Aguamarina y Río Tajo: nombres de las sucesivas calle y avenida que, paralelas a la Mulhacén (separada de las anteriores por una medianera, de un kilómetro, salpimentada por palmeras), deberían unir, conurbar, a Rojales y Benijófar, un municipio que, al margen de esta excepción, parece elaborar un peculiar discurso colaborativo con localidades circundantes. Así, y entramos físicamente en los reinos del agua, el complejo hídrico compartido con Formentera del Segura. Un azud y una noria de agua forjada en hierro del XIX, réplica de la original, en madera, que comenzó a girar en 1659.
Benijófar (de Bani Ya’far, ‘hijos de Ya’far’, de ‘la perla’, cuando el lugar fue alquería musulmana) se encuentra inmersa en ese mar huertano que constituye la Vega Baja. El río Segura la bordea al norte, pero no se limita a mojar los cabellos benijoferos: irriga sus tierras mediante acequias, azarbes y demás, como la canalización de Alquibla (‘dirección’: hacia la que en tiempos muslimes rezaban los creyentes), 23 kilómetros que, desde tierras oriolanas, calman la sed también de Algorfa, Almoradí, Benejúzar, Bigastro o Jacarilla.
Las entrañas de la huerta
Hortalizas (alcachofas, brócolis, patatas) y frutas (especialmente naranjas, y otros cítricos), antaño incluso cáñamo, hasta secanos algarrobos, olivos y vides: la huerta, de arcillosos bancales, constituye la fuente económica principal, aparte de turismo, construcción y servicios. Un vergel que sembró platos típicamente vegabajenses como la olla viuda (verduras y embutido), cocido de pelotas (con sangre de pavo), arroz con conejo y serranas (caracoles)… Y de postre, buñuelos de calabaza, relentes, rollicos de agrio, toñas…
Tahúllas y tahúllas (cada una, la sexta parte de una fanega, de 1.185 m², a su vez divisible en ocho octavas, y cada octava en 32 brazas, 256 por tahúlla) saciadas por acequias como las cuatro principales: de Arriba, de Enmedio, del Moral y Pollera. Para el agua sobrante, el azarbe de la Landrona o Ladrona. Este paisaje nos va a acompañar en nuestra entrada al municipio, lleguemos desde donde sea; por ejemplo desde la autopista del Mediterráneo (AP-7), desde donde accederemos a la CV-940 (San Miguel de Salinas-Benijófar), que, enlazada mediante rotonda, se nos transmuta en la CV-920 (Bigastro-Rojales).
A solo 12 kilómetros de Torrevieja, está bien comunicada Benijófar. El vial que hemos tomado nos sumergirá en la realidad benijofera, primero en su casco urbano más veterano, y después, desde allí, a los otros tres grandes núcleos poblacionales de Benijófar: Benimar (compartida con Rojales, la de la medianera), Atalaya Park (conurba con la rojalera Ciudad Quesada) y Monte Azul. De los 3.427 habitantes censados en 2022, poco más de la mitad son de origen extranjero (1.722 frente a 1.705, un 50,3% y un 49,7%), sobre todo ingleses (903, el 52.4%).
‘Bakeries, hairdressers, supermarkets and shopping centers’ (panaderías, peluquerías, supermercados y centros comerciales): paisaje internacional con peculiaridades varias, como celebrar cada 27 de abril en el parque Cañada Marsá (volveremos a él) el Día del Rey de Holanda, el cumpleaños del monarca Guillermo Alejandro, y todo el mundo con su correspondiente prenda naranja.
La ciudad ‘vieja’
Pero entrábamos en el casco histórico de Benijófar. No tan veterano: el terremoto de 1829 (nos encontramos sobre la falla, fractura en la corteza terrestre, de Benejúzar-Benijófar, la que provocó aquel seísmo) desterronó mucho esta abandonada alquería sarracena (en 1587 hubo apocalíptico desbordamiento del Segura) que resucitaba a los comienzos del XVIII gracias a un privilegio alfonsino, típico del Reino de Valencia, que permitía fundar un poblamiento con solo 15 familias, que se repartían las tierras. Fue desde 1704 baronía y entidad independiente.
Plantas bajas o con un piso asoman a la carretera, que seguimos hasta la blanca fachada de la iglesia de Santiago Apóstol, de una sola torre-campanario con cupulilla de teja azul. El templo original sembró entre finales del XVI y comienzos de XVII, pero llegó el seísmo y tocó empezar de nuevo. Del antiguo santuario aún podemos admirar altares del XVI, el de la Dolorosa y el del Sagrado Corazón, y una custodia de cristal y plata más seis retablos barrocos.
Centro devocional del Benijófar semillado tras el terremoto, que tiene por santos patrones a San Jaime (se festeja el 25 de julio, con gastronomía propia, como la ‘patatá’, cenar patatas, más desfiles, y Moros y Cristianos, en un menú festero que, a lo largo del año, incluye, dentro de su interculturalidad, hasta ferias sevillanas o carreras de vehículos elaborados por la propia ciudadanía) y la Inmaculada Concepción (el 8 de diciembre). Nos permite, si giramos hacia la avenida Federico García Lorca, dejando la iglesia a nuestra derecha, introducirnos en el meollo más urbano. Algunas casas ganan alturas (una o un par más, tampoco es cuestión de arañar los cielos), adaptándose a un terreno que, eso sí, no es llano.
Plazas, placetas, parques
En el fondo, Benijófar está levantado en buena parte a las faldas de un cerro o cabezo, que al final, modernez ladrillar y chaletera tras otra, ha conquistado prácticamente. Por cierto que en la avenida descubriremos que lo de los viales paralelos con medianera ajardinada puede ser costumbre. El callejero, sembrado de jardines familiares, alguna que otra plaza (como la de la Inmaculada, junto al galáctico ayuntamiento y a la que saludan algunas viviendas, plantas bajas o pareados, con jardín a la calle) o parques como el de Miguel Hernández, con su pequeño pinar, invita al paseo.
En realidad, el municipio entero apuesta por el andar. La huerta circundante y la orilla del propio río que la alienta se encuentran preñados de senderos, como el camino viejo de Orihuela o, sobre todo, el de los Rafaeles, para vivir tranquilamente esta inmersión en la naturaleza, la domeñada por el ser humano y aquella que, de cuando en cuando, lo doblega.
Así, el área recreativa El Secano, entre el Segura y la acequia de Arriba, lindante con la vega benijofera, o el gran parque Cañada Marsá, de unos 125.000 m² (12,5 hectáreas), con lago incorporado y polideportivo más piscinas municipales adjuntos. Surgió del esfuerzo municipal y el de Hidraqua para el aprovechamiento de aguas residuales regeneradas y el agua de lluvia. Una vez más en la Vega Baja, alma líquida.