Dice uno de los dos escritos sobre lápida en la rábida o ‘rābiṭa’ de Guardamar: “En el nombre de Alá (…). Se concluye esta mezquita en el mes de Almoharran (equivaldría a enero), el año tres y treinta y trescientos (aproximadamente el 944 de la era cristiana). Mandó construirla Ahmed, hijo de Bohul, hijo de la hija de Alwatsecbilá, el que busca la recompensa de Alá (…)”.
Desde el 711 hasta 1492 los árabes dominaron estas tierras, así que por entonces ya habían asentado en su hoy añorada Al-Ándalus, dejándonos un poso cultural extendido a las artes, costumbres, cultivos, palabras, tecnología agrícola o el uso del agua. Aún quedan restos por toda la Comunitat Valenciana, casi en cada localidad, por lo que resulta imposible registrarlos aquí en su integridad. Al menos marquémonos ruta veraniega.
Tierras de rábidas
¿Qué mejor que comenzar el recorrido aquí en Guardamar (‘Almodóvar’, ‘el redondo’ o ‘lugar fortificado’), en la Vega Baja del Segura? Localidad costera de 16.138 habitantes, según censo de 2022, en permanente batalla contra el empuje de la duna móvil, quizá diste ya mucho de ser la misma población que vivieron los habitantes de la época, cuando pergeñaron esta fortaleza religiosa y militar (una rábida).
Hoy puede contemplársela en el gran (800 hectáreas: ocho kilómetros cuadrados) parque Alfonso XIII, que también abraza la Casa de Cultura y el Museo Arqueológico. Relativamente cerca nos queda Crevillent (29.881 residentes), en el Baix Vinalopó, cuya mezquita nos crea el espejismo de un enraizamiento que, tras la expulsión de los moriscos (musulmanes convertidos a la fuerza) en 1646, no habría por que darse. De hecho, aquí la huella sarracena aparece implícita.
Los fenicios trajeron las palmeras y los árabes su aprovechamiento
Huertas y palmeras
La organización de los cultivos, un establecimiento sobre el espíritu de una alquería (casa de labor árabe con fincas agrícolas adjuntas), una plaza de aires mahometanos dedicada al cirujano local Muhammad al-Shafra (1270-1360), un callejero veterano en dédalo (típicamente muslime). Más explícito resulta en la casi conurbada Elche o Elx (235.580), en la misma comarca. Para empezar, el inmenso palmeral datilero, que posiblemente trajeran los fenicios, pero que enseñaron a aprovecharlo los árabes.
Unos 300.000 ejemplares declarados en el 2000 Patrimonio de la Humanidad. Pero lo arquitectónico también rezuma, gracias a la muralla, o a los baños árabes de los siglos XII y XIII, más la torre de la Calahorra o Calaforra, más o menos de la misma época, aunque se remataba en el XIV, almudín donde pesaban harina y se almacenaba cereal. La singular fortificación llegó incluso a servir de sede a la logia masónica ilicitana.
Terremotos y explosiones dañaron los restos en Guadalest
El visitado cementerio
Más al norte, en la Marina Baixa, El Castell de Guadalest (oficialmente 258 habitantes, pero la leyenda afirma que es una de las poblaciones más visitadas de Europa). Un túnel excavado en la roca, con portón, nos permite acceder a este gran bazar turístico en que se ha convertido la antañona ciudadela o alcazaba musulmana y medieval.
En realidad, este complejo amurallado, que convirtió una pequeña parte en un hoy muy visitado cementerio, comprende también la muslime Alcozaiba, del XI, el mismo siglo que el hoy llamado ‘castillo de San José’. Dos terremotos, en 1644 y 1748, más una explosión en 1708 en la Guerra de Sucesión (1701-1715, por la muerte sin sucesión del último Habsburgo), destrozaron buena parte del legado.
La muralla valenciana se encuentra inserta en la propia ciudad
Antiguo cinturón defensivo
Enfilemos ahora hacia Bocairent (‘bukayrān’ o ‘bekirén’, ‘piña’ o ‘colmena’; 87.349 habitantes), en Vall d’Albaida: la huella árabe se respira más que se palpa. Reconfortados por los vahos de aire fresco y húmedo de los ventanucos de las bodegas domésticas, queda acercarse a las Covetes dels Moros, un falso recuerdo islámico: los 53 habitáculos excavados en roca fueron más que seguramente vestigios de una comunidad anacoreta visigoda.
Más evidente, en la misma comarca, resulta la huella sarracena en Ontinyent. En su barrio de la Vila, Conjunto Histórico Nacional desde 1979, la iglesia gótica de Santa María (XIV al XV) se construyó sobre una mezquita (aún conserva parte de la muralla árabe). Y el palacio de la Duquesa del Almodóvar, del XV, se edificó a partir de la vivienda del cadí (gobernante y juez) musulmán.
La muralla oculta
La antigua Balansiya, desde luego, estaba bien amurallado (una capa exterior nos legó, por ejemplo, la torre del XII de Torrent, 85.142 residentes, en l’Horta Sud). No hay más que darse una vuelta por el gran núcleo más clásico de la València capitalina para descubrir que la muralla sarracena más cercana a la urbe sigue existiendo: calles, plazas, suelos, paredes, fachadas, partes de las viviendas, interiores de oficinas, restaurantes o comercios en general.
No es la única huella muslime, sí la más evidente, reducidos otros restos (la gran alberca, el cementerio real o rauda, la mezquita) a eso, a piezas museables. La muralla, pues, nos habla de un pasado lujoso, poderoso, en lo que hoy es la Comunitat Valenciana, de una civilización que se encastró en nuestro presente. Lo suficiente como para emprender este itinerario recuperador.