Era cuestión de señorío, de estatus, cómo no. Disponer de una casona, de un palacio, un palacete, señalaba el poderío. Fuera la vivienda principal, generalmente urbana, sobre todo para la burguesía, o una enclavada en el campo, rural, en cuyo caso podía tratarse de la finca de recreo, vacacional. Lo cierto es que la Vega Baja del río Segura está trufada de estas construcciones.
En realidad proliferaron por buena parte de la provincia, pero especialmente desde la zona metropolitana hacia el sur, incluidas las riberas del Vinalopó. ¿Por qué? Campos que sembrar, arar, cosechar. El llamado censo enfitéutico, o sea, los arrendamientos de larga duración (se solían firmar con derecho real, el llamado “canon” o “censo”) para el arrendador, se convierte en lo habitual. Las huertas alicantinas, así, se vuelven señoriales.
Lo bello y lo práctico
En unos casos se trata de readaptaciones, engrandecidas, de la típica casa huertana. En las afueras de Rojales, por ejemplo, ya a punto de hollar San Fulgencio, tenemos uno de estos ejemplos, que es a la vez una antigua explotación agrícola de 30.562 metros cuadrados (tres hectáreas y pico). No habrá de extrañar que la llamada hacienda de los Llanos o de Don Florencio transmutara desde 1980 en el Museo de la Huerta.
Nos encontramos ante construcciones semilladas entre los siglos XVII, XVIII y principios del XX. Edificaciones que ostentan ese poderío económico del que hablamos, desde la propia distribución de las estancias por plantas, generalmente la o las superiores para los dueños y la o las inferiores para invitados y servidumbre. Hasta las más austeras poseen notable belleza formal. No solo han de ser prácticas: también han de encandilar.
No solo han de ser prácticas, también han de encandilar
Marqueses de Rafal
Posiblemente así se tratase también en una de las más veteranas de ellas, aunque aún conservemos pozo y templo, lo humano y lo divino. La finca La Marquesa, sembrada entre los siglos XVII y XVIII, perteneció en su día al marquesado de Rafal, iniciado el 14 de junio de 1636 por el oriolano Jerónimo de Rocamora y Thomas (1571-1639), primer barón de Puebla de Rocamora y octavo señor de Benferri.
Manuela Valenzuela y Vázquez Fajardo, de biografía hoy un tanto desleída, viuda de Gaspar, séptimo hijo de Jerónimo y segundo marqués de Rafal (fallecido en 1666), donaba en 1695 los terrenos en los que se ubica hoy el municipio de Los Montesinos. Y la finca quedaba como referente. También el citado pozo, de bóveda de cañón con cubeta de decantación, de mediados del siglo XVIII.
Muchos palacios huertanos beben de la arquitectura de Andrea Palladio
Se necesita agua
El aljibe formaba parte de un sistema de cisternas destinadas a captar pluviosidades varias, como ocurría con las hoy aún visibles de Lo de Vigo Viejo o de Lo Reig. Se trataba, en suma, de alimentar las huertas. Que lo que toca es el poder sacarle partido agrario al asunto. No obstante, tenemos desde Jacarilla, otra versión, donde lo práctico queda, después de todo, más diluido.
Porque los jardines y el palacio del marqués de Fontalba conforman un complejo imaginado como lugar de asueto, con su estanque, sus avenidas cubiertas flanqueadas por flora, dédalos, gruta, ¡zoológico! Fiel exponente de las teorías del arquitecto renacentista italiano Andrea Palladio (1508-1580), cuyas viviendas establecían un permanente diálogo con una naturaleza ‘reconstruida’ y, en el fondo, embellecida, idealizada.
En la ciudad, como en Orihuela, ya se adentraba la burguesía
Casa palladiana
El lugar es también un exponente de ese cambio de manos de la nobleza, de los títulos nobiliarios, a la llegada de una cada vez más asentada burguesía (de ‘burgos’, las partes nuevas de una ciudad). El lugar nacía en 1572 como mayorazgo y pasó por varias manos (Ibáñez de Riudoms, Togores, Sandoval). Uno de ellos, Alfonso Sandoval Bassecourt (1862-1915), contrae fuertes deudas. Y vende.
Un político noble a la par que burgués, Francisco de Cubas y Erice (1862-1937), marqués de Fontalba, construía entre 1916 y 1922 lo que hoy puede admirarse. En 1947 dejó de haber censos enfitéuticos: se vendieron, parcelados, los terrenos a los arrendatarios. Como narraba la novela ‘El gatopardo’ (‘Il Gattopardo’, 1957), de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957), la de “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, una nueva clase social se mezclaba.
Versiones urbanas
Obviamente, en cuanto a palacios urbanos, Orihuela tiene bastante que decir. Decimonónica en su núcleo, la llegada del ferrocarril en 1884 iba a traer un asentamiento burgués importante. Aunque en España la burguesía comienza siendo noble: empezó ya aburguesada, dándole un hálito comercial al asunto huertano. En la ciudad retorna a su fondo señorial, aplicándose en una obra civil que sembró las calles de palacetes.
Los ejemplos abundan, y aunque muchos continúan existiendo como casas particulares, al menos son admirables a pie de vial. El propio ayuntamiento propone una ruta de los palacios. Entresaquemos, por cuestión de espacio, el de los Condes de Luna (1754, hoy hotel), el del Marqués de Arneva (XVIII, desde 1973 casa consistorial) o la Casa Villaescusa (1915, continúa siendo residencial y albergó las Galerías Colón). Al final, se asentaba la burguesía.