Al final el campo lo salvó, porque a San Valentín no lo teníamos como muy de aquí. Un dicho, “per Sant Valentí, l’ametler ha florit” (por San Valentín, el almendro ha florecido), ayudaba. Para empezar, ni siquiera sabemos aún a qué persona nos referimos, porque resulta que ‘sanvalentines’ hay tres, y los regalos y arrumacos del Día de los Enamorados habrá que repartirlos equitativamente.
Hoy por hoy, podemos disfrutar, por ejemplo, de una ruta romántica por el cap i casal, incluso a caballo, aunque, eso sí, el sábado (este año cae en martes), que tampoco es cuestión de perder comba productiva. También, por qué no, unas escapadas románticas por Gandía (La Safor), el finde, claro. Y qué decir de, también en sábado, unos ‘puntos foto’ (‘photocalls’) por el alicantino paseo de la Explanada o el castillo de Santa Bárbara.
Oferta amorosa
Las tierras del interior, en toda la Comunitat Valenciana, también desplegan un abanico de posibilidades para pernoctar amores con paisajes montaraces o huertanos. Sin olvidarse de la gastronomía: las comidas o cenas a mayor gloria del santo protector de carantoñas y demás se suceden. No hay más que recrearse con los anuncios aparecidos en prensa, radio, televisión o la mismísima red de redes. San Valentín resulta un santo bien comercial.
Quizá ahí radique el quid de la cuestión. Pero considerar que todo fue invento de jefes de ventas, según los detractores, que donde hay amor también existen otros sentimientos, yerra el tiro. Realmente la entidad trifásica tenía motivos desde siempre para convertirse en protector de afectos, cariños y ternuras.
Se citaba en almanaques de monasterios valencianos
Calendarios religiosos
Si los festejos arraigaron en España a partir de finales de los cincuenta, recordemos que por la hoy Comunitat ya se lo citaba en pretéritos calendarios religiosos confeccionados en Alzira (Ribera Alta), Morella (Puertos de Morella) o la propia València capitalina. Sin olvidarnos de la referencia más habitual: se incluía en los almanaques de la cartuja de Valldecrist, en Altura (Alto Palancia).
Volvamos a los tres San Valentín (de Roma). El primero, el que se alude más específicamente para demostrar que el canonizado es protector de los enamorados, sería el médico que, ordenado sacerdote, casaba en secreto a parejas. Se le adjudica nacimiento en Interamna (Terni, en plena región de Umbría, el 175), y decapitación el catorce de febrero del 269.
La tradición actual, británica, nos llegó en los cincuenta
Desde Italia al lago Constanza
Podríamos dejarlo ahí, justificamos todo, pero las crónicas solapan fechas con otro San Valentín que ejerció de obispo y consta como patrón de Terni. Unas fuentes señalan a este como más auténtico, ya que, aseguran, el anterior fue un benefactor de la Iglesia que la leyenda ascendió. Otros señalan que el filántropo era este. Y otros más se escandalizan: son el mismo, afirman.
Respiramos con alivio y entonces salta el tercer San Valentín, el de la provincia romana de Recia (desde el lago Constanza o Bodensee, que baña los tobillos de Alemania, Austria y Suiza, hasta el río Eno o Inn, afluente del Danubio), al que aún se ruega para sanar la epilepsia. Y sí, pese a que se sabe que vivió y falleció en el siglo quinto, cronistas hay que lo agrupan vitalmente con los anteriores.
Una película con proyección internacional lo popularizó aquí
En tierras británicas
La leyenda, te aseguran, que todo lo cuece. Y ya puestos, dado que la veneración a uno o a los tres se extendió por Francia, Centro Europa y, muy especialmente, por Inglaterra y Escocia, será por dichos lares donde se macere la tradición que nos identifica el catorce de febrero con el amor, por las biografías que agrupa la entidad San Valentín y porque supuestamente en dicha fecha renace la naturaleza, como señalaba el dicho campesino al principio del artículo.
La panspermia de la devoción la fechan los historiadores hacia el siglo quince y triunfó en medio mundo. En España arraigó especialmente en zona occitana (Cataluña, la hoy Comunitat Valenciana), quizá porque ya existían reliquias atribuidas a San Valentín en monasterios catalanes, aparte de los citados calendarios por estas tierras. Pero en España en general el asunto venía cinematográfico: una película con proyección internacional lo popularizó aquí.
Días de cine
Tras el éxito de ‘Las chicas de la Cruz Roja’ (1958) de Rafael J. Salvia (1915-1976), el productor Jesús Rubiera (1904-1975) y el guionista Pedro Masó (1927-2008) decidieron repetir la jugada pero con chute más ambicioso. Nacía así la hoy reivindicada ‘El día de los enamorados’ (1959), dirigida por Fernando Palacios (1916-1965), donde un San Valentín elegante, a lo ‘gentleman’ británico (el argentino Jorge, ‘George’, Rigaud, 1905-1984), bajaba a la tierra para unir o reunir varias parejas.
La cinta, que se distribuyó incluso allende nuestras fronteras (‘Valentine’s Day’, sin la santidad, en el mercado anglosajón, donde ya existían versiones fílmicas de la gansteril y real ‘matanza del día de San Valentín’), encoló ya al venerado ente en nuestras agendas.