Casi 15 metros de alto por siete de ancho. Desde hace algunos años ya, iluminada por la noche para que sea visible desde todos los puntos de la ciudad y, seguramente, una de las pocas en el mundo a la que el imaginario colectivo ha despojado de cualquier significado religioso para convertirla en parte del paisaje. Es la cruz de Benidorm, un punto de peregrinaje turístico que fue, en su día, faro moral de Europa -¡toma anacronismo!- y también picadero nada secreto de buena parte de la juventud benidormense -¡toma giro dramático de guion!-.
La historia de la cruz de Benidorm, erigida en lo alto de la Serra Gelada, tiene mucho que ver con otra de esas páginas de oro de la ciudad que se mueven entre la realidad y la leyenda: la llegada del bikini, viaje en Vespa al Pardo mediante, y el escándalo que aquello supuso para los más puritanos del lugar. Muchos de ellos, por cierto, los más beneficiados económicamente por esas impías turistas que mostraban más de lo que la moral recomendaba y menos de lo que la reprimida sexualidad de la época deseaba.
Divisas vs moralina
La cruz, la primera de las tres que han existido, se plantó allá en lo alto en 1961. Fue entonces, en pleno estallido del turismo de masas, cuando Benidorm se estaba convirtiendo en el destino preferido de los bañistas europeos, cuando el bañador de dos piezas femenino apareció en la playa de Levante.
Prohibido por las leyes franquistas, tan interesadamente apoyadas en y por la curia, se convirtió en el ejemplo perfecto de lo que, en líneas generales, fue aquel régimen. Una aberración que no podía ser permitida… hasta que el visionario Pedro Zaragoza les hizo ver a los que mandaban en Madrid que gracias a esa impúdica vestimenta las divisas extranjeras corrían a expuertas en la ciudad. Y ahí, como en tantas otras actividades -muchos apellidos ilustres actuales se explican por esas prácticas-, la cartera le pudo a la moral.
La cruz, la primera de las tres que han existido, se plantó allá en lo alto de la Serra Gelada en 1961
La Santa Misión
La temperatura -el lector puede hacer la interpretación que más le apetezca sobre qué tipo de temperatura hablamos- fue subiendo enteros conforme los bikinis iban ganando terreno en las playas de la ciudad, y el castillo de naipes de la moralidad y de qué dirán se iba desmoronando. Hubo trifulcas y discusiones y hasta alguna que otra carta con duras palabras procedente del Obispado de Orihuela-Alicante dirigida al alcalde.
Y así, ante la mucha piel que se veía ya en los arenales y los cada vez menos seguidores que se arrastraban tras las sotanas, en 1961 la ciudad acogió la llegada de una Santa Misión que portó la primera cruz, muy rudimentaria y de madera, en procesión desde el centro de la ciudad hasta su emplazamiento actual para que, desde allí, velara por la moral y la decencia.
La primera cruz apenas duró década y media hasta que un temporal la destruyó
Una cruz por los aires
Apenas década y media después, durante uno de esos temporales que nunca salen en las postales, pero que no son tan extraordinarios a orillas del Mediterráneo como los veraneantes europeos piensan, aquellos dos palos de madera volaron literalmente por los aires. Franco había muerto y el país se abría a una nueva etapa marcada por la liberación social más general que uno pueda imaginar. Y aprovechando que la cruz se había ido al carajo, se despertó un intenso debate sobre si sería conveniente reponerla.
Los dirigentes locales de aquella época, quizás con acierto, decidieron reponerla porque, al fin y al cabo, ya nadie reconocía en aquella cruz cristiana un símbolo religioso, sino que ya en esos años a caballo entre los 70 y los 80, la cosa iba más de su atractivo turístico -hasta allí subían miles de visitantes cada año a hacerse la foto de rigor- que de devoción.
Desde la pasada década la cruz se mantiene iluminada por las noches
De símbolo moral a picadero
La segunda cruz ya no fue de madera, sino que se realizó en metal. Más resistente y mejor instalada, la lejanía de su ubicación y el hecho de que por aquel entonces se podía subir hasta el pie mismo de la estructura en coche -desde donde, todo sea dicho, hay unas vistas espectaculares de la ciudad-, convirtió aquella cruz que se plantó como símbolo de la moral y la decencia, en un picadero.
Muchos jóvenes de Benidorm -y de otros muchos sitios- despertaron al amor allá en lo más alto de la Serra Gelada, dejándose llevar por la juvenil necesidad de compartir sudores y sueños en coches velados por el vaho. Ironía pura del destino.
Peatonalización e iluminación
Bastantes años después, en la década pasada, la cruz vivió la que, por ahora, es su última transformación. Se la dotó de iluminación para que también fuera claramente visible por la noche, aunque su tamaño, sobre todo si se la observa desde la otra punta de la ciudad, apenas permita distinguir si es una cruz o un potente foco.
Además, y para frenar las bajas pasiones de los amantes nocturnos, se peatonalizó la parte final de la carretera que da acceso a la archiconocida cruz, devolviéndole así parte de esa moralidad perdida. Y así, en plena tercera década del siglo XXI, la cruz de Benidorm ya no es ni religiosa ni aparece en postales, que es algo que también dejó de existir, pero viaja ahora a todo el mundo a través de selfies y redes sociales.