Entrevista> Enrique Terol / Escritor (Alicante, 3-febrero-1958)
La entrevista a veces se diluye, tras años sin vernos. Recuperamos el tiempo perdido, como los personajes de su admirado Proust. Como en la investigación de los personajes de su primera novela, ‘La sonrisa de Elena’ (‘Elena’s Smile’, en su edición en inglés).
Pero Enrique Terol promete una nueva aventura en sus queridos y brumosos ambientes norteños. Se encuentra documentándola, explica mientras repasamos anécdotas, o curiosidades (en la portada de la edición española dice que “quiso firmar una historia que todavía no había sido escrita”, y en la inglesa: “He wanted to discover a truth not yet written”, ‘quiso descubrir una verdad aún no escrita’).
“Burgos, Nochebuena de 1257. La princesa Kristina Hakonsdatter de Noruega llega a la ciudad camino de Valladolid para contraer matrimonio con Alfonso X el Sabio”. “Ocho siglos después, Carlos Lafuente (…) es encargado de elaborar un informe sobre la autenticidad de un manuscrito encontrado cerca del monasterio de Silos”. ¿Escapismo para el lector o para el autor?
Sin duda, para mí lo primero. Escribo lo que me gustaría leer, y disfrutar de la aventura significa ver cómo la narración cobra vida delante de uno. Al igual que el actor, que al creerse el personaje da el primer paso para que el espectador, o lector en este caso, sea uno con la historia.
Has dicho que para ti Julio Verne, con sus acciones más allá de tu ciudad, te cautivaba.
Verne supuso para mí mis primeras lecturas, con Emilio Salgari, mi primera novela, a los quince años. Verne, Salgari y Enid Blyton son mis primeros autores, y luego ya, con diecisiete años, es cuando comencé a leer a los clásicos y Charles Dickens, con ese mundo anglosajón de lluvia y viento.
«Disfrutar de la aventura significa ver cómo la narración cobra vida»
Hay juegos literarios en el libro.
Sí, una especie de juego de citas. Por ejemplo, de aquel “han visto leones en la tumba de Finch- Hutton”, en ‘Memorias de África’, me fijé en el lenguaje y, así, busqué para la novela una localización acorde, y la encontré en el parque de la Isla en Burgos. Aquí, “han visto ardillas en el parque de la Isla”. Hay varias, a Stephen King, a Marcel Proust.
Quien está habituado a leer, las ve. También ‘La isla del tesoro’, donde todo puede ser una aventura. Hay más; como en la novela pionera de Charles Dickens, ‘Los papeles póstumos del Club Pickwick’, para algunos ‘El Quijote inglés’, la historia tiene a su vez pequeñas historias. Y además cada capítulo está encabezado a lo cervantino: “De donde se narra que…”.
Escribes desde siempre, aunque dices que escribías muchos cuentos que nunca terminabas, pero leí artículos tuyos sobre cine, y en tu obra hay referencias cinematográficas.
Para mí hay una gran influencia del cine. Pero es que en el cine todo estaba supeditado a los medios técnicos y económicos, cuando ahora llegas con un ‘smartphone’ y… vamos, que te haces un largometraje. Ya hubiese querido tener, en la época de los cortos, esta tecnología. Pero en la literatura, en cambio, puedes controlar.
«Verne, Salgari y Enid Blyton son mis primeras lecturas»
El cine fue para ti algo sustancial. En 1985, por ejemplo, protagonizaste ‘Fausto 85’ (1980), de Enrique Nieto Nadal, corto que ganó premios nacionales e internacionales. Y un título propio, ‘La calle sobre el agua’. ¿Qué recuerdas de aquella época?
La ilusión que teníamos. En el súper-8, por ejemplo, el esperar el carrete revelado, aunque si la toma no había salido bien, tenías que volver a filmar. Hoy hay técnicas maravillosas. Si hubiésemos tenido aquellos medios entonces…
Desde aquellos tiempos la verdad es que no he vuelto a hacer nada, y creo que fue por la frustración de ver que aquello que imaginaba no conseguía que quedara como quería. Me quedé tan frustrado que quizá tiré la toalla muy pronto. Y ahora, con la literatura, y con tiempo para dedicarle, he descubierto que aquí sí que puedes lograrlo.
Además, hiciste teatro hasta en inglés. ¿Cómo fueron esas experiencias sobre las tablas?
También recuerdo la ilusión. Estuve en el grupo Antares, y con la Universidad de Alicante, que fue en inglés. La verdad es que aquello era tan ilusionante que terminábamos de trabajar y nos íbamos a ensayar, igual de diez a doce de la noche, y luego a las siete de la mañana otra vez a trabajar. Y lo hacíamos.
«Conforme construyes la historia, llegas a creértelo»
Pero luego llegó el silencio artístico, hasta ‘La sonrisa de Elena’. ¿Cómo fue el proceso creativo?
Me documenté mucho. Por ejemplo, la catedral de Burgos, cuál es su seguridad, hasta los posibles fallos de esta, cómo eran los colegios… Además, me puse en contacto con la gente y todo fueron facilidades. La verdad es que, conforme construyes la historia, llegas a creértelo. Fue apasionante.
Te has llegado a definir como “eterno mitómano y anglófilo”, que sueñas “con el norte, con la lluvia y los paisajes nevados donde todo es posible”. Retomo la pregunta del principio: ¿escapismo o fascinación?
Para mí, con el escapismo te vas hacia un lado por el que estás fascinado. Entonces a mí los mitos nórdicos, esas historias en la niebla, en lo misterioso, esos paisajes difuminados, me dan tranquilidad. No es como aquí, en los climas calurosos, cuando la cruda realidad está potenciada por el sol.
Además, al igual que Proust, en ‘En busca del tiempo perdido’, hago una reflexión sobre la historia. Porque ese instante, en que mojas una magdalena, ya pasó, ya es historia. Para la mente humana, tres mil años son igual que tres segundos. Para el protagonista de la novela, la problemática con la que se encuentra en el pasado está igual de viva que la actual.