Los libros de historia aseguran que a Francisco Antonio Jiménez Ledesma, apodado ‘Curro Jiménez’ (1819-1849), también ‘el barquero de Cantillana’ (un municipio sevillano), por su ocupación anterior, lo tiroteó la casi recién creada (en 1844) Guardia Civil. Pero la leyenda afirma que en realidad salvó la vida con alguna argucia y emigró a Hispanoamérica, donde fue terrateniente.
A ver. Rebobinemos. En realidad, esta historia se le adjudicó popularmente no solo a él, sino a otros muchos bandoleros de la época, década más o menos. Por ejemplo, a Jaime José Cayerano o Jaime José Cayetano Alfonso Juan (1783-1824), según dónde te documentes, más conocido como Jaime ‘El Barbudo’ o Jaume ‘El Barbut’, unos aseguran que por su bravía, otros que porque, a pesar de ser barbilampiño, lucía unas enormes patillas.
Los narradores
La realidad es que en el imaginario colectivo nos ha quedado una imagen de aquellos bandoleros, tipo Jaime, como de amigos de los pobres, que robaban a los ricos, como Robin Hood, el legendario truhan que campó por los bosques de la Inglaterra medieval y cuyas aventuras trasladó al papel el pionero impresor británico, de origen alsaciano, Wynkyn de Worde (Jan van Wynkyn de nombre de pila), de quien se especula que falleció en 1534 o 1935.
Aquí en España, fue el escritor moralista, nacido en Málaga, Florencio Luis Parreño (1822-1897) quien publicaba en 1873 ‘Jaime Alfonso el Barbudo, el más valiente de los bandidos españoles’ (que se reeditaba en 1895, en dos tomos, en versión “corregida y comentada” por el propio Parreño), el que sentó las bases, llamémoslas argumentales, de todo lo que hoy conocemos del bandolero, en particular y en general.
El escritor Florencio Luis Parreño sentó las bases argumentales del bandolerismo
Conexiones al más allá
No todo el mundo parecía estar de acuerdo con lo narrado por Parreño, ya que en 1876 se publicaba la ‘Historia verdadera del famoso guerrillero y bandido Jaime El Barbudo’, de autor anónimo. En todo caso, Parreño, en sus novelas históricas, podía argumentar que bebía en fuentes de primera mano; era miembro del Círculo Magnetológico-Espiritista, heredero del Círculo Espiritista de Madrid (1868-1870).
Como curiosidad, el escritor sí acabó cruzando el océano, para establecerse en Puerto Príncipe, capital de Haití, donde falleció. Pero volvamos a nuestro Jaime. ¿Por qué existían los bandoleros, por qué en la sierra de Crevillent? La propia historia de Jaime, mitificada por la memoria popular, con la ayuda de Parreño, nos sirve como guía.
Labriegos, artesanos y militares desmovilizados se echaban al monte
Épocas convulsas
Nos encontrábamos en una época ciertamente convulsa, entre los siglos XVIII y XIX, con guerras, revoluciones, hambre, descontento y ajusticiamientos subsiguientes. Labriegos, artesanos y hasta militares desmovilizados y con el estómago vacío se echaban al monte, literalmente. La justicia de la época, si no tenías dinero en el bolsillo, tampoco ayudaba mucho; sendos enfrentamientos pasaron a ambos héroes populares, Curro y Jaime, al otro bando.
En el caso del crevillentino, la defensa de unos terrenos en los que trabajaba de cuidador, en Catral según unas fuentes, por Aspe según otras; por unos racimos de uva, especificaba el autor malagueño. Luego, quedaba pasarse al otro lado de la ley. Al final, podría hasta resultar comprensible, aunque conviene aparcar la imagen ‘robinhoodiana’ de los bandoleros. Los caminos se tornaron grave riesgo, y a la hora de la bolsa o la vida, cualquier faltriquera era buena.
Años después, ‘El Pellicoco’ replicaba mito y leyenda de Jaime
El contexto histórico
En España, se sufrieron episodios como la invasión napoleónica (1808-1814); el retorno a España del afrancesado Fernando VII el Deseado o el rey Felón (1784-1833), clausurando la Constitución (1812) de las Cortes en Cádiz y persiguiendo a sus defensores; la regencia desde 1833 a 1868 de Isabel II (1830-1904), más preocupada por los placeres que la política.
Por estos pagos, la defensa de los botines y la necesidad de huir de la justicia, especialmente tras fundarse la Guardia Civil, coincide quizá no tan misteriosamente con el arranque de las leyendas sobre duendes, trasgos y demás criaturas del averno pululando, tanto de día como, sobre todo, de noche por la serranía de Crevillent, compartida, entre otras localidades, con Aspe. El lugar ofrecía abundantes refugios para toda una tropa de bandoleros, si hacía falta. De hecho, los hubo.
Por la serranía
Se escondían en esta formación calcárea alimentada desde el Jurásico (hace entre 201 millones y 145 millones de años) al Mioceno (entre 23 millones y cinco millones de años), que sirvió de atolón vigía en la época íbera (siglo VI a.C. hasta su romanización), cuando el golfo de Elche, el Sinus Ilicitanus, era realidad. Por desgracia, la fama de Jaime nos hurta otras muchas biografías.
La propia historia del crevillentino le asocia al temible y temido El Zurdo, o la partida de los Mogica o Mojica (apellido muy del Levante, aunque de origen vizcaíno), que constan en varias crónicas. Años después, el aspense Tomás Cerdán Alenda, El Pellicoco, nacido en 1891, replicaba mito y leyenda de Jaime, y eclipsaba también a sus ‘compañeros’. Pero él sí se fugó, supuestamente hacia América, aunque posiblemente fue abatido a tiros, en 1925, en París; lejos de la sierra.