Entraba empujando, en todos los sentidos, el siglo diecinueve, el de la industrialización y, en el ámbito global, que no local, la secularización (cuando la religión deja de estar en primer plano) de la sociedad. Pero a España se le independizaban las colonias de ultramar una tras otra (Colombia y Venezuela, 1810; Argentina, 1816; Chile, 1818; México y Perú, 1821, Uruguay, 1825…). Y en esta tesitura, un nombre a retener.
Juan Bautista de Antequera y Bobadilla de Eslaba (1823-1890) llegó a ser vicealmirante (equivalente a general de división o teniente general) de la Armada Española. Destacó en varios conflictos, especialmente en África y en Sudamérica, y, curioso detalle, fue el padre del diplomático Juan Bautista de Antequera y Angosto (1887-1978), primer conde de Santa Pola. Un título que iba a servir en el fondo para reconocimientos póstumos.
La guerra contra España
La llamada Guerra Hispano-sudamericana (1865-1866), bautizada por la prensa nacional del momento como la “guerra del Pacífico” o, más arrebatado, “guerra contra España”, enfrentó a las bravas a la nación contra la alianza formada entre Bolivia (segregada en 1825), Chile, Ecuador (se independiza en 1822, aunque en 1809 ya intentó un primer gobierno independiente) y Perú. Tras el final oficial de la contienda, tocó firmar armisticios país por país.
El último fue con Ecuador (1885). Juan Bautista de Antequera había participado en suelo patrio, desde el mar, contra cualquier sublevación que se diera. Al frente del vapor de guerra ‘Isabel II’, partía en 1843 contra los rebeldes en Cartagena (defienden a la ex-regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, 1806-1878). Por los mismos motivos, en marzo del año siguiente participaba en el sitio de Alicante.
El militar llegó a ser almirante de la Armada Española
Misiones en ultramar
En plena preguerra hispano-sudamericana, en 1845, embarcaba en el ‘Héroe’, veterano bergantín (velas cuadradas, dos palos y bauprés: el mástil que empitona desde proa) construido en la viguense Bayona en 1829, inicialmente como guardacostas (lo adquiere la Armada, desde Cádiz, en 1837), en el que ya navegó el militar. Tiene misión, una de las últimas de la nave (se le dio de baja en 1846).
Embarcaba como oficial, según algunas fuentes como verdadero encargado de negociar en la uruguaya Montevideo la liberación de los españoles encarcelados. Abría la serie de éxitos de Juan Bautista de Antequera por tierras ultramarinas. En La Habana, al frente del mercante armado ‘Habanero’, conseguía hacerse con buena parte de la “expedición filibustera” de Narciso López (1797-1851).
Su padre participó en el llamado ‘sitio a Alicante’
Filibustero en Cuba
Los filibusteros (el ‘palabro’ viene del francés ‘flibustier’, alguien que se hace con un botín libremente) operaban en la costa. El venezolano Narciso López de Urriola, caraqueño, a quien por la época trataban ya de filibustero (‘El Gran Pirata’), había sido militar del Ejército español, en el mismo bando que Juan Bautista, pero al llegar a La Habana se puso a favor de los terratenientes, quienes deseaban mantener el esclavismo.
Les apoyaba Estados Unidos y deseaban la independencia de España, con posterior anexión al nuevo amigo americano. A Narciso López se le venera por crear el escudo y la bandera cubanos (en realidad se lo encargó al intelectual autóctono Miguel Teurbe Tolón y de la Guardia, 1820-1857). El asunto le proporcionó al militar español más triunfos, hasta retornar a España para luchar en África.
La primera persona que tuvo el título fue un destacado diplomático
Póstumos homenajes
Tanto servicio a la patria había que recompensarlo. Ahora, ¿por qué Santa Pola, cuando en realidad era de San Cristóbal de La Laguna, en Santa Cruz de Tenerife? Su dedicación final a la política, tras la guerra ultramarina, le llevó a ejercer como senador por Canarias en 1871, 1872 y 1876 (se le nombró senador vitalicio a partir de 1884). Pero el militar era viajero, hasta en lo de asentarse en sus postreros años: también fue senador por Alicante en 1887.
Aunque parezca excesiva su biografía, de la que aquí solo cupo una mínima parte, lo cierto es que fallecía a los 67 años. Y asuntos de palacio también entonces iban despacio: el gran homenaje llegaba póstumo, con entierro en el Panteón de Marinos Ilustres, en la gaditana San Fernando, y la concesión a su hijo, con cinco años de edad, del título de conde de Santa Pola.
La continuación de la estirpe
La hiperactividad del padre no debería de hacernos olvidar que Juan Bautista de Antequera y Angosto (1887-1978), cartagenero de nacimiento, fue un destacado diplomático, entre otros destinos en Buenos Aires, La Haya, Lima, Quito. Cuando se jubiló, el cinco de agosto de 1957, había sido incluso cónsul general en Túnez, Orán o Valparaíso. Eso sí, sus ‘actividades’ durante la Guerra Civil, fueran las que fuesen estas, le valieron un “proceso de depuración”.
Algo debió de ayudar el apellido, porque el “proceso” fue muy corto y el mismo 1939 del fin de la conflagración retornó a la carrera diplomática, en la que siguió moviéndose entre África e Hispanoamérica. El título lo heredó el bisnieto del militar, el abogado Juan Bautista de Antequera y Jordán de Urríes, nacido en 1947 en la malagueña Ronda. Los Antequera, que son viajeros.