En estas fechas contamos el segundo centenario de una de las muchas batallas militares que ha sufrido Alicante. Quizás lo particular de este asedio sobre nuestra ciudad es que fue especialmente largo, teniendo en jaque durante tres interminables meses a la población alicantina.
Como trasfondo de este conflicto están esas eternas ‘dos Españas’, que por desgracia tantas veces han chocado entre sí causando nefastas consecuencias. Y en esta ocasión, el ‘pato’ lo tuvo que pagar Alicante.
Fernando VII provocó una guerra civil en España para recuperar su poder absoluto
España al borde del caos
En 1820 se produjo un golpe de estado en España encabezado por el general Rafael del Riego. La situación política era tremendamente inestable en nuestro país. Tras derrotar a Napoleón y su intento de conquistar la Península Ibérica, el rey Fernando VII asumió el trono, pero se negó a reconocer la Constitución para así poder gobernar con poderes absolutos. Por tanto la sociedad quedó dividida entre constitucionalistas y absolutistas.
Por si fuera poco, en Sudamérica había estallado una guerra entre los movimientos independentistas y los leales a la Corona Española. Precisamente Riego recibió un regimiento militar en Cádiz para viajar al continente americano y sofocar la rebelión independentista. Sin embargo, dada su ideología constitucionalista, el general decidió incumplir sus órdenes y utilizar esas tropas para sublevarse contra Fernando VII.
El golpe fue un éxito, hasta el punto de que el monarca se vio obligado a aceptar que España era una monarquía constitucional. Poco después se convocarían las primeras elecciones democráticas celebradas en toda España.
Estalla la guerra
Sin embargo Fernando VII solo aceptó esta democracia obligado por las circunstancias. Poco tardó en contactar clandestinamente con otros gobiernos extranjeros para pedirles ayuda militar. Al rey poco le importaba provocar una guerra civil en España si ello le servía para recuperar sus poderes, y tal cual lo hizo.
A lo largo de 1822 se produjeron diversas sublevaciones absolutistas y el Gobierno perdió el dominio de algunas zonas como Cataluña o Aragón. Se formó un ejército extranjero, formado principalmente por soldados franceses, al que se le denominó ‘Los Cien Mil Hijos de San Luis’, que entraron en España por el territorio absolutista para combatir contra los constitucionalistas. Estalló entonces la llamada Guerra Realista.
En junio de 1823 cayó València en manos de los Cien Mil Hijos de San Luis. Se hacía evidente que uno de sus siguientes objetivos sería tomar Alicante… y así fue.
Chapalangarra vendió incluso las campanas de las iglesias de Alicante para recaudar fondos
Preparación de la defensa
La capital alicantina se antojaba una plaza clave, dado que era uno de los pocos puertos mediterráneos que aún controlaba el Gobierno constitucional. Para reforzar su defensa, el 25 de julio arribó una flota naval y el 5 de agosto un batallón de 1.000 soldados procedentes de Cartagena.
Como principal hombre de poder quedó el coronel navarro Joaquín de Pablo ‘Chapalangarra’. Éste se encontró una situación económica bastante precaria cuando llegó a Alicante, dado que la llegada de los soldados unida a la de los muchos refugiados trasladados desde València había sobrepasado en gran medida las capacidades de la ciudad.
Para intentar desesperadamente recaudar fondos Chapalangarra impuso un nuevo impuesto al agua e incluso requisó las campanas de las iglesias para venderlas. Unas medidas que fueron bastante impopulares entre la población alicantina. Por eso intentó organizar varios festejos para levantar el ánimo popular… antes de que llegara la tormenta.
Alicante resiste
Hacia agosto los temidos Cien Mil Hijos de San Luis arribaron a las inmediaciones de Alicante. Hubo ataques por las zonas del Jardín Botánico y el Barranco de las Ovejas, pero fueron rechazados. Las tropas de Chapalangarra incluso lograron evitar que la ciudad fuera completamente cercada.
Lo cierto es que la resistencia de Alicante sorprendió a los absolutistas y especialmente a Pierre Bonnemains (el general francés encargado de esta conquista), dado que ellos contaban con una significativa superioridad numérica.
Sin embargo las cosas no les estaban yendo tan bien a los constitucionalistas en el resto de España. Tras perder la decisiva Batalla de Trocadero en Cádiz, la mayoría de los líderes leales al Gobierno capitularon entendiendo que la guerra estaba ya perdida.
Alicante fue la última capital de provincia que resistió a los absolutistas
Rendición constitucionalista
No ocurrió así en Alicante. El propio Fernando VII se comunicó con Chapalangarra el 3 de octubre para ordenarle que rindiera la ciudad, pero solo recibió la negativa como respuesta.
Sin embargo, a principios de noviembre Alicante ya era la última capital de provincia en toda España que resistía al ejército absolutista. Entre todos hicieron ver a Chapalangarra que no tenía ya demasiado sentido seguir prolongando la agonía.
Finalmente el coronel navarro acabó llegando a un acuerdo por el cual Bonnemains se comprometía a que no habría represalias, a que los funcionarios y militares constitucionalistas mantendrían sus empleos y a que los refugiados podrían regresar pacíficamente a València. Las tropas de los Cien Mil Hijos de San Luis entraron sin resistencia en Alicante el 12 de noviembre.
Posterior represión
Aún así muchos constitucionalistas desconfiaron de las promesas de Bonnemains y escaparon hacia el exilio durante los primeros días de noviembre. Hicieron bien, dado que la represión política no se hizo esperar.
Como castigo contra Alicante el rey Fernando VII nombró como nuevo gobernador al militar madrileño Pedro Fermín Iriberry, conocido sobre todo por su crueldad. Fiel a su fama, durante sus nueve años de mandato se multiplicaron las ejecuciones y encarcelamientos de alicantinos constitucionalistas.
En 1833 falleció Fernando VII y se produciría otra guerra en nuestro país que en esta ocasión sí ganarían los partidarios del poder constitucional. Pero eso ya… es otra historia.
Para terminar con una curiosa anécdota, antes de marcharse Chapalangarra escondió su bandera constitucionalista en Tabarca. Allí permaneció una década escondida hasta que al caer el absolutismo en España pudo volver a ondearse en Alicante.