Entrevista > Javier Pascual / Maestro (Vezdemarbán, Zamora, 1948)
Hay profesiones que deben de ejercerse desde la más profunda y devota entrega vocacional. De entre todas ellas, seguramente la de maestro sea la más especial, porque son ellos los encargados de formar a los ciudadanos del futuro.
Javier Pascual pertenece a ese grupo de profesionales a los que no cabe más que llamar Maestros (con la eme mayúscula). Más de una década después de su jubilación, muchos de sus exalumnos le saludan con cariño profundo por la calle. Él, por su parte, se resiste a la retirada completa y une ahora sus dos pasiones, la enseñanza y el cine, en un proyecto con el que impartir valores en los centros educativos alfasinos.
«Establecemos una relación y una comunicación que lo que hace es empatizar al profesor con los alumnos y a los alumnos entre sí»
Hablar de l’Alfàs del Pi y de cine es, gracias a iniciativas como el Festival de Cine o el ciclo de Cine Solidario, la misma cosa. Ahora, además, usted ha unido sus dos pasiones: la enseñanza y el cine.
Hace ya once años desde que me jubilé, pero ya antes de eso enseñaba valores a través del cine en las tutorías. Una vez que me jubilo, veo que puedo trabajar con los Centros de Formación, Innovación y Recursos Educativos (Cefire) impartiendo cine y educación en valores.
Como tú sabes, he sido subdirector del Festival del Cine y, por lo tanto, he visto miles de cortos. Entonces, pensé que a lo mejor un corto era mejor para dar valores que una película, porque para ver una película en clase necesitas como tres o cuatro clases, mientras que un corto de cinco minutos puedes trabajarlo durante una hora.
Cuando hablamos de educación en valores, abrimos un abanico muy amplio y en el que parece que la típica clase teórica no encaja mucho. Hoy en día, los jóvenes están muy habituados a las pantallas y, además, a vídeos de muy corta duración. ¿El cine y, en concreto, los cortos son el mejor sistema para hacerles llegar esos mensajes?
Tienes razón en que ahora la gente joven, incluso los niños de once y doce años, ya van con el móvil viendo TikTok continuamente. Ven cosas que duran cinco o diez minutos y enseguida quieren otra, y es la imagen lo que les entra. He visto, por ejemplo, campañas de la Policía sobre acoso o sobre género y los chavales, me da igual en primaria o en secundaria, pueden estar con el móvil, es algo que les cuentan y están de forma pasiva.
Lo que hago es totalmente distinto. Les digo que vamos a hablar de emociones como, por ejemplo, el miedo. Lo primero es explicar cuáles son los míos, les cuento una anécdota y eso es también lo que quiero que hagan los profesores, que cuenten una anécdota personal que a ellos les haya afectado. Eso sirve para el miedo y para cualquier cosa: la duda, el feminismo, el machismo, el género… da igual.
«Hay un hecho falso que dice que la educación la dan los padres y el profesor lo único que tiene que dar es la materia»
Engancharles con una anécdota personal le sitúa a su mismo nivel. Un ‘primus inter pares’ que rompe la barrera profesor-alumno.
Cuando cuento una anécdota personal, los chavales ya dicen, “mira, ya sé algo de él”. En ese momento es cuando ya puedo preguntar y cada uno va contando. No doy charlas, lo que hago es, como ese corto de cinco minutos lo he visto muchas veces, pararlo las veces que considero necesario y pregunto a todos, absolutamente a todos, que me den su opinión de eso que están viendo.
Así, con un corto que dura cinco minutos, podemos estar como tres cuartos de hora o una hora, porque todos ellos van a hablar.
¿Y no pierden la atención?
No, qué va. Son ellos los protagonistas. Quiero que me cuenten cómo puede continuar el corto o qué harían ellos en su lugar. Están continuamente contestando y si alguien se sale de tono, el resto levanta la mano y le contesta. De tal forma que se establece una relación y una comunicación que lo que hace es empatizar al profesor con los alumnos y a los alumnos entre sí.
