En la Albufereta nada se descarta. Cuando ya no sirve, se transforma. Como el Magna Club, en la avenida Padre Ángel Escapa. El doce de abril del 2014 se estrenaba como el mercadillo El Chinchorro, en la Albufereta interior. Con ese nombre tan argentino, colombiano, panameño o venezolano (un ‘chinchorro’ es una hamaca). Pero antes había estado parcialmente abandonada la finca El Chinchorro. Que fue también lo de Vergara.
Por entonces, la época Vergara, hasta allí llegaban las barcas, según las crónicas. Y venían las mujeres de la contorná a lavar la ropa entre ruinas que decían romanas, aunque en realidad eran íberas, de entre los siglos sexto y tercero antes de Cristo. El hoy yacimiento Cerro de las Balsas-Chinchorro. Pero nadie imaginaba aún que a la zona le esperaba una gran transformación.
El proyecto racional
Al arquitecto y urbanista Pedro Muguruza (1893-1952) las biografías lo afean como gran constructor y proyectista del Régimen, pero lo cierto es que fue uno de los imprescindibles en sus oficios incluso a título internacional. Imaginó, antes de la Guerra Civil, un Alicante Dos (Albufereta, Condomina, El Cabo, Playa de San Juan) pletórico, racionalista y ‘art déco’.
Los inmobiliarios, por contra, se dieron al brutalismo arquitectónico. Llegaban los turistas, primero interiores, españoles, incentivados por el Desarrollismo (los Planes de Desarrollo Económico y Social), a partir de 1959. Con este programa de inspiración francesa se pretendía crear una clase media que a su vez generase unos servicios aprovechables para un hipotético turismo extranjero.
La primera colonia Albufereta se construye en los cincuenta
Ladrillo en vez de madera
El invento tuvo éxito. En los cincuenta, precisamente, las casetas de madera utilizadas para aquel turismo local de carro, de pasar el día en la playa mientras la chiquillería se iba al Tossal de Manises a jugar con lo que pillase, además de algún remojón en la playa, se transformaban en la primera colonia Albufereta. Llegaban por un sendero peligroso por las lluvias de pedrolos que hasta 1931 no comenzará a ser carretera (se inauguraba el veinticinco de junio de 1933).
Al menos, el lugar ya empezará a contar con parada del trenet, el ferrocarril de vía estrecha, que, inaugurado en el 28 de octubre de 1914, ninguneaba al propio origen de la ciudad, a ese entonces ensoñado Lucentum del que se orgulloseaba desde el propio escudo municipal.
Y claro, se empezó a construir hasta en las paredes rocosas, con un exhaustivo aprovechamiento ladrillar de incluso el último rincón albufereteño y más allá.
La construcción de la finca Adoc señala el comienzo constructivo
Las muchas Albuferetas
Después de todo, no deja de tener su punto de hermosura. El periodista Martín Sanz, en el libro ‘La gran olvidada, postales desde la Albufereta’ (2017), supo verlo. Inicialmente, dio fortuitamente con un montón de postales sobre este barrio-pedanía. Finalmente, acabó por dedicar años a completar con documentos y fotos la base sobre la que escribió este trabajo donde, en el fondo, la Albufereta se cuenta a sí misma.
Aunque a veces tropiece con el caos de su propio desarrollo: “Posiblemente existan tantas Albuferetas como personas la han conocido en un momento u otro de su vida. Por eso, y porque durante este tiempo ha sido un entorno vivo y cambiante debido al frenesí de la zona, la continua proliferación de negocios y el ir y venir de vecinos y visitantes, resulta difícil trazar un mapa de ella con coherencia espacial y cronológica”.
El promotor llega a Alicante con un millón de dólares
Un millón de dólares
La construcción por fases, a comienzos de los sesenta, de la finca Adoc marcará en cierta manera el primer gran despliegue constructivo en una zona donde se alternarán chalés, rascacielos y hasta murallas de ladrillo: el edificio de apartamentos y locales comerciales que en la hoy avenida de Villajoyosa (la carretera de la cantera) da la espalda a la sierra de San Julián, se quiso que llegase hasta la estación del trenet.
La imprevisibilidad de la cantera (de donde se sacaba la calcarenita o ‘piedra juliana’ tan usada en los monumentos alicantinos), que seguía escupiendo trozos de roca, impidió tal dislate. El promotor franco-suizo que atendía al nombre de Carlos Pradel, buscado en un montón de países, encontró aquí su tierra de promisión.
Buena parte del perfil actual de la Albufereta se lo debemos a él. Llegó en 1959, con pasaporte francés y un millón de dólares en las maletas.
Buenos recuerdos
Quienes le conocieron (fallecía en 1995), hablan bien de él. En el libro de Martín Sanz, por ejemplo, se lee esto: “Joserre Pérezgil recuerda a su padre, el pintor, hablando de un ‘exquisito patrimonio artístico’ atesorado y algunos hablan de la magnífica bodega con la que se abastecían los prolongados banquetes y celebraciones con representantes de la sociedad civil, política y financiera alicantina”.
Como señala (en cita del mismo libro) Jaime Riquelme, durante décadas impulsor vecinal de la Albufereta, “quizás cometió tropelías urbanísticas, pero se las consintieron todas. Era atrevido y emprendedor y favoreció a nuestra parroquia en lo que pudo”. Y puso, de aquella manera, claro, a la Albufereta en el mapa.