La ciencia es un mecano que se construye poco a poco, pieza a pieza. Que quizá está siempre reelaborándose, buscando el porqué de las cosas. Así, si bien el botánico, naturalista y zoólogo sueco Carlos Linneo (Carl Nilsson Linnæus, Carolus Linnæus o Carl von Linné, 1707-1778) marcó el comienzo de la taxonomía (principios, métodos y fines de la clasificación de los seres vivos), pronto la propia ciencia iba a matizar sus estudios.
Que unas conclusiones puedan ser sometidas a verificación y falsabilidad (refutación por contraejemplo) constituyen dos pasos del método científico, y la disciplina de la que se considera padre al propio Linneo no iba a ser excepción. Matizar es avanzar, y uno de los principales responsables de ello fue el valenciano Antonio José Cavanilles (1745-1804), lo que no está nada mal dado que solo le dedicó a esto los últimos veinticinco años de su vida.
El tutor ejemplar
Porque en principio, y el futuro científico no renegaba en absoluto de ello, pese a su espíritu curioso e inquieto, Antonio José Cavanilles y Palop iba para profesor particular de lujo. Lo fue nada menos que de la prole del sevillano Teodomiro Caro de Briones (1715-1774), miembro del Consejo Real y Supremo de las Indias y oidor (o sea, juez supremo, el que ‘oye’ a las partes en litigio) de Valencia.
Con el tiempo, a Caro de Briones lo nombraron regente (equivalente a gobernador o subdelegado) de Oviedo, donde en 1772 ordenaban sacerdote a Cavanilles. También se encargó el religioso de los hijos de los Duques del Infantado, lo que le permitió trasladarse a París cuando al noble lo nombraron embajador. Volveremos a la Ciudad de la Luz, muy importante en esta historia.
Solo le dedicó los últimos veinticinco años de su vida
Matemático a cuenta propia
¿Cuál era la formación del futuro científico valenciano? En realidad, estudió en València y en Gandia Filosofía, Gramática y Teología. Pero ya dijimos que la curiosidad le podía; “en privado” (o sea, por su cuenta) también se empapó de matemáticas, aparte de que lo del dibujo ya le iba. En realidad, aunque a esas alturas tenía totalmente encauzada la vida, la botánica aún tenía hueco en esta.
Y ahora retomamos lo del viaje y estancia en París, desde 1777. Una metrópoli donde, en ese momento, triunfaba el espíritu del Siglo de la Razón o de las Luces, el del gran arranque del uso del método científico (cuando, a partir de la observación de la naturaleza, prima la medición sobre la deducción) y donde la modernización de la sociedad se convirtió en bandera. Pero además hará otra aportación de interés: la divulgación.
Se convirtió en un asiduo del Jardín Botánico de París
Ilustrados y enciclopedistas
La Ilustración o movimiento ilustrado, hija francesa de este gran movimiento paneuropeo que había gozado ya de apuntes previos como el movimiento de los Novatores, nacido a mediados del XVIII sobre todo desde València, se marcó el objetivo principal de “disipar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón”. O sea que trataban de ‘ilustrar’ (“dar luz al entendimiento”, según la primera acepción que da la RAE).
Una de las maneras principales fue la de preparar “enciclopedias” (o sea, obras “en que se recogen informaciones correspondientes a muy diversos campos del saber y de las actividades humanas”). Básicamente, a través de libros ‘ilustrados’ (o sea, adornados “con láminas o grabados alusivos al texto”, en la tercera acepción de ‘ilustrar’). Pues ese fue el caldo de cultivo en el que bañó su inquietud Cavanilles, quien se volvió asiduo del Botánico parisino.
Falleció dejando inconcluso su último tratado, ‘Hortus Regius Matritensis’
Malváceas y arroz
En aquella institución creada en 1635 por el rey Luis XIII de Francia (1601-1643) como reservorio medicinal comenzaba a desarrollarse, de forma ciertamente rápida, el Cavanilles que pasó a la posteridad, el Cavanilles naturalista y botánico. Allí fraguará su primera obra botánica, la ‘Monadelphiae’ (1785-1789), a propósito de las malváceas o monadelfias (algodones, hibiscos, malvas). Ya comienza a perfilar aquí su perfeccionismo y sus preocupaciones.
No solo llegó a catalogar para la ciencia más de dos mil especies, así como numerosos géneros vegetales nuevos, sino que también introdujo temas como el desarrollo sostenible, en trabajos como ‘Observaciones sobre el cultivo del arroz en el Reyno de Valencia y su influencia en la salud pública’ (1976).
Tratados magnos
De entre su producción científica destacan títulos como las ‘Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, población y frutos del Reino de Valencia’ (1795-1797)’, con 53 grabados de paisajes naturales, o los ‘Icones et descriptiones plantarum quae aut sponte in Hispania crescunt, aut in Hortis hospitantur’ (‘Iconos y descripciones de plantas que crecen de forma natural en España o se encuentran en jardines’, 1793-1801), en seis volúmenes, donde se recogen 712 especies (hay seiscientas láminas).
En 1801 se hacía cargo del Real Jardín Botánico de Madrid, y emprendió un nuevo tratado magno, ‘Hortus Regius Matritensis’ (literalmente, ‘Jardín Real de Madrid’), pero no pudo concluirlo. Un 10 de mayo, con 59 años, se lo llevó la vida. Como religioso sin descendencia, legaba al Botánico biblioteca y herbolario, y a la humanidad, su ciencia.