como quiero, sino con unos valores que he adquirido y creo que son buenos.
¿El arte sigue siendo un buen vehículo para transformar una sociedad?
Sí. Helarte, con hache, es morirse de frío. Pero las bellas artes, igual que la música, la poesía, la arquitectura… todo cambia la sociedad. El problema es que el político, y no me quiero meter en este tema, intenta que eso no ocurra. O, al menos, lo quiere amoldar a su sistema y eso es algo muy delicado porque la filosofía política es algo mucho más profundo.
«Quiero ser un elemento en la sociedad que no intenta cambiarla, aunque sí transformarla»
¿Cuál es su mayor obra?
Mis dos hijos. Y esa es una obra que no puedo transformar. Tampoco me dejan.
En cuanto a pintura, hay un retrato del rey en el ayuntamiento del que me siento muy satisfecho. Reflejé lo que a mí me sugería en ese momento Felipe VI. También tengo algún cuadro surrealista, uno de ellos se quedó en Nueva York y otro lo tengo en casa.
¿Le ha ocurrido que, trabajando en un cuadro, se lo ha tenido que quitar literalmente de encima porque siempre lo ve inconcluso?
Siempre. Un cuadro no muere nunca. Siempre me tengo que quitar los cuadros de encima. Tengo uno que hice a un profesor de la Universidad que ya murió. Lo hice como homenaje a él y ese ya no lo puedo modificar. Todo ello forma parte de mi evolución… o mi involución, no lo sé.
Yo no sé si el síndrome de Stendhal existe o no, pero ¿ha sentido alguna vez algo cercano a un ‘stendhalazo’?
Sí. Sin ninguna duda. Eso es algo que forma parte de la personalidad de cada uno y lo tienes que aceptar como viene. Y si no lo aceptas… ¡malo!
¿Puedo preguntarle con qué fue?
Es difícil, porque hay dos o tres obras que pegan mucho. Dejémoslo así.
«Al lienzo en blanco le tengo pánico»
Insisto en esa pregunta porque ahora no me puede dejar así.
(Ríe) A través de la música, de la que he formado parte muchísimos años, he acusado algunas veces un impacto muy fuerte. Hasta hacerme llorar en un concierto. Sobre todo, que el estado anímico acuse aquello que quiere transmitirte y que tú lo recibas. A partir de ahí, todo es bueno.
¿Cómo le sienta a un artista cuando la reacción en el espectador es la contraria a la que buscaba transmitir?
Esto, en arte, se llama polisemia. Es decir, que el mismo objeto, al contemplarlo distintas personas, es percibido de forma distinta. Si mi manera coincide con la del espectador, bien; si no es así, tampoco pasa nada.
En ocasiones, es el espectador el que me transmite ideas que yo no he concebido o percibido. Eso me enriquece.
A usted, ¿las musas le llegan siempre trabajando?
No. Necesito música. Para pintar esa sensación mental o una percepción distinta, necesito la música adecuada. Si la tengo, la obra sale sola. El pincel no es más que un instrumento más.
¿Qué música suena en su estudio cuando pinta?
Si pinto algo festivo sobre Benidorm, necesito escuchar el pasodoble ‘Fiesta en Benidorm’ o cosas de aquí. No digo que si no lo escucho no vaya a salir; pero así sale seguro. Lo mismo ocurre con los Moros y Cristianos, pues ahí necesito marchas moras o cristianas. Si voy a una concepción onírica de una obra surrealista, escucho a Stravinski. En ocasiones, incluso, es la música la que me lleva al tema.
«Hace dos días recibí una oferta de Arco, pero creo que no estoy preparado. Quizás el año que viene»
¿Ha sufrido alguna vez el síndrome del lienzo en blanco?
Sí. Es algo a lo que le tengo pánico y para eso tengo un remedio: darle un fondo de color diferente. A partir de ese momento, salen las luces y las sombras. Al lienzo en blanco le tengo pánico.
¿Hay algo que haya querido reflejar con su pintura y que, por mucho que lo haya intentado, no haya sido capaz?
Me declaro cristiano creyente y convencido. Llevo, desde hace muchos años, queriendo encontrar la cara de Cristo. Habré pintado ya cien… pero sé que la acabaré encontrando. Es una cuestión de Fe, pero es que en el arte también influye la Fe.
¿Qué falta por pintar en Benidorm?
¿En Benidorm o de Benidorm?
Me sirven las dos.
Y a mí me asustan las dos. Pintar de Benidorm, ese carácter alegre y cosmopolita que tiene. Para ello, habría que combinar todo aquello que permita ver la antigüedad y la modernidad juntas. Sin chocar.
En los últimos años y meses hemos visto cómo las calles de la ciudad se convertían en galerías de arte a través de distintas exposiciones. Eso es algo que faltaba en esta ciudad.
Eso ha sido un grandísimo acierto. Que esté o no entendido como tal, es otra cosa. A la larga va a ser muy positivo porque, además, enriquece la cultura y el concepto artístico de Benidorm, que no es precisamente el del turismo de sol y playa. Aquí hay mucho más.
Usted ha expuesto en un gran número de ciudades y países. ¿Cómo es eso?
Yo todavía no me lo creo. Hace dos días recibí una oferta de Arco, pero creo que no estoy preparado para Arco. No sé lo que haría, pero me parece que me han sobrevalorado. Quizás el año que viene… es una aventura más. Igual preparo algo.
Cuando uno lee a Blasco Ibáñez, escucha a Tete Montoliu o contempla a Soroya comprende, aunque no lo haya visto nunca, qué es el Mediterráneo. ¿Qué entiende una persona de Nueva York al ver sus obras?
Sigo obsesionado en exportar el carácter de Benidorm: su clima, su gente, su capacidad de absorción de todo lo que está por el mundo. Pero, eso sí, siempre respetando Benidorm. Hay quien quiere modificar mucho y esto no es así.
Déjeme sacarle de su zona de confort. Como si fuese una pincelada, defíname Benidorm en una o dos palabras.
Única e irrepetible.