Podría comenzar así: “Se pusieron en marcha con la aurora para ver la decapitación de un hombre. Eran veinte en total, y Vicente cabalgaba entre ellos, nervioso y emocionado”. Pero la realidad es que esto, salvo por el cambio de nombre, ya lo escribió George R. R. Martin para ‘Juego de tronos’. Digamos que el tal Vicente existió: se llamaba Peris y fue dirigente en la revuelta de la que hablaremos.
Oficialmente, al menos según los libros de historia, el 4 de noviembre de 1519 comienza la rebelión o guerra de las Germanías (1519-1523). Un movimiento social, señalan unas fuentes; un acontecimiento convulso en una época crispada, que se trasladó a Mallorca y enfrentó a unos contra otros, te matizarán. En todo caso, nada que envidiar con lo imaginado por Martin.
Hermanos y agremiados
Primero delimitemos los términos: ¿por qué se les llamaban germanías? Nada que ver con ‘alemán’, por Germania, el nombre latino de Alemania, sino con vocablos valencianos como ‘germà’ (hermano), ‘agermanat’ (hermanado) o ‘germanor’ (hermandad), a su vez procedentes del latín ‘germānus’. ¿Y a quiénes designaban? Resulta curioso que hoy para el diccionario de la RAE, en la primera acepción, sea la “jerga o manera de hablar de ladrones y rufianes”.
Bueno, en aquella época posee un significado gremial. La existencia de los gremios escarba en las raíces de la historia y básicamente consisten en la agrupación de todas las personas que practican un oficio, permitiendo su organización interprofesional (requisitos, paso de aprendiz a oficial y de este a maestro). Artesanos y comerciantes fueron los grandes agremiados durante la Edad Media (siglos V al XV).
El nombre procede de vocablos como ‘germà’ (hermano)
Rey y emperador
Señalemos que, tras la aventura transoceánica de Cristóbal Colón (1451-1506), con el advenimiento de la Edad Moderna (hasta el siglo XVIII), los gremios fueron desprendiéndose de las pirámides de vasallaje (vínculos de dependencia y fidelidad de una persona hacia otra) del Medievo y cobrando poder en las nuevas poblaciones. Lo que no fue óbice para que las superestructuras del Antiguo Régimen continuaran existiendo.
La revuelta, que vence sin conceder piedad, le estallará en la cara al monarca Carlos I (1500-1558) en los primeros años de su mandato como rey de España, Sicilia y Cerdeña, desde 1516 a 1556, y cuando había sido ya nombrado Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano, además de rey de Germania (esta sí por Alemania) y de Italia, desde el 23 de octubre de 1520 (continuó siéndolo hasta su fallecimiento).
Su creador, el valenciano Joan Llorens, se basó en los ‘Evangelios’
Con puño de hierro
La conducta de ‘El César’, como llegaron a apodarlo, así como las de nobleza e Iglesia española de la época, no debió de ser todo lo buena que las hagiografías nos cuentan, porque su actitud y disposiciones hacia el pueblo llano (desde allí arriba de la pirámide, menos que nobles) causaron no pocos descontentos. Baste decir que hubo más conflictos de Germanías, como las revueltas de las Comunidades de Castilla (1520-1522), aquí artesanos y labradores.
En todo caso, Carlos I (y V) actuó con puño de hierro, y eso que ya le habían leído la cartilla desde la nobleza: fue el 9 de febrero de 1518, cuando las Cortes de Castilla, en Valladolid, juraban a Carlos I como monarca, al tiempo que le pedían, entre otras cosas, que aprendiese a hablar castellano, que no se nombraran para más cargos a extranjeros o que no salieran más metales preciosos desde Castilla.
Pretendían acabar con los abusos de poder y el intrusismo
Origen evangélico
El movimiento de ‘agermanats’ tenía un origen casi religioso, o relacionado con él. El fundador de las germanías, el valenciano Joan Llorens (1458-1521), se basaba precisamente en los ‘Evangelios’. Cuando se materializa a las bravas el descontento, ante abusos de nobles o exceso de impuestos para sufragar los gastos de la Corona, las reivindicaciones cobran singular actualidad.
Así, acabar con los abusos del poder o con un intrusismo en muchos casos fomentado desde aquel. Piden una justicia imparcial y un nuevo estamento (los ‘agermanats’, claro). En verano de 2029 comenzó el jaleo, al principio más suave, hasta que el asunto pasa a manos militares, que se deciden por la rebelión armada, caso del segorbino Vicente Peris (1478-1522), ajusticiado en València, quien de terciopelero se convierte en capitán del ejército de las Germanías.
De Mallorca a Gandia
Además de comuneros castellanos y ‘agermanats’ autóctonos, protestaban también las germanías mallorquinas, que interactuaron con las valencianas. Allí, el encarcelamiento de siete menestrales (trabajadores) fue la chispa para prenderlo todo. Nobles y ‘agermanats’ combatieron, y por nuestras tierras ocurrió una cosa muy curiosa: los Reinos de València (1238-1707) y de Mallorca (1231-1707) prácticamente acabaron peleándose, o discutiendo a lo bruto, con la excusa de los ‘agermanats’.
Como en la batalla de Gandia o del río Vernisa, el 25 de julio de 1521, en la que los insurrectos agremiados, sobre todo mallorquines, enrocados en la ciudad de la Safor, huyeron; los que quedaron vivos, haciendo daño (aunque algunos asentaron, por ejemplo, en las Marinas alicantinas), mientras que con los nobles vencedores un montón de propiedades cambiaba de dueño a lo bruto. A río revuelto, juego de tronos.