Aseguran las crónicas que el bueno de San Pablo o Saulo de Tarso (5-67), a la sazón ciudadano romano de origen judío y cazador de cristianos, fue interpelado por el mismísimo Dios y cegado durante tres días por una luz sobrenatural. La mítica incluso afirma que cayó del caballo, pese a que la ‘Biblia’ no menciona a ningún equino en el episodio. El caso es que Saulo se convirtió al cristianismo.
No tan espectacular, bastante más lenta y meditada, pero no exenta de ese trasfondo milagroso, resultó la conversión del gandiense San Francisco de Borja (1510-1572), quien de político y militar, en unos tiempos en el fondo tan convulsos como otros, pero bien dados a los ‘juegos de tronos’, pasó a jesuita. Hasta llegó a ser general de estos ejércitos digamos que espirituales.
El apóstol de Andalucía
Comenzó a suceder en 1539, cuando el ya exitoso noble, en su etapa llamémosla laica, integraba por orden real el cortejo fúnebre (durante un mes, en Granada) de Isabel de Portugal (1503-1539), emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, reina de España y Alemania y señora de los Países Bajos, quien falleció el 1 de mayo. En la ciudad andaluza, Francisco de Borja tuvo oportunidad de escuchar las prédicas de San Juan de Ávila (1500-1569).
El sacerdote asceta es (según la Real Academia Española (RAE), “persona que, en busca de la perfección espiritual, vive en la renuncia de lo mundano y en la disciplina de las exigencias del cuerpo”), de origen manchego (de Almodóvar del Campo, Ciudad Real), se había establecido por tierras andaluzas, hasta el punto de apodarlo “el apóstol de Andalucía”. A partir de ahí, a Francisco de Borja se le metió una idea en mente: si enviudaba, se haría sacerdote.
Comenzó a suceder en 1539, al escuchar a San Juan de Ávila
La base de una dinastía
El entonces poderoso Borja, futuro santo, procedía de una familia de las de bien rancio abolengo, que con el tiempo proyectó no menos notorios ramajes, como, según muchos historiadores, la dinastía de Borbón-Parma, mediante mixtura con los borbones. Los Borja o Borgia (en su versión italiana) semillaban en la celtíbera y parece que más real que mítica Borsau. Desde allí iban a emigrar hacia las orillas físicas y políticas levantinas.
Aún dicen que queda el aliento de los Borja en la zaragozana, aragonesa, Borcha, la antigua Borsau, el pequeño municipio de 5.054 habitantes según censo de 2022; pero iba a ser en Gandía (75.911 habitantes hoy) donde establecían la base desde la que lanzarse a la conquista de un buen cacho de Occidente. Y se comenzó a lo comercial, con la compra en 1485 de la mismísima Gandía.
Se le metió una idea en mente: si enviudaba, se haría sacerdote
Adquisición del ducado
Comandados por los Borja, las gentes gandienses vieron cómo aquellas tierras florecían, con una generosa huerta que incluso cosechaba caña de azúcar. Con aquella transacción, el rey Fernando El Católico (1452-1516), o sea, Fernando II de Aragón, saldaba una deuda con la ciudad de València, adquirida a partir de 1470, al actuar esta como intermediaria entre quienes financiaban los gastos regios (y que acabaron por nutrir una importante masa de rentistas).
La ciudad era garantía en ello, así que el setabense Rodrigo de Borja (1431-1503), ya poderoso por la época y mucho más al convertirse en 1492 en el papa Alejandro VI, le compra al rey las tierras. El monarca se libraba del asunto y los Borja incrementaban poder y posesiones. Rodrigo, además, debía proporcionarle tierras a sus muchos hijos, incluida Lucrecia Borgia (1480-1519).
Fue bisnieto de Rodrigo de Borja y de Fernando el Católico
De civil a religioso
En ese ambiente, nace Francisco de Borja un 28 de octubre, bisnieto de Rodrigo de Borja por línea paterna y de Fernando el Católico por la materna. Triunfó pronto, sucediéndose los cargos: I marqués de Lombai, Llombay o Llombai (1530); virrey (representante real) de Cataluña (1539); IV duque de Gandía (1542). Ejerció bien; como virrey, por ejemplo (hasta 1543), redujo el bandolerismo y saneó la administración pública. El prestigio le acompañaba.
Pero la prédica de Juan de Ávila le había ganado y, en la cúspide de su fama política y militar, padre también de ingente prole (ocho hijos, de su matrimonio con Leonor de Castro Mello y Meneses, 1512-1546), el mismo año en que enviudaba decidía tomar los hábitos. Los de la Compañía de Jesús (Societas Iesu, SI o SJ), fundada en 1534 por San Ignacio de Loyola (1491-1556).
La santificación
Movimientos correveidiles, envidias, el pasado familiar, conspiraron en su contra hasta el punto de tener que exiliarse durante una temporada. Se le llegó a acusar de luterano (o sea, seguidor del reformista alemán Martín Lutero, 1483-1546, quien rechazaba la autoridad papal), pero, a pesar de ello, su fama como hombre de fe resolvió a su favor.
Pese a su intención de llevar una vida de oración y retiro, por ejemplo componiendo (suyo es el drama litúrgico ‘Visitatio sepulchri, 1551), fue elegido superior o prepósito general, el tercero desde San Ignacio de Loyola, de los jesuitas, el 2 de julio de 1565, hasta su fallecimiento. Fue elevado a los altares en 1671, prácticamente solo un siglo después.