Pongámonos en plan lo que antes decían “cámara rápida” y veamos deslizarse la vida ante nosotros. Cómo los plegamientos tectónicos alzan y hunden montañas, o abren grietas de las que surge magma, lava. Y entonces comprobemos el panorama insular de nuestra Comunitat Valenciana. Cómo se formó, comprender cómo es. Porque no deja de resultar de lo más curioso y, si apuramos, hasta escaso.
Tenemos un archipiélago volcánico al norte, un florecimiento relativamente generoso en el septentrión de la zona sur y hasta, en el centro, frente a la mismísima capital comunitaria, el ansia de una ínsula que pudo ser. Pero para entender esta historia hemos de viajar antes un tanto. Nada, unos cuantos cientos de miles de años atrás, minuto más, semana menos.
Entre dos cordilleras
Empecemos por las fuerzas tectónicas, cuando dos cadenas montañosas confluyeron en esta zona hoy llamada Comunitat Valenciana. Al sur, la cordillera Prebética, uno de tres ramajes de las llamadas cordilleras Béticas (los otros serían la Subbética y la Penibética), que comenzó a formarse hace entre unos veintitrés millones y cinco millones de años, la llamada era Mesozoica. Une Cádiz con Alicante y a ambos, tras sumergirse, con la Tramontana balear.
Al norte, el sistema Ibérico, nacido en la burgalesa La Bureba y rendido poco antes de poder asomarse al mar Mediterráneo. Más o menos (o sea, millones de años arriba, miríadas de centurias abajo; nada en edades geológicas) nos movemos por parecidas fechas. El viejo macizo precámbrico (hace unos 570 millones de años) que constituía la Península Ibérica vivió de nuevo momentos agitados.
En estas tierras iban a confluir las cordilleras Prebética e Ibérica
Recuerdos acuosos
Las placas tectónicas (nosotros estábamos abonados a la Euroasiática) comenzaron un tira y afloja que literalmente nos ‘arrugó’, creando o recreando la orografía notoriamente montañosa en la que vivimos. En nuestras costas, por cierto, se daba un curioso fenómeno: prácticamente hasta los muros prebéticos e ibéricos, con un espolón hacia el mar por el norte alicantino, el Mediterráneo dominó estas tierras incluso hasta siglos después de los romanos.
La Albufera valenciana y sus 21.120 hectáreas (211,2 kilómetros cuadrados), las 2.387 (23,87 kilómetros cuadrados) de El Fondo y las 2.470 (24,7) de las Salinas de Santa Pola, estos dos últimos parques naturales en el Vinalopó Bajo, no son más que los restos, grandísimos, de dos colosales bahías: el Golfo de València (se le calculan 31.000 hectáreas, 310 kilómetros cuadrados) y el Sinus Ilicitanus (casi sumergía toda la Vega Baja del Segura y el Vinalopó Bajo).
Las Columbretes, volcánicas, surgieron hace unos dos millones de años
Relieve playero
Pero se trata de las dos grandes ensenadas. En la práctica, la hoy Comunitat Valenciana, menos en sus zonas montañosas, fue lacustre. Conforme se retiraban las aguas iban quedando unas peculiares lagunas o marjales que básicamente consisten en un núcleo acuoso, a veces rodeado de pantanales, más un cordón de arena, la restinga, para separar marisma y mar, en ocasiones comunicados.
Y por supuesto, playa frente a un mar abierto, sin escollos. Esto iba a perfilar un relieve suave, hoy notablemente turístico, con tres costas para disfrutar, la del Azahar (Castellón), la de València y la Blanca (Alicante), pero también bastante ayuna de islas ante la escasez de escarpes, de acantilados, que, al cabo, no son sino afloramientos rocosos de las montañas costeras.
Se proyectó crear una isla artificial frente a la Malvarrosa en 2007
Grandes y pequeños
Las más espectaculares se fraguaron en las calderas intraoceánicas: el archipiélago de las Columbretes (veinticuatro islotes), al este del cabo de Oropesa. Surgidas hace un par de millones de años, es fácil evocar las paredes de la caldera volcánica en la paseable Illa Grossa (isla grande), con su forma de herradura o bumerán. Castellón también goza de otra isla, un diminuto brote ibérico: la diminuta Illeta (islita).
Hay más de estas pequeñas muestras, ahora de origen prebético, como el javiense El Calo, de treinta metros, o la alfacina Mitjana (mediana), pero ya en la zona norte alicantina, extensión acantilada prebética, donde también abundan, en las Marinas Alta y Baja, islotes de cierta envergadura, como los javienses Portitxol (8,3 hectáreas) y Descubridor (2,5), o la isla de Benidorm (siete hectáreas). Ahora bien, frente a Santa Pola se encuentra la única habitada, Tabarca.
Espacios habitables
De 1.800 metros de largo y unos cuatrocientos de anchura máxima en la ínsula principal, l’Illa, la que posee pueblo, puerto, restaurantes y hasta hoteles, nos encontramos en realidad ante un pequeño archipiélago (rodean La Cantera, La Galera y La Nao, más los peñascos Escullroig o escollo rojo, La Sabata o zapatilla, Escullnegre o escollo negro, Cap de Moro o cabeza o cabo del moro, y Naveta). Este último afloramiento prebético finiquita el mapa isleño, salvo algún escollo torrevejense.
¿O no? En 2007 pudo haber una isla más en nuestras costas, frente a la Malvarrosa, cuando la sociedad Redis 6 presentaba un proyecto de ínsula artificial al estilo de las de Dubái. Isla Luna podría acoger hasta un millar de familias en viviendas de 300.000 euros mínimo. La ley de costas y la de protección del ecosistema marino frenaron las aspiraciones. Lo de las islas por ahora sigue en manos geológicas.