Arcilla o barro. Agua. Y luego cada cual su fórmula magistral, su alquimia particular. Siempre todo el oficio del mundo, sembrado, aseguran, en el XIII (en 1277 se referencia en el ‘Llibre de la Cort del Justícia de Cocentaina, 1269, 1275-1278, 1288-1290’), finiquitando la Plena Edad Media (desde el XI), aunque será el XIX cuando la cerámica de Agost (antaño Ahost) cobre tanta fuerza como para orgullosear la elaboración de alfarería tradicional que aún hoy, frente a la competitividad cuantitativa, que no cualitativa, del alfar industrial, impregna el vivir agostero o agostense.
Una pequeña ciudad de l’Alacantí fundamentada, como toca en terrenos arcillosos, entre áridos sustratos que ofrecen uva de mesa, almendras, hortalizas, olivas… Pero el entorno resulta más verdoso de lo que podría suponerse, gracias a iniciativas como el Parc o parque (infantil) del Rugló (del latín ‘rŏtŭlōne’: el pedrolo generalmente troncocónico usado en las almáceras para extraer el aceite, o el que chafaba espigas de trigo para separar el cereal de la paja, o que aplanaba caminos y eras). Aquí cada año se organiza la actividad infantil del ‘parque encuentado’.
Las esfinges
Buen sitio para vivir, trabajar o descansar. Producto de las laderas del Maigmó, limitado territorialmente por Castalla al norte, al este con Tibi y Alicante, también lindante al sur, y por Petrer y Monforte del Cid al oeste, el Agost actual (5.067 habitantes censados en 2023) fue poblándose por adición de caseríos (algunos hoy reabsorbidos por localidades contiguas), como Alabastre, El Campet, Escandella, Roget, Sarganella, Sol de Camp, Venta de Agost.
Pero el municipio esencial arranca bien lejos, allá por el Epipaleolítico (‘por encima del Paleolítico’), entre el 8000 y el 6000 a.C., a decir, que aquí la tierra habla, de los yacimientos arqueológicos diseminados por estos 66,64 km² (6.664 hectáreas) de superficie. En uno de ellos, el Camp (campo) de l’Escultor, unas obras en 1893 destaparon una necrópolis (cementerio) donde se hallaron dos esfinges de mediados del VI a.C., una de ellas hoy en el madrileño Museo Arqueológico Nacional y otra en el parisino Louvre; hay sendas copias en la antigua ermita de Sant Pere, ahora l’Ermita Centre d’Interpretació (centro de interpretación), museo que ocupa lo que fue templo fundado posiblemente en el XIII y abandonado tras la guerra civil.
Aspecto urbano
Caminémonos el lugar, al que podemos llegar, por ejemplo, desde la CV-820 (San Vicente del Raspeig-Novelda), vial festoneado por naves industriales, alguna bodega, venta de cerámica, arqueologías fabriles y paisajes donde se rodaron desde ‘El regreso de los siete magníficos’ (‘Return of the Seven’, 1966) hasta un anuncio para ACNUR de cuando la guerra de los Balcanes, y que plantó cementerio de utilería en el lugar. Aunque las arcillas quedaron esperando a que las hollara Arnold Schwarzenegger vestido de cruzado.
Tras dejar a mano derecha el polígono Castellans (Castellanos) y cruzar sobre el barranco Blanc (blanco), enfilamos al diorama de Agost, un tanto escalonado sobre un pequeño cerro. Agost fue de mano en mano, del ducado de Aurariola (Orihuela) a la municipalidad de Alicante ciudad, de la que se independiza en 1705. Ahora la población, pese a tamaño y habitantes, resulta sorprendentemente urbana (cobra sabor rústico conforme retrepa el alto que habita), y no solo en avenidas como la del Consell del País Valencià, la CV-827 (Agost-Maigmó) en su recorrido urbano.
Edificios de hasta unas cuatro alturas, aparte de la planta baja, en muchos casos con el telón de fondo de la sierra de los Castellans, a cuyas faldas creció la ciudad. Y más parques, aparte del Rugló, como el Emilio Payá (anexo a una activa Casa de Cultura), el Concepción Vicedo, el de la Lloma (loma), por donde se ubicó el ermitorio de San Ramón, y el del Lirainosaurus (lagarto esbelto), no porque aquí se encontrasen restos de dinosaurios, sino del iridio que depositó la caída del meteorito que los extinguió, hace unos 66 millones de años.
Huellas cerámicas
La huella alfarera, de barro blanco, se respira en las calles. El oficio quedó un tanto desatendido: perviven talleres artesanales, pero en 2023 solo cinco estaban abiertos al público. Menudean las placas con la leyenda “Aci hi havia una cantereria” (aquí había una alfarería, un obrador de cántaros), como con José Boix Ivorra (1831-1903, entre la calle de la Font y la calle de la Alfarería).
Y hay un Museo de la Alfarería creado en 1981 por la estudiosa alemana Ilse Schütz (1935) a partir del antiguo taller de Severino Torregrosa (1857-1919), operativo entre 1902 y 1975. Asoma a la calle Monforte, en la plaza de los Peones. Calles plenas de cultura de la cerámica y hasta rica oferta gastronómica (arroces, cocas de aceite, empanadillas de cerveza o vino, hablas hervidas, olla con trigo, ‘rostidora’ o asado… y empanadas de boniato, murcianos, rollos de anís…).
Visitemos el núcleo vivencial agostense, la plaza de España (del Ayuntamiento), con fuente de 1786, punto cero para recorrernos el casco antiguo. Paseemos por la calle de la Font (fuente) hasta el lavadero municipal (década de 1860), alimentado por la casi contigua fuente del Abeurador (bebedero,1699). Admiremos la parroquia de Sant Pere (San Pedro), XVI-XVIII, con dos cúpulas (una sobre la torre y otra sobre el tambor octogonal encima del crucero). Y dos portadas, una a la Virgen de la Paz (patrona, festejada el 24 de enero), del XVII, y otra al santo titular, del XVIII (29 de junio, con Moros y Cristianos). Cerca, por la calle Alfarería, la ermita (1821) de las santas Justa y Rufina, patronas de los alfareros (julio).
Abundan las celebraciones: como las Danzas del Rey Moro, entre diciembre y enero, quizá sembradas en el XV, como otras Festes (fiestas) dels Folls o Bojos (de los locos). O el inmemorial Día de la Vella (vieja), el 6 de marzo. Aunque en Agost, como en otras localidades, no todo termina en lo urbano: desde aquí nacen rutas senderistas y cicloturísticas, con puntos de interés como el Pont de l’Arc (puente del arco) y una antigua cantera municipal (hoy área recreativa) para alfareros con escasos recursos, “els terrers dels pobres” (los terrenos de los pobres). La alquimia se producía igual. Arcilla o barro. Y agua.