Con la barrilla se pueden conseguir mil y un milagros, dicen. Con cuidado, que su producto es cáustico. Pero para las islas Canarias y muchos lugares de la península ibérica, como Alhama de Murcia, Cartagena o aquí, en Santa Pola, ha sido fuente económica. En general asociada a los saladares o ambientes muy salitrosos, se convierte, una vez reducida a cenizas, en el principal componente de la sosa para la fabricación de blanqueadores, jabones y detergentes.
No deja de ser un producto agrícola, aunque en este caso no se obtenga de la misma forma que, pongamos por caso, las verduras, las frutas o los vinos. Santa Pola, durante mucho tiempo, ha tenido en la producción de sosa vegetal (también de las soluciones alcalinas generadas por el proceso de producción de la sal depósito a depósito) un importante asidero económico, aparte del propio cloruro sódico, la mar o el turismo.
La ruptura ecológica
Según Miguel Ángel González Hernández en su trabajo ‘La planta y el cultivo de la barrilla en Santa Pola (1494-1795). Un patrimonio natural’, “la combinación del clima, la vegetación, la fauna y una economía basada en la comercialización de una planta industrial como la barrilla, permitió sobrevivir a Santa Pola durante varios siglos”. Bien es cierto que su utilización iba a morigerarse con el tiempo.
“Solo con el crecimiento poblacional del siglo XX”, prosigue en este estudio para el ‘Congrés d’Estudis del Vinalopó’, de 2001, en Monòver, “se rompe el equilibrio ecológico y Santa Pola inicia una etapa económica distinta, basada en otro sector de la economía”. Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando citamos a la barrilla? En realidad, de un conjunto de vegetales abundantes por estos lares.
La barrilla permitió que Santa Pola subsistiese durante siglos
Sal y humedad
Según el diccionario de la Real Academia Española (RAE), la barrilla es una “planta de la familia de las quenopodiáceas, ramosa, empinada, con tallos lampiños, hojas blanquecinas, crasas, semicilíndricas, puntiagudas, pero no espinosas; y flores verduzcas, axilares y solitarias. Crece en terrenos salados y de su incineración se obtiene la sosa o barrilla”. Aclaremos que las quenopodiáceas son en realidad una nutrida subfamilia de plantas herbáceas.
El nombre viene del latín científico ‘Chenopodiaceus’, a su vez procedente de las palabras griegas ‘chḗn’ o ‘chēnós’, ganso, y ‘podós’, pie. Vale, son plantas propias de entornos donde hay sal y humedad, y donde suelen abundar las anátidas (patos, cisnes, gansos). Pero ¿qué es realmente la barrilla? Los barrilleros quemaban como tal la sosa (‘Suaeda vera’), la barrilla propiamente dicha, pero había más.
En las salinas existe un endemismo, especie propia, el ‘Limonium santapolense’
Varias hierbas
Por ejemplo, también se usaba el algazul o cosco (‘Mesembryanthemum nodiflorum’), el salicor, alacranera o sosa jabonera (‘Arthrocnemum macrostachyum’) o la soda (‘Salsoda soda’, hoy calificada como especie ‘vulnerable’). Ahora bien, ¿no existe más vegetación por estas tierras? Los paisajes más evidentes son las salinas, las dunas y la sierra de Santa Pola. En las salinas anotemos la existencia de ruppias (‘Ruppia cirrhosa’), además de un endemismo, una especie propia, el ‘Limonium santapolense’.
Y hay juncos como el candilejo (‘Juncus subulatus’) o el marino (‘Juncus maritimus’) por la zona arenera. La sierra y sus faldas, por su parte, además de los pinos (el género ‘Pinus’), incluyen acebuches u olivos silvestres (‘Olea oleaster’), enebros (‘Juniperus communis’) y multitud de matas como el romero (‘Salvia rosmarinus’) o el rabo de gato o rabogato (‘Sideritis tragoriganum’).
Un informe de 2003 anotaba solo unas doscientas hectáreas de huerta
La escasa huerta
Bien, ¿y la huerta? ¿Existe algo parecido siquiera a una vega en Santa Pola? ¿Al margen de los huertos urbanos, promovidos por el ayuntamiento y que salen por cincuenta euros anuales? En 1970, la superficie cultivada en el municipio resultaba más bien escasa. Del orden del veinticinco por cien. Se repartía en unas trescientas hectáreas (tres kilómetros cuadrados) para hortalizas y cítricos, y otras novecientas (nueve kilómetros cuadrados) para secano.
Este último apartado resultaba el más abundante, con algarrobos, almendros, cereales, olivos y vides, frente a la producción de alcachofas o tomates. ¿Cuál es la situación actual? Un informe de 2003 anotaba solo unas doscientas hectáreas (dos kilómetros cuadrados) dedicados a una huerta compuesta de hortalizas (alcachofas, brócolis, escarolas, melones), más cítricos (naranjas y mandarinas) y granadas. ¿Y en el contemporáneo?
Oficios desaparecidos
El último censo agrario consultable en el Instituto Nacional de Estadística (que teóricamente lo realiza cada diez años) es de 2009, también recogido por la Diputación. En él, se habla de 37 hectáreas (0,37 kilómetros cuadrados) dedicadas a cultivos herbáceos (cereales en grano, legumbres en grano, tubérculos para consumo humano y, sobre todo, cultivos forrajeros y hortalizas), más 96 dedicadas a cultivos leñosos (cítricos y frutales). La producción de sosa vegetal ya no entra ni en el capítulo testimonial.
La sosa cáustica comenzó a producirse desde la sal, por electrólisis (cuando se separan, gracias a la electricidad, los elementos de un compuesto), a partir del siglo XVIII, gracias al químico francés Nicolas Leblanc (1742-1806). En este mercado, no se registra participación actual santapolera, cuando entre 1367 y 1368, por ejemplo, se vendieron hasta 360 quintales de sosa. Pero al menos sabemos que lo de aquí no es un erial.