Las casas son hoy pareados (‘bungalós’, se les decía, confundiéndolas con el inglés ‘bungalow’, de una planta con porche), aunque entonces, al menos la de mis familiares, eran viviendas independientes la planta superior y la baja. Y estaban, están, acotadas entre la avenida de Murcia y la de Albacete. Aportaban veraneo setentero en Santa Pola, playa a cuatro pasos y bañador todo el día.
Pero luego, en invierno, la estampa se agrisaba. Muchas residencias, no solo estas, también apartamentos, permanecían vacías. Vacaciones, las de verano, y bastantes veces se trataba de alquileres por meses, aunque había que reservar a lo largo del año. Sobre todo desde Elche. Una década después, abundaban las compras, casi como objeto de promoción social: “Tengo una casa (o un apartamento) en Santa Pola”.
Cambios de modelos
Comprender la actual oferta turística santapolera, extendida ya a todo el año, precisa del recalar en aquellos tiempos y comprobar, desde la máquina difusa de la memoria, cómo el turismo de julio o sobre todo agosto abarcaba ya fines de semana, otros periodos de descanso y hasta fiestas de guardar. Los modelos vacacionales comenzaron a cambiar por puras necesidades temporales mientras se transformaba el mercado laboral.
La llegada de extranjeros en los sesenta y setenta del pasado siglo, propiciados por el Desarrollismo incubado a finales de los cincuenta, para crear una clase media que a su vez generara servicios, comenzó a virar el arquetipo, con la proliferación hotelera en las costas levantinas. Comenzaba a modernizarse primero el turismo veraniego, para poco a poco arribar otros modelos que se extendían, primero tímidamente, a más temporadas.
En los ochenta abundaron las compras de residencias
La semilla de la metrópoli
Como siempre, las familias marcan ritmo y posibilidad: su situación laboral, los fondos, la microeconomía, en suma. Aunque la chavalería constituye una buena excusa: “Así los críos juegan y se divierten, salen de buena mañana y no vienen hasta comer o a la noche”. Vale, según el artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño, la infancia tiene “derecho al descanso, al esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas”.
Pero seguramente el asunto sea más pragmático: padres descansando de los hijos, y más en Santa Pola, con playas con pocos sustos y tamaño urbano bastante abarcable. Aunque quizá, con el notable despliegue constructivo, sobre todo el de los setenta, algo la década siguiente y especialmente a últimos del pasado siglo y comienzos del presente, la localidad, con sus 34.148 habitantes censados en 2021, ya comienza a virar a metrópoli.
A partir de los sesenta comienza la expansión hotelera
Flotantes y turistas
La creación en 1984 de la urbanización, hoy pedanía, de Gran Alacant iba a marcar un punto de inflexión, cuando una parte de la población flotante elegía convertirse en residentes santapoleros (9.601 habitantes en 2021, aunque en 2013 registró 11.319). Curioso concepto el de población flotante, personas que viven durante determinadas épocas en un territorio. Pero a Santa Pola, además de residentes empadronados y flotantes, sigue llegándole turismo tal cual.
El asunto es que ya no arriba estacionalmente o, si se quiere, hay un tipo de turista para cada estación. Aún no tenemos los suficientes estudios sobre este tema, que comparte con otros municipios costeros, como lo está habiendo sobre la población flotante en sí a raíz de las medidas para atajar la pandemia. Lo suyo será ponernos en plan turista y comprobar la oferta existente.
La mayoría de hospedajes, casi trescientos, son apartamentos
El recurso a los buscadores
Como siempre, los buscadores muestran auténticos barullos donde te encuentras hoteles, hostales, pensiones, pisos o habitaciones para alquilar. No obstante, una vez que algunos institucionales dan error al iniciar la búsqueda, no se sabe si por problema técnico o por los ambiguos vericuetos de la Ley de Protección de Datos, no dejan de ser un buen barómetro de la situación.
Hay que recurrir a los privados, comerciales, que obviamente viven de la publicidad. Los más completos y organizados nos dan nada menos que 345 entradas, como media, de alojamientos de todo tipo, con unos precios, en cuanto a hostelería, entre setenta y cien euros por noche para alojarse. Puesto que se tratan de centrales de reservas, afinan más.
Quedan pocas plazas
Incluyen sobre los 170 y pico alojamientos de tres estrellas, cerca del centenar de cuatro, y apenas quedan de una o dos estrellas. Eso sí, hoteles, hoteles, cinco. La mayoría de hospedajes, casi trescientos, son apartamentos. Suelen cerrar algunos servicios desde enero hasta abril. La palabra “tranquilidad” se repite en las páginas que incluyen comentarios, lo que revelaría, para el invierno, a otro tipo de turista que quiere mar pero no jaleo.
En el momento de confeccionar el artículo, apenas quedaban plazas para diciembre en fechas no festivas. O en enero, fuera de las vacaciones. No se trata de hospederías, en general, descomunales, como en otros puntos de la costa, aunque pueden variar, en hoteles y residencias semejantes, hasta las 108 habitaciones del Gran Alacant. Representan los datos una muestra del cambio de paradigma turístico aquí. Si ya hasta hay animación invernal por donde residieron mis familiares.