Lo que hacemos es conocernos mejor nosotros, entre los alumnos, al profesor…
Cuando hablamos de valores en una sociedad tan polarizada, supongo que cada alumno vendrá con una maleta cargada con prejuicios y opiniones de casa, de su círculo social, de sus amigos, de sus compañeros… ¿Cuesta mucho vaciarla?
En principio, hay un hecho falso que dice que la educación la dan los padres y el profesor lo único que tiene que dar es la materia. Eso es falso porque la educación o es emocional o no es. O sea, no puedo decir dos más dos son cuatro, porque para eso está la enciclopedia o la Wikipedia. Yo tengo que entrar en la emoción del chaval y emocionarlo.
Me da igual tanto en matemáticas, en literatura, en geografía… Si no entro por las emociones, no puedo entrar.
«Yo no puedo decir dos más dos son cuatro, porque para eso está la enciclopedia o la Wikipedia. Yo tengo que entrar en la emoción del chaval»
Pero, por volver a lo que le preguntaba, eso mismo sucede en casa y con sus amigos. Esas emociones le llenan la maleta que le decía antes.
El niño pequeño, incluso de la ESO, viene influenciado negativamente, en algunos casos, por la familia. Pongamos el ejemplo de una familia en la que el padre llega, se sienta, le quitan los zapatos… Ese pequeño llega y me dice, porque me ha pasado, que su madre no trabaja porque no le pagan. Como no cobra, no trabaja. Entonces, es muy difícil quitarle eso.
¿Y cómo se le quita?
Compartiendo todo lo demás que dicen sus propios compañeros de clase. Cuando llegamos a un punto así, el resto de las clases puede empezar a influenciar a ese chaval y hacerle ver que lo que está haciendo no es correcto.
Hablamos de valores, pero no hemos especificado. ¿Con qué valores trabaja en su proyecto?
El programa consiste en que cada mes vamos a dar un valor distinto. Empezamos con acoso escolar, seguimos con la autoestima y resiliencia, el compañerismo, la ecología y el medio ambiente, las emociones, el género, la inmigración y xenofobia, las nuevas tecnologías, la paz y la no violencia…
En este programa hay cortos que van desde los tres años hasta sexto, de tal forma que hay alrededor de unos ochocientos cortos separados por valores, por meses y por edades.
«Trabajo con alrededor de ochocientos cortos separados por valores, por meses y por edades»
Dejando hablar a los alumnos, se habrá encontrado de todo.
Hay un caso muy curioso en secundaria. Vimos un corto en el que el protagonista tenía catorce o quince años e iba con una pandilla de dieciocho o diecinueve, y le iban machacando y todo eso. En un momento determinado, el chico llama a su padre hijo de puta o cabrón. Entonces pregunté que quién llama cabrón alguna vez al suyo. Algunos levantaron la mano tímidamente, pero hubo un chaval que se levantó y dijo “yo le llamo cabrón todos los días”. Era un chico que no había hablado en todo el curso.
Le pregunté por qué lo hacía y dijo que porque llega borracho todos los días a casa y le pega a la madre. Ese chaval había estado marginado, porque no hablaba nada. Tú imagínate cómo está ese chaval todos los días para ir a clase. Bueno, pues a partir de ese día estuvo arropado, acompañado y empezó a hablar con sus compañeros.
Aunque sólo sea por ese caso que me ha contado, le diría que el programa sirve.
Esta campaña sirve para empatizar entre los alumnos, para conocerlos, para conocer al profesor.
Un profesor me dijo “¿sabes, Javier, para lo que me ha servido esto? Para conocer a mis alumnos, que no los conocía”. Con eso ya me vale.
«Un profesor me dijo: ¿sabes, Javier, para lo que me ha servido esto?, para conocer a mis alumnos que no los conocía. Con eso ya me vale»
Usted me está hablando de cómo funciona este método haciendo un uso apropiado de la así llamada presión social que el grupo puede generar en el individuo. Supongo que tendrá que tener mucho cuidado de que eso no se le vuelva en contra. Por ejemplo, en el caso que me contaba, que abrirse de esa forma no provoque una situación de acoso hacia el chaval.
