Chocolate. Aquel brebaje que se trajeron los españoles del Nuevo Mundo, donde lo llamaban ‘xocoatl’. Azúcar, o miel, con masa del cacao y “aceite de julri” (manteca de cacao). Por la época, incluso algo de vaina de algarroba madura. Mano de santo, aseguran, con los chiquillos. En taza o, sobre todo, sólido, como chocolatina. Una tabla de salvación, hace ahora mucho tiempo, para el pintor Heliodoro Guillén Piedemonti.
Nos hallamos en torno al año 1915. Mutxamelera iglesia del Salvador. El artista había abocetado una escogida corte angelical como motivo decorativo de la Capilla Nueva, construida en honor a la Mare de Déu de Loreto. Lo había tenido todo en cuenta, bien preparado con su habitual puntillismo, y por tanto -creía- todo estaba saliendo a pedir de boca, hasta que nos encontramos con el problema de los modelos de los ángeles.
La chavalería enredante
El caso es que de pronto se desataron las tormentas: ay, los niños, niños son. Porque fue la chavalería mutxamelera la elegida para prestar rostro y cuerpo a los ángeles de Heliodoro Guillén, y esta, claro, ejercía como tal, enredando, hablando, bromeando, moviéndose, peleándose entre ellos y con quien haga falta. ¿Y cómo arreglamos esto? ¿Gruñidos para que callen? ¿Pescozones a tentetieso?
La solución vino posiblemente de la Vila Joiosa, cuya producción en chocolate a la taza o en onzas, como dicen que sucedió aquí, le salvaba el asunto a Guillén. Los revoltosos ángeles se volvieron formales como eso, seres celestiales, así que serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potencias, principados, arcángeles y ángeles, o de cuanto de tal menú celeste eligiera el pintor, ya podían ser retratados, a pincel, claro.
No era mutxameler, pero residió una buena temporada aquí
De Alicante a l’Horta
En realidad, Heliodoro Guillén Pedemonti no era mutxameler, aunque se ganó su correspondiente filiación honorífica con esta y otras obras, así como sus permanencias por estas tierras: era habitual en la época el viaje y hasta la estancia en finca de amigos por l’Horta o Camp d’Alacant (por este lado, El Campello, Sant Joan d’Alacant y Mutxamel, además de pedanías alicantinas como Orgegia o Condomina). Encima, consta que en verdad residió en Mutxamel durante una buena temporada.
Había nacido en 1863, en plena calle Mayor capitalina, y fallecía en 1940 en la no menos céntrica Castaños, en 1940. Pero ello no le impidió, por un lado, colaborar en cuanta actividad cultural de su ciudad natal o de su provincia se preparase. Incluso participó en las Fogueres de Sant Joan capitalinas, como constructor de varios de esos monumentos de arte efímero.
Fue también constructor foguerer de 1928 a 1931
Distinciones internacionales
Así, se hizo cargo desde 1928, el año fundacional de la fiesta, hasta 1931 de la hoguera del céntrico distrito Chapí: ‘El tío Cuc y el Cuquet’ (tercer premio), ‘Tengo tres lunares’ (primer premio), ‘El millor homenaje’ (primero) y ‘La llanda del pasodoble Les Fogueres’ (tercero). Por el otro lado, concibió y desarrolló una obra pictórica de alcance y prestigio internacional, con renombradas exposiciones en Madrid o Barcelona, también en Roma.
De ahí la dilatada reata de distinciones, como la de miembro de la Asociación Artística Internacional de Roma (muy frecuentada por pintores españoles) o la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando (fundada en 1752). O el ser nombrado caballero de la Real Orden de Isabel la Católica (de 1815) o vicecónsul honorífico de México y Noruega. En fin, estamos en los burgueses comienzos de un entonces esperanzador siglo XX. Y los Guillén tenían dinero.
Ejerció además de vicecónsul honorífico de México y Noruega
Los antecedentes familiares
Aunque hoy su biografía se ha fundido con el tiempo, sabemos que el padre del artista, el villenense Ramón Guillén López, fue no solo banquero y comerciante de productos autóctonos y de ultramar, sino que también llegó a ejercer de vicecónsul de México en Alicante. Desde pequeño, Heliodoro Guillén demostró su querencia por las artes plásticas: pues que el chiquillo estudie con los mejores.
Maestros pictóricos como el también arqueólogo y escritor Aureliano Ibarra (1834-1890) o el alcoyano Lorenzo Casanova (1845-1900) aportaron su magisterio a un creador que, fogueado luego en la valenciana Real Academia de Bellas Artes de San Carlos (1768) o en sus productivas estancias en Roma y París, demostró también una rendida admiración por el valenciano Joaquín Sorolla (1863-1923) y el reusense Mariano Fortuny (1838-1874).
El tiempo de los homenajes
Junto a sus obras para el Casino alicantino y el edificio de la Diputación, Heliodoro Guillén dejó aquí, en tierras mutxameleres, huella vivencial y artística, extendida por ejemplo al cuadro, confeccionado también para la iglesia, restaurado antes de la pandemia, junto a los pintados por Juan Gabriel Barceló (1929-1973) y Paco Hernández (1892-1974). Aparte, dejó descendencia ilustre, así el almirante e historiador Julio Guillén Tato (1897-1972).
El municipio mutxameler, como otros, incluido el capitalino, lo homenajeaba dedicándole entonces, al inaugurarse la Casa de Cultura, en 2002, la sala de exposiciones. También una calle, Pintor Heliodoro Guillén, ubicada entre urbanizaciones, a unos cuantos pasos del vial con hechuras de avenida Pintor Agrasot, en honor al oriolano Joaquín Agrasot (1836-1919). Lo que dieron de sí unas onzas de chocolate.