La realidad es que al pintor alborayense o alboraier Cristóbal Valero (1707-1789) ya le pesaba toda una vida demostrando su valía, prodigando su gran arte y transmitiendo sus conocimientos. Y se sentía enfermo. Así que no se lo pensó dos veces y pidió que no contasen más con él, que no podía más. No le hicieron caso aunque, eso sí, acabó ejerciendo la docencia desde su casa.
Eso que ganaron sus muchos alumnos. Por desgracia, no queda mucho de la obra de este -a tenor de lo conservado- importante autor plástico, también filósofo y presbítero (segundo grado del Orden sacerdotal: diaconado, presbiterado y episcopado; su tratamiento es ‘padre’). Pero su deriva docente resultó tan importante, unida a los cuadros que aún pueden admirarse, que se comprende la insistencia.
De linaje aragonés
Quizá nunca pensó cuando era un rapaz que jugueteaba por una Alboraia (l’Horta Nord) cuyos habitantes no fueron censados hasta 1877 (3.956 por entonces, frente a los 25.149 de 2022) que algún día iba a participar activamente en la fundación de algo tan importante como la valenciana Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, el 14 de febrero de 1768. En realidad, Cristóbal Valero no nació en baja cuna, sino que cabe inferir que procedía de familia adinerada.
Los aragoneses Valero habían asentado y echado raíces en la hoy Comunitat Valenciana (y entonces Reino de Valencia) a partir del siglo XIII, cuando llegaron siguiendo a Jaume I (1208-1276). Duchos en armas, enhebraron un linaje de los que abrían puertas incluso en el siglo XVIII. No ha de extrañar, pues, que el futuro pintor decida marchar al ‘cap i casal’, primero, y a Roma, después.
Mayor y enfermo, acabó enseñando en su casa
Noches de serenos
La València ciudad que se encuentra el alborayense o alboraier por la época es la de una urbe convulsa, pero en constante crecimiento. Había epidemias de cólera potenciadas debido a unas aún deficientes condiciones higiénicas. Pero, eso sí, la ciudad entera vivía mil reformas. Y mejoras, con aquellos primeros faroles de 1763 que se apagaban a las once de la noche.
Bueno, eso hasta que el vecindario (que costeaba las luminarias) pudo darse el lujazo de sufragar un cuerpo de faroleros (los serenos, con existencia más o menos oficial en España desde el 12 de abril de 1765). Pero es el lugar donde hay que ir a ilustrarse, por lo que se entiende que cursara filosofía inicialmente en la capital. No obstante, la pintura ya le tiraba.
Su apellido procede de aragoneses que acompañaron a Jaume I
Profesores de prestigio
De los distintos mentores que se le atribuyen en las parcas biografías, se repite el del pintor barroco valenciano Evaristo Muñoz (1684-1737), cuyos trazos y ánima es fácil rastrear en parte de la escasa obra que ha quedado de Valero. Eso sí, las veleidades artísticas no le impidieron continuar formándose en el sacerdocio. Aunque, vaya, mientras estudiaba en Roma, se convirtió en alumno de otro gran nombre de la pintura barroca.
De esta forma, el latino (de la región del Lacio) Sebastiano Conca (1680-1764) añadía trazos al ánima plástica de Valero, quien ejerció ya como religioso de vuelta a València, sea porque se ordenaba aquí, como mantienen algunas fuentes, o porque lo hizo allá, como anotan otras. Apuntemos que el arte, y la docencia de este, se impondrá a partir de ahora en su vida, aunque impregnase sus pinceladas en lo sacro.
Contribuyó a la creación de la Real Academia de San Carlos
Los centros docentes
Resultó exitoso tanto en lo de crear como en lo de enseñar a otras personas para que creen ellas. En 1754 se le nombraba director de la valenciana Academia de Bellas Artes de Santa Bárbara (1753-1874), a cuya creación contribuyó, presentando de paso, porque se pedía para demostrar su condición de maestro, el cuadro de temática mitológica, pasada por el manierista tamiz barroco, ‘Mentor dando lecciones a Telémaco antes de ir a la guerra contra Adastro’.
Dicha obra se encuentra hoy en la madrileña Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1752), de la que fue nombrado miembro honorario a partir de 1762. Pero aún quedaba otro hito que cumplir al respecto. En 1768 accedió al cargo de director en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos (inicialmente, Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos, o sea, arquitectura, escultura y pintura).
Un puñado de pintores
La entidad se fundaba ese mismo año por iniciativa de un grupo de pintores, y en algunas referencias aparece como una extensión de la de Santa Bárbara, acotando las fechas de aquella a 1753-1768. Sea como fuere, se repetían nombres y ánima. Valero, en realidad, era aquí el director de Pintura, así que compartía la dirección general, por ejemplo, con el de Escultura.
Este no era otro que el escultor valenciano Ignacio Vergara (1715-1776), hermano, por cierto, de José Vergara (1726-1799), para muchos el pintor barroco más destacado del siglo XVIII. A Valera, tras fallecer, lo sustituyó otro de los fundadores de la Academia, el pintor, grabador y escultor segorbino José Camarón (1731-1803). Solo valía un gran maestro para sustituir a otro gran maestro.