Es que lo de los acosadores es distinto. Pongo un corto en clase y me fijo en quién da codazos y quién no da codazos, quién se sonríe y quién no se sonríe, quién hace así y quién no lo hace así… Y cuando acaba la clase les pregunto directamente “tú lo pasas bien haciendo sufrir a los demás, ¿verdad?”. Ellos lo niegan, claro, pero todo el mundo dice sí, tú disfrutas haciéndolo.
Lo del acoso es muy fuerte, es fortísimo, y ahora con los móviles mucho más. Lo que hay que hacer es mostrar el miedo, el terror que tiene el que es acosado.
¿Habla por experiencia personal?
Fui acosado. Se me rompió un tobillo cuando tenía once años y desde entonces ando mal. Me acosaban porque tengo la cara quemada y se reían de mí. El acosador no llama nunca hijo de puta; le llama maricón, gordo, cuatro ojos… es decir, lo que él entiende por defectos físicos. Yo tenía la cara quemada y decían “mira el cara mierda este; mira, parece que le ha cagado alguien”. Lo pasé fatal.
Además, yo estaba en el seminario y no iba a casa a dormir. Dormía con treinta en una habitación, con lo cual el acosador me machacaba. Ahora cuento el terror que tuve y le pongo unos cortos terroríficos.
¿Cómo se acaba con eso?
Si toda la clase apoya al acosado, se acabó el acosador. Y lo que pretendo es eso, que las clases sean conscientes del terror que yo tuve. A partir de ahí, el acosador se empieza a preguntar cosas. Y luego hay otro corte que plantea preguntas. ¿Quién tiene miedo en el acoso escolar? ¿Tiene miedo el acosado, el acosador, el padre del acosado, el padre del acosador, el maestro, el profesor, la sociedad?
Todo el mundo tiene miedo. Al final, acaban hablando todos; y te digo que el acosador lo pasa bastante mal y se lo empieza a plantear.
«Lo del acoso es muy fuerte, y ahora con los móviles mucho más. Lo que hay que hacer es mostrar el miedo, el terror que tiene el que es acosado»
No quiero politizar esto, pero voy a ponerle el pin parental sólo como un ejemplo ilustrativo. ¿Ha tenido problemas con los padres que puedan considerar que los valores que se dan no son los que les tiene que dar a sus hijos?
El problema es que los que piden el pin parental, lo único que quieren es que el profesor dé las matemáticas, la lengua, la literatura o la geografía; pero que se olviden de sus hijos. No tienen porqué conocer a sus hijos, “porque es mi hijo y a ti no te importa”, le dirían al profesor. “Es mi hijo y con mi hijo hago lo que me dé la gana”. Eso es falso. Tú no puedes hacer con tu hijo lo que te dé la gana.
Si eres uno que ejercita la violencia de género, no puedes enseñarle a tu hijo eso, porque tu hijo será igual que tú. Entonces, el profesor tiene que ser educador y al ser educador tiene que dar valores. Y los valores son eso. Lo del pin parental me parece gravísimo.
Antes ha dicho que la educación, o es emocional o no es. Hay una tendencia ahora que defiende que hay que reforzar aquello en lo que el niño es bueno, incluso a costa de no darle ciertas materias en las que sabemos que no va a brillar. Pero, no sé si puede haber mucho de emocional en enseñar que dos más dos son cuatro. ¿Cómo buscamos el equilibrio?
Cuando estudié sexto, tuve un profesor de filosofía que me aburría soberanamente, y el de matemáticas jamás me entró en la cabeza. Eso era emoción y te voy a explicar por qué. Cuando llego a PREU, descubrí que la filosofía era un cuento. El profesor me había entrado, nos había entrado de tal forma que emocionalmente nos había hecho fascinante una materia que era muy áspera y que no me gustaba antes.
Matemáticas, siempre aprobé, muy justo. Cuando estudié Perito Agrícola, tenía tal profesor de matemáticas que a los dos meses estaba yo enseñando matrices a la gente de matemáticas. ¿Cómo te lo explicas? Muy fácil: la emoción. A mí, el profesor me entró, me explicó por la emoción.