Aseguran que un prestigioso crítico pidió que, en bien del cine, se destruyera la película ‘Ciudadano Kane’ (1941), considerada hoy una de las mejores de la historia. Más tarde, otro pensó lo mismo con ‘Psicosis’ (1960). Pues lo que valía para el séptimo arte, también valía para el tercero, la pintura. Ocurrió cuando el periodista, pintor y grabador francés Louis Leroy (1812-1885) asistió en 1874 a una exposición de jóvenes artistas.
Al ver el cuadro de Claude Monet (1840-1926) ‘Impresión, sol naciente’ (‘Impression: soleil levant’), Leroy estalló: “Me decía a mí mismo que, dado que estaba impresionado, tenía que haber alguna impresión en él (…) Un papel pintado está más terminado que esta marina”. De aquel rifirrafe surgió una corriente y una definición: impresionismo. Y no todo se centró en Francia: uno de sus más destacados autores era valenciano: Ignacio Pinazo (1849-1916).
Pinceladas sueltas
Para el arquitecto, historiador del arte y poeta José Pijoán (1879-1963), “la impresionista fue una técnica pictórica que consiste en el empleo de pinceladas yuxtapuestas de tonos puros, que forman como una textura de toques de color, con relegación del negro al mínimo, o incluso su total supresión”. En todo caso, abundaban las pinceladas sueltas. Antes que un fiel retrato de la realidad, quienes practicaban el impresionismo buscaban retratar la atmósfera.
Esa era la idea del grupo de jóvenes artistas que se reunían en el desaparecido café Guerbois, en el Boulevard de Clichy (por la zona del Moulin Rouge): pintores como el propio Monet, además de Edgar Degas (1834-1917), Paul Cézanne (1839-1906) o Pierre-Auguste Renoir (1841-1919). Incluso escritores como el naturalista Émile Zola (1840-1902). Ahora bien, ¿cómo llega Ignacio Pinazo Camarlench al impresionismo?
La infancia y la juventud de Pinazo fueron bien humildes
Un ramillete de ocupaciones
La infancia y la juventud de Pinazo fueron bien humildes, hasta el punto que se vio obligado a desempeñar los más diversos oficios para subsistir (platero, sombrerero). Bien es cierto que algunos, como decorador o pintor de abanicos y azulejos, no dejaban de tener una clara relación con lo que habrá de ser su creativo oficio.
Ejercía ya como oficial sombrerero cuando en 1863 consiguió matricularse en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, fundada en 1768. En aquella época, bajo la dirección, entre otros, del pintor alcoyano Emilio Sala Francés (1850-1910) y del valenciano José Fernández Olmos (1836-1903). De la obra de ambos, como puede comprobarse comparando cuadros, recibe no pocas influencias.
En Roma, el artista trabó contacto con la corriente pictórica de moda
Viaje a Roma
La medalla de 1871 otorgada por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia (1776), o que en 1873 el Ayuntamiento barcelonés adquiriera su cuadro ‘La Caridad’, le animaron a proponerse metas más ambiciosas en la pintura, pasando por una mejor formación. Así, marcha a Roma para aprender de los clásicos. Pero se le acaba el dinero: vuelve en 1876 y se presenta a un concurso convocado por la Diputación de València.
Ganarlo supuso una pensión para seguir estudiando en la capital italiana. Lo consiguió por la obra ‘Desembarco de Francisco I en la playa de Valencia’. Y revalida, si se quiere moralmente, al pintar en Roma ‘Las hijas del Cid, Abdicación del rey Jaime el Conquistador’. Eso sí, allí, entre clásico y clásico, descubría la corriente artística que triunfaba: el impresionismo, con ese informalismo atmosférico tan suyo.
Las epidemias de cólera propiciaron su cambio de residencia
Diferencias técnicas
Su arte, sin embargo, cobró sus especificidades frente al impresionismo normalizado desde París. Él sí utilizaba profusamente el negro, de hecho su paleta destilaba bastantes tonos oscuros, mezclados con marrones y terrosos. También acudió con más profusión a las temáticas clásicas, pasadas, eso sí, por el cedazo impresionista. E incluía más interiores de los habituales en la corriente original.
El grupo del café Guerbois estaba ‘enamorado’ de la pintura ‘au plein air’, al aire libre (lo que se llamó plenairismo), pero Pinazo no desdeñaba nada: todo parecía querer atraparlo con sus pinceles. Aunque, siempre desde un enfoque impresionista de trazo cada vez más suelto, fue dejando atrás poco a poco los ‘grandes temas’ para centrarse en la realidad que le rodeaba, especialmente tras marchar a Godella (l’Horta Nord).
El azote del cólera
Las frecuentes epidemias de cólera que azotaron a la capital valenciana (1834, 1855, 1865 y 1885, la peor de todas, seguida de los brotes más suaves registrados en 1860 y 1890) iban a marcar una fecha. En 1884 había penetrado en el Levante, oficialmente a través de Novelda (Medio Vinalopó), un brote que presumiblemente no iba a tardar en llegar al ‘cap i casal’, como sucedió, así que Pinazo marchó ese año con su familia a Villa María.
La finca pertenecía en realidad a José Jaumandreu Sitges, un mecenas catalán afincado en València cuya biografía borró su posterior ruina económica. Y le proporcionó, sin saberlo, al pintor valenciano última morada, porque Pinazo se quedó a vivir en Godella (donde se encuentra la casa-museo Pinazo), cada vez más encerrado en su arte. Un 18 de octubre se lo llevaba una bronquitis aguda, dejando tras de sí un impresionante legado artístico y, por qué no, humano.