Beneixama o Benejama es una inmensa huerta. Aunque posee productivas manufacturas textiles o de carpinterías metálicas (incluso se fabricaron aquí juguetes), el campo manda: aceites vírgenes de oliva (también ecológicos), un vino hoy de uva monastrell que incluso obtuvo la medalla de bronce en la Exposición Universal de París (1900), licores (herbero, que no falte), frutas ecológicas… En terrenos de la pedanía El Salze o El Salse (‘el sauce’), dos imponentes láminas de agua, embalses artificiales inaugurados hace más de una veintena de años.
Bordean el río Vinalopó, y aún más la acequia del Real, pero al final no logran almacenar agua suficiente para cubrir el estiaje. Al arranque de la confección de esta serie de reportajes se había aprobado construir otro lago prefabricado, de 550.000 m³ de capacidad. Le asiste la historia: el 6 de junio de 1459, Juan II de Aragón y Navarra (1398-1479) le otorgó derechos exclusivos de riego al Valle de Benejama, entidad geográfica oficiosa que abarca Banyeres de Mariola, Beneixama, El Camp de Mirra y La Cañada, que fue englobado, no sin reticencia desde aquí, en el llamado Valle de Biar y que oficialmente forma parte, menos Banyeres, del Alto Vinalopó.
Veteranías varias
Lo urbano está como retirado de la vera del río, quizá para darle todo el protagonismo a la huerta. Beneixama destila su alma desde los feraces campos que la rodean, y lo demuestra hasta con su propio diseño tipo aquellas colonias agrarias que proliferaron a partir del XVIII. Pero el municipio esconde un nutriente pasado, velado tras su placidez callejera. Según los restos hallados en los yacimientos del Molino Rojo y el Blanquinal, arranca nada menos que en tiempos de la Edad del Cobre (el Calcolítico o Eneolítico, entre el sexto y el tercer milenio antes de Cristo). Fue asentamiento romano (existen huellas por Casa Baltasar), pero el nombre se lo dieron los árabes (‘banī aš-Šaḥmī’ o ‘ben aš-Šaḥmī’, ‘hijos de las tierras fértiles’) cuando la convirtieron en finca agrícola, en alquería.
Ha heredado esos aires muslimes. El entramado urbano, que da cobijo a la mayor parte de la población censada en 2021 (1.707 habitantes), se compone principalmente de casas antiguas que hacen su vida hacia lo íntimo, como en las medinas árabes. Si hay suerte, y la amabilidad y generosidad benejamenses, benixameras o beneixamudas dan para eso y mucho más, podemos recrearnos en cuidados patios interiores y dadivosidad casi sin límites. Tarde o temprano, por particulares o gracias a la nutritiva oferta restauradora, toca gastronomía, coronada por el típicamente vinalopero arroz con conejo, más gazpachos, rellenos (pelotas), infusión de tomillo o los ‘figatells’ (redaños: randas, mantellinas o telillas grasas que cubren los estómagos porcinos), homenaje culinario al cerdo, del que se guisan también, recubiertos por el ‘figatell’, el hígado, el magro y los riñones.
El plato, conocido como la ‘hamburguesa (en estos tiempos, la ‘burger’) valenciana’, es habitual en la comarca alicantina de la Marina Alta y las valencianas de La Safor y el Vall o valle d’Albaida. Es obvio por dónde llegó a estos lares para asentarse. Beneixama limita al norte con la valenciana sierra de Fontanars (en la comarca de Albaida; sierra de la Solana por este lado), de la que posee un cacho.
Prodigios celestes
Los Moros y Cristianos, del 6 al 10 de septiembre, en honor a la Divina Aurora, herederos de los alardes de la soldadesca y con arranque desde el primer tercio del siglo XIX, tienen fama de generosos, y a la memoria acuden visitas un año u otro, asistiendo a un obsequioso desfile de carrozas donde lo mismo te tocaba caramelos que bocadillos, juguetes que una jofaina, ‘safa’ o platera de plástico.
La devoción tiene un curioso origen: cuando miembros de la familia Vera venían de Madrid, les sorprendió una de esas espeluznantes tormentas que se desploman por estos pagos. Los caballos, con los truenos, se espantaron. Así que la familia se encomendó a la Virgen: no solo paró la tormenta, sino que hasta vieron una aurora boreal, de esas que aparecen cuando hace mucho frío. La Virgen de la Aurora, la talla correspondiente, estuvo en un oratorio familiar hasta que el futuro cardenal y arzobispo (impulsor del Camino de Santiago) Miguel Payá y Rico (1811-1891), por entonces sacerdote en su población natal, se la llevó a la iglesia parroquial, transformada después en la Ermita de la Divina Aurora, de fachada neoclásica.
Siguiendo la calle Cardenal Payá, casi al lado tenemos a un muy activo Ayuntamiento en cuestiones como la igualdad de género. A su flanco, una plaza con dependencias culturales y refrescante fuente. Encarándola, otra plaza, con la Torre Atalaya, del XII al XIII (reproducida en el escudo de armas): casi la derriban para convertirla en edificio vecinal. El empuje ciudadano la salvó y se sumó al rico acervo benejamense, que incluye también, en las cercanías (calle San Juan Bautista, lindante con la ermita, hacia la plaza Carlos IV, ‘la plazoleta de la iglesia’), el neoclásico templo a San Juan Bautista, construida entre 1804 y 1841 a iniciativa de Miguel Payá.
Molinos y montañas
Volvamos al agua, a los bancales, salpimentados por casas rurales. Retornemos a la partida de El Salze (núcleo habitacional cruzado por un vial en arco), que en 2021 había recuperado los 19 habitantes de 2009. Allí, ermita a San Vicente Ferrer (1855) varias veces restaurada. O cojamos el Camí o camino dels Molins, hoy musealizado recuerdo del pulso latente del Vinalopó.
O plantémonos donde la huerta comienza a transmutarse en sierra, por el albergue de la Talaeta o rincón de la Atalaya (estación de paso del sendero PR-CV 52, que nos recorre la sierra en un itinerario por sendas como El Blanquinal, el Toll Vell o ‘charco viejo’ o el del Pontal): nos permite acercarnos a la pequeña ermita de San Isidro, de mediados del XX, desde el que echarle un CinemaScope al Vall de Beneixama. La carretera CV-657, que nos trajo hasta aquí, nos introduce en Valencia (a partir del kilómetro 8.070, según el mojón o pilote), hasta, en el Vall d’Albaida, Fontanars dels Alforins. Dicen que viene de “fuentes”. Las que alimentan almas y huertas.