Entrevista> Manuel Avilés / Exfuncionario del Cuerpo de Instituciones Penitenciarias (Granada, 27-junio-1955)
La Vía Nanclares es uno de los procesos que más contribuyó a que ETA acabara implosionando desde dentro. En aquellos años de plomo, cada vez más presos etarras fueron aceptando colaborar con la Justicia y reinsertarse en la sociedad renegando así de la banda terrorista.
Precisamente uno de los grandes promotores de todo esto reside actualmente en Alicante. Hablamos de Manuel Avilés, funcionario estatal que regentó varios centros penitenciarios. Pasó varios años en Fontcalent, pero en 1991 se encontraba dirigiendo la prisión de Nanclares de la Oca (Álava) cuando consiguió que -por primera vez- unos etarras criticaran públicamente a la cúpula de su organización. Todo esto lo cuenta en su libro ‘De prisiones, putas y pistolas’.
Tres décadas después, ¿por qué cuentas ahora cómo se coció la Vía Nanclares?
Yo no tenía pensado escribir nada de esto. De hecho en su día me ofrecieron mucho dinero de varios medios de comunicación para contarlo, porque fue algo muy gordo, pero consideré que como funcionario ya estaba pagado por mi sueldo. Además confieso que cometí un par de ilegalidades… o tres. Así que tampoco iba a autoacusarme (risas).
Tuve la suerte u osadía de grabar a unos etarras, pero en realidad el ideólogo real era Antonio Asunción (entonces secretario general de Instituciones Penitenciarias, luego Ministro del Interior). Él fue quien tuvo la genial idea de encargarme realizar una dispersión de los presos, no por fastidiarles sino como modo de lucha contra la banda. Luego mucha gente se ha colgado medallas, cuando realmente la Vía Nanclares la inventó él… y yo fui el ejecutor en la trinchera.
Hace unos años fui a visitarle a la UCI cuando estaba ya ingresado por un cáncer de esófago. Antes de morir me dijo: “Manuel, esto tienes que contarlo porque lo que hemos hecho es historia de España”.
«Llegué a tener más escoltas que un ministro»
¿Qué consecuencias tuvo todo esto para ti a nivel personal?
Muchas. Ten en cuenta que esto fue un golpe inmenso a ETA en su línea de flotación. De hecho me intentaron matar, hasta el punto de que el CESID (actualmente CNI) me daba por muerto. Llevaba más escoltas que un ministro. Una vez incluso le quitaron protección al rey Balduino de Bélgica estando en Motril para ponérmela a mí. Yo les decía, “¿pero por qué tanta gente? si yo no soy más que un funcionario… un pringao”.
Por aquel entonces tenía una novia en Alicante a la que venía a ver los fines de semana. La pobre muchacha se asustó y me mandó al carajo. Con toda la razón, le alabo el gusto (risas). Recuerdo que cuando paseábamos los escoltas cortaban la calle y cacheaban a todos los transeúntes. Acabó hasta las narices de mí… normal. He estado cuarenta años jugándome la vida por este país y me he perdido muchas cosas.
«No me molesta ver a Bildu en las instituciones, yo mismo les proponía que hicieran eso en vez de matar»
Normalmente se suele identificar el inicio del fin de ETA con el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Tal vez se debería adelantar un par de años más, ¿no?
Por supuesto que lo de Miguel Ángel Blanco fue un crimen horroroso, pero eso es una mentira y una manipulación. Es algo que el PP sigue utilizando, cuando ETA ya no existe. Yo mismo, cuando hablaba con ellos en la cárcel, les decía “dejad de pegar tiros… y entraréis en las instituciones”. Así es cómo se hace en democracia.
Por tanto yo no puedo ahora hacerme cruces porque Bildu esté en las instituciones. Y eso que soy un perjudicado por este partido. Porque tengo una propuesta para llevar este libro al cine, pero ellos junto al PSOE y PNV me lo han vetado denegándome las autorizaciones para los rodajes.
No les interesa porque en esta historia hay dos héroes etarras que fueron Isidro Etxabe y Jon Urrutia. Cuando se atrevieron a largar de ETA, fueron etiquetados como traidores y expulsados. Lo curioso es que ahora los que están en ‘la crème de la crème’ eran los cagados de aquella época. Por ejemplo Otegi era el ordenanza y ‘Kubati’ era otro pringado.
«Ahora los que están en ‘la crème de la crème’ eran los cagados de aquella época»
¿Queda alguien más que pueda contar esta historia?
En realidad poca gente, la mayoría han fallecido ya. Recuerdo que hace un par de años me encontré a uno de mis antiguos presos por la playa de San Juan. Muchos etarras vienen a veranear por aquí. Él me reconoció, me llamó y yo pensé “supongo que no me va a pegar dos tiros”, así que me paré y acabamos tomando una cerveza. Me comentó que se había leído el libro y me felicitó por haber contado la verdad.
Ahora soy un abuelo anarquista que me da igual todo (risas). Nunca me han hecho un reconocimiento por todo esto o me han dado una medalla pensionada, pero tampoco me hace falta. En todo caso prefería que me mandaran un jamón y una caja de cervezas (risas). Sí que tengo que agradecer al exministro Juan Alberto Belloch por haberme dedicado un par de páginas en sus memorias que acaba de publicar.
Sospecho que tienes muchas más historias aún por contar. ¿Habrá más libros?
La verdad es que sí. Cuando me sacaron del País Vasco porque me querían matar me mandaron a inaugurar la cárcel de Picasent, donde me tocó dar la cara por el crimen de Alcasser en los medios ya que encontraron entonces los cadáveres de las niñas. La verdad que no he tenido un destino tranquilo.
Ahora voy a publicar una novela antropológica llamada ‘357 Magnum’, que la presentaré el 26 de abril en el Casino de Alicante. Por supuesto he cogido cosas de mi vida, incluso de mi infancia cuando me crié en un internado religioso con una educación muy represora.
El protagonista es un subdirector general de Interior que viaja desde Alicante a León, en tren, para verse con un moro que se ha ofrecido a infiltrarse en los grupos islamistas radicales de las cárceles. En este trayecto conoce a una mujer más joven que trabaja de cardióloga en el Hospital General de Alicante. Entre ellos surgirán muchas cosas.