Isla flotante entre bancales
Hay muchas fuentes en Daya Vieja, más de las imaginables, pero particulares, como la de la finca Villa Vera, lugar para bodas por todo lo alto publicitado incluso desde el Ayuntamiento y que constituye, desde la zona de las Arenas, lindante ya con Formentera del Segura, uno de los recuerdos de las casas señoriales que trufaron las huertas del Segura del pasado siglo, cuando el municipio fue parcelado y vendido a pequeños propietarios con posibles. El agua es un bien muy apreciado en el municipio: o va a un caserío o chalé, controlada, o nutre la vega dayense.
Para esta localidad interior del Bajo Segura, relativamente cercana a la costera Guardamar (más al sur, Torrevieja), rodeada por Dolores y San Fulgencio al norte, Formentera del Segura al este y el sur, y Daya Nueva y Puebla de Rocamora al oeste, la huerta es mucho. Al no orillar directamente al río Segura, que se escurre allá por el sur y el este, se ingenió un sistema de canalización donde aún borbotea el legado musulmán de cuando fue alquería: Daya, en árabe, es una ‘pequeña depresión’, aquí gran llanura compartimentada por infinidad de regueras. Nombres como acequia de Daya Vieja (alimentada por el almoradidense azud de Alfeitamí, pulmón acuoso de la Vega Baja), de las Cruces (que marcó límite con Daya Nueva), del Señor, Recibidor.
La extensión agrícola
En 1970, el 95% del término se dedicaba al cultivo. Hoy tenemos cifras parecidas: unas 160 hectáreas para el agro, unos 1,6 km² en un municipio cuya superficie es de 2,98 km². Hace un poco menos de un siglo se plantaban alcachofas, cáñamos, maíz, patatas, trigo. Hoy, tres cuartos de lo mismo. Añádase siempre la ganadería porcina y ovina. No constituyen la última actividad: así, el municipio ya se sumó, en estos tiempos de ecoindustria, a los planes de ayuda de la Diputación para proyectos de eficiencia energética.
Pero los feraces campos lo llenan todo, y la pequeña ciudad que los municipaliza semeja isla flotante en mar de bancales, sembrados o en barbecho, y acequias mil. Una vez que accedemos al lugar, resulta paradójico llamarla Vieja, porque aquí casi todo es nuevo, permitiendo que resalte tanto su patrimonio arquitectónico. Que no es mucho. Esta modernidad se debe también a lo telúrico: el terremoto con epicentro torrevejense de 1829, que se cebó en especial con la Vega Baja, destruyó casi todo, reduciendo de paso los 105 habitantes consignados ese año (en el primer censo dayense) a 76. Tocó reconstruir (se reinaugura y bendice el 12 de octubre de 1857), sumiendo a la zona en una continua regeneración, aunque con altibajos.
De mano en mano
Quizá la propia historia del lugar haya tenido mucho que ver con ello. Alfonso X ‘el Sabio’ (1221-1284) y su suegro Jaime I ‘El Conquistador’ (1208-1276) ocuparon la alquería, que Jaime II de Mallorca (1243-1311) transfirió al garante real Guillen Durfort, cuyos nacimiento y defunción se pierden entre su febril actividad. En 1353 comenzó una secuencia documentada de ventas y reventas, hasta que las Dayas (cuyo territorio alcanzó la costa) se segregaban de Orihuela el 18 de julio de 1791. El 23 de enero de 1871 Daya Vieja se convertía en municipio, perteneciente al condado de Pinohermoso.
Manuel Pérez de Seoane y Roca de Togores (1866-1934), segundo duque de Pinohermoso, tercer conde de Velle y noveno conde Villaleal, vende el 18 de diciembre de 1928 la finca de Daya Vieja por millón y medio de pesetas (9.015,18 euros), iniciándose una parcelación que finaliza en 1962.
Hoy, si entramos a la ciudad, vía rotonda, desde la CV-860, que comunica a Elche con la Vega Baja, nos saluda un paisaje de pareados, con la CV-901 (avenida de la Diputación) subrayada por dos líneas de palmeras. Amplios aparcamientos, la plaza-parque de la Unión Europea… Todo a la última.
Si las parcelaciones convirtieron a Daya Vieja en imán, con 333 apuntes en el censo de 1960, no siempre ha sido igual. El campo es duro, y el emigrar a los centros urbanos frenó: en 1970 había 290 habitantes, ¡y 165 en 1991! Hasta hubo 758 en 2012. En la actualidad, 707 personas (muchas de origen foráneo) se distribuyen según censo de 2021 por el municipio, aunque el núcleo vivencial aglutina a la mayor parte.
Por el núcleo urbano
Avenida hacia dentro, llegamos al meollo urbano. A mano derecha, el antiguo depósito de abastecimiento de aguas, cuya gran cisterna de bóveda de cañón (20 metros de largo, cuatro de ancho y otros cuatro de alto) es hoy el Centro Cultural la Acequia, con biblioteca municipal, salas de informática, proyecciones y conferencias, torre mirador y auditorio al aire libre. A mano izquierda, enquistado en la relativa antigüedad, el moderno centro de Desarroyo de Actividades y Asociaciones (DAYA),
Hay pocas alturas en el núcleo urbano, tres plantas máximo en el ayuntamiento y algún pareado con luminoso terrado. Quizá por ello destaque tanto la breve torre campanario con reloj de la austera iglesia de Nuestra Señora de Monserrate (dentro, también se venera a un santo tan huertano como San Isidro Labrador), edificada sobre la ermita que el seísmo tumbó y centro de las fiestas patronales, en torno al ocho de septiembre. Buen momento para recrearse en la gastronomía dayense, de arroz caldosito con verduras y legumbres, o con conejo, cocido con pelotas, olleta, pollo con patatas y almojábenas. Y de paso enterarte de quién es este año veterana Dama de Monserrate, distinción creada en 2021.
El templo saluda a una plaza que conserva aún una columna con un león de piedra, a modo de escudo heráldico, único vestigio hoy de lo que fue el palacio del conde de Pinohermoso. Con notable pragmatismo, el espacio fue bautizado como la plaza del León, aunque el elemento más evidente visualmente es la galáctica pasarela en espiral, inaugurada el 28 de marzo de 2011, que protege seis brazos de palmera que nacen de una misma raíz con más de 150 años de longevidad. Abierta de ocho a 23 horas, finaliza allá arriba en un mirador que asoma a la húmeda huerta, como puente de mando de la nave Daya Vieja.