Da clases donde pidan, viaja a mil sitios por motivos profesionales. Javier Cabrera, que comenzaba, ilusionado, rodando cortometrajes en los ochenta, se encontró en la calle tras estar ligado como documentalista a la Universidad de Alicante. Apostó por seguir profesionalizando su vocación, ahora con las más nuevas y cercanas tecnologías: los móviles. Y comparte, desde el Taller Audiovisual, sus conocimientos como formador, tanto ‘on-line’ como presencial.
Recuerdo paisajes agrestes, un Indiana Jones adolescente, luchas, aventuras… En un corto en súper-8 de 1983…
Sí, sí, ‘Tierra salvaje’. Había hecho ya varios cortos. El año anterior nos habíamos presentado a un concurso del colegio, en los salesianos, con ‘Civilizados o salvajes’ (una fábula prehistórica, sobre que la unión hace la fuerza), y nos había hecho mucha ilusión el ganar, así que nos presentamos de nuevo.
Estaba de moda ‘En busca del arca perdida’ (1981), así que con una cámara muy de andar por casa rodamos entre Arenales y Gran Alacant, que entonces no había nada, estaba todo salvaje; y ganamos (mención especial del jurado y luego trofeo en el IV Certamen Provincial de Cine Amateur de Libre Creación 1984).
«En el Taller de Imagen de la universidad lo di todo»
¿Pensabas entonces dedicarte profesionalmente al cine, al audiovisual?
Por supuesto, era algo que me gustaba desde siempre. Pero a la hora de elegir qué estudiar, por una decisión no sé ahora si la mejor o no, me decidí por Filología Hispánica en la Universidad de Alicante, aunque estudié también Imagen y Sonido en el FP de San Juan, de donde salieron muchos técnicos de Canal 9.
No busqué allí, sino en el Taller de Imagen de la universidad, antes de que se convirtiera en empresa. Y allí lo di todo: documentales, series, realizador, técnico, guionista. Como la primera entrega de ‘Vent de mar’ (1993), para Canal 9, ‘Cota Cero’ (1997) o ‘Crónicas del Mediterráneo’ (2001), que realicé, escribí y edité.
¿Rodaste más cortos de ficción?
Varios en vídeo, con cámara doméstica, como ‘Las cerezas’ (2006), para el taller que dio Víctor Erice en la CAM. Y antes otros, como ‘Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza’ (1991). Luego, una serie de cortos de un minuto, las ‘películas de andar por casa’, como ‘La brigada lunes’ (2010), que filmé en el estadio Rico Pérez, donde un montón de ancianos barrían los insultos de los hinchas.
Pero tocaba más documental.
Salí del Taller de Imagen y entré en el Taller Digital de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, para rodar documentales para Internet, muy cortitos, porque entonces no había el ancho de banda actual. Fue un lujazo; en aquella época había dinero. Trabajábamos sobre escritores: Galdós, Emilia Pardo Bazán, Larra, cuyo sobrino guardaba de su tío yo creo que hasta los pelos del bigote.
Si había que ir a un sitio, a grabar, a entrevistar a descendientes, a expertos, se iba, aquí o en el extranjero. Luego, con el vídeo y los datos se montaba en la página como un puzle que te daba toda la información…
«Aposté por el móvil: ¿por qué no usarlo profesionalmente?»
Y de pronto, se acabó todo.
Ocurrió en enero de 2013, con la otra crisis. Tiraron a más de la mitad del personal del taller, que era la ‘fábrica’ de la biblioteca. Yo era el más veterano, pero también me tocó. Había ido a Marruecos y grabé con mi móvil. Aquello me dio la idea; yo había trabajado en celuloide y vídeo profesional, y ahora aposté por este dispositivo.
Estaba en la calle, con una hija, y solo había trabajado en esto. ¿Por qué no usar el móvil profesionalmente? La verdad es que nunca tuve problemas y surgieron muchos trabajos rodados con él. Y sí, que me preguntaste antes, me apetece hacer de nuevo cosas argumentales, pero en estos momentos, con todo, me falta tiempo.
¿Cómo surgen las clases?
La gente que me encargaba trabajos me pedía “¿por qué no me enseñas a grabar a mí?”. Al principio pensaba que si enseñaba, me quedaba sin trabajo; pero poco a poco cada vez tenía más alumnos, había necesidad de hacer vídeos, como marca personal. Lancé mi primer curso en 2015, y en 2016 creé la escuela, ‘on-line’ y presencial.
Esto es como aquellas ‘Jornades de Cinema’ (1985) que se hicieron en Alicante, que se hablaba de la democratización del cine, de si era mejor celuloide o vídeo, que entonces era mejor cine porque el vídeo no daba tanta calidad, pero ahora con un móvil posees gran calidad. Hoy ya no me resisto a nada, unas tecnologías funcionan mejor, otras aún no, pero hay que estar abierto.
«No consiste en enseñarles tantos trucos, sino las bases»
¿Qué tipo de alumnado tienes y qué calidad alcanzan?
Mira, como ejemplos, un chico, que vive en una casa-cueva en Baza, cuyo tema es la filosofía. Otro, desde Estados Unidos, con un canal de autoconfianza, astrología. O una mujer en Medellín, de sesenta años, de las artes plásticas. O el de microcursos de arqueología. La calidad depende de cada alumno, de hasta dónde quiera llegar. El objetivo que les marco es pensar en modo vídeo.
Aprender desde la base
¿Cómo se desenvuelven al principio?
Muchos están aterrorizados de salir ante la cámara. Existen esos prejuicios de que en Internet solo se sale para hacer el ganso o para contar tu vida, el postureo. Y tienen que aprender a que se trata de compartir, todo aquello que quieras, y de ayudar, a las personas que te ven. Que puedes hacer ficción, vídeo investigación, periodismo…
Les aconsejo que no esperen a tener la última tecnología, ya vendrán los focos, el trípode y el micrófono. De momento, lo esencial: la cámara, el editor. Y no consiste en enseñarles tanto trucos sino las bases.