Entrevista > Quique Aguado / Profesor de Educación Física (Picassent, 22-noviembre-1978)
No hay nada más bonito que ver sonreír a un niño, como consigue todos los días Quique Aguado, uno de los creadores del Club Deportivo La Fila, que acoge chicos de tres a dieciocho años y les brinda, aparte de una actividad deportiva, disciplina, orden y bienestar social. “Les hemos enseñado que hay otra vida, más allá de delinquir”, expresa.
Profesor de Primaria de Educación Física, confiesa que durante toda su vida ha sido muchas más cosas: monitor, animador juvenil -payaso en comuniones, por ejemplo- o tutor de ‘boy scouts’ en su Picassent natal. “Siempre he estado vinculado a las actividades de tiempo libre y lúdicas”, agrega.
Donde caben todos
Le encanta, como no podía ser de otro modo, todo lo relacionado con los infantes, y en 2017 entró a formar parte del Colegio La Fila. De la mano de su directora, Lluisa Oliver, iniciaron un proyecto que ha ido creciendo, desvinculándose dos años después del propio centro escolar. “Sí empleamos sus instalaciones, y estamos profundamente agradecidos por ello”, asevera.
Cuentan en la actualidad con alrededor de 150 chicos, incluyendo jóvenes autistas o con síndrome de Down, todos ellos plenamente integrados, “porque nuestro objetivo, nuestra meta, no es ganar partidos, sino educar y formar personas”.
«En el segundo año de prácticas descubrí de verdad mi gran pasión: estar con los pequeños»
¿Cuál es tu formación?
En un principio mi deseo era el de ser preparador físico, pero no me llegaba la nota, e hice Magisterio en Educación Física, con la idea de enlazar con la otra carrera. Pero en el segundo año de prácticas me di cuenta hasta qué punto me gustaba lo que estaba haciendo.
Descubrí entonces mi vocación, que es estar con los pequeños y hacer cosas con ellos. Es verdad que ya la venía desarrollando tiempo atrás, aunque como afición, no a nivel profesional.
¿Cómo surge la opción de fundar un club deportivo?
Debido a mi condición de maestro interino, he estado rodando por muchos colegios desde 2002, haciendo muchas funciones diferentes, siempre en la Comunitat Valenciana. En 2017 llegué al centro La Fila, en Alfafar, y conocí a una directora -Lluisa Oliver- que tenía inquietudes en cuanto a la educación física.
Me comentó que esa actividad había estado muy estancada (repetitiva) durante años y, como a mí me agrada moverme y dejar huella en los sitios, nos pusimos manos a la obra. También me gusta aquello de dar y recibir; si no es así, prefiero irme a otro sitio.
¿El club primero estaba vinculado al colegio?
Sí, los años iniciales. Finalizado el primer curso aprecié la realidad del lugar, con muchos chicos que después estaban vagando por las calles -posiblemente fumando, bebiendo…-, sin ningún tipo de ocio por las tardes.
Lluisa y yo lo hablamos, y nos apoyamos en otros dos monitores que tenían inquietudes parecidas, Alejandro Domènech y Salva Torres. Remarcar que Alfafar, aparte de contar con un polideportivo, no poseía ninguna actividad deportiva vespertina más allá del equipo de fútbol, taekwondo o deportes federados.
«Nuestro proyecto se fundamentaba en algo tan básico como hacer deporte»
¿Ahora ya no depende del centro?
Exacto. Fuimos desvinculándonos del colegio progresivamente, aunque nos permiten utilizar sus instalaciones, y les estamos profundamente agradecidos. Nacimos, eso sí, como una extraescolar y precisábamos de unos recursos, porque uno de nuestros objetivos siempre fue que fuera abierta a todo el público.
En este sentido, ¿os llegaban chicos rebotados de otros colegios?
¡Por supuesto! Venían niños que estaban en el equipo E de fútbol y nos decían que estaban siempre en el banquillo o no iban ni convocados. Pensé entonces “¡qué mal hacen las cosas!”. Otros nos comentaban que no disponían de los cien euros que les costaba todos los meses la actividad.
Buscamos a partir de entonces una herramienta en la que todos pudieran participar, integrándolos. Pedimos un proyecto de innovación a la Conselleria de Educación, como colegio.
¿Y cómo fue la respuesta?
Les encantó y, de hecho, nos llamaron ¡para felicitarnos!, al ser tan diferente a los otros proyectos que les llegaban, muchos de ellos de robótica y futuristas. El nuestro se fundamentaba en algo tan básico como hacer deporte, sacar a la gente de la calle y hacerla partícipe de una entidad social.
«Ya no pertenecemos al colegio, aunque sí utilizamos sus instalaciones, que agradecemos»
Parecía una iniciativa más de los ochenta o noventa.
Sí, y eso a Conselleria le fascinó. Nos dieron una pequeña cantidad de dinero -entre 2.000 y 3.000 euros- para continuar el proyecto, que para nosotros ya había iniciado. Teníamos en ese momento también la subvención de la escuela y se unieron a nosotros la Asociación de Madres y Padres de Alumnos (AMPA), la Asociación de Comerciantes de Alfafar y alguna otra entidad.
Fue el momento que creamos el actual Club Deportivo La Fila, en 2019, independientes del colegio, pero físicamente en él. De esta forma le da vida al centro -que por las tardes estaba desierto- y le da cobijo a la gente de esa sociedad.
¿La Fila acoge a chicos de cualquier ámbito?
Efectivamente. Primero empezamos a nivel escolar, atrayendo a todos los niños a los que era necesario sacar de un núcleo familiar conflictivo o con escasos recursos, abriéndoles las puertas a todos, por supuesto, para alejarles de la ‘gentuza’.
Debemos tener en cuenta la realidad social que tienen esas personas, algunas con problemas muy serios y que, si no fuera por nosotros, serían susceptibles de acabar en prisión. En nuestro caso, los chicos que tenemos de dieciocho no son nuevos, sino que son los mismos que empezaron con doce.
¿Eres consciente del bienestar social que realizáis?
En parte sí. Detectamos ciertas carencias en un barrio o población y vemos que nadie hace nada. Poco a poco, con pequeños recursos y ayudas comenzamos a hacer esta labor, siendo sabedores que hemos perdido mucha gente por el camino.
No soy, ni mucho menos, un mesías, porque ni de lejos he salvado a toda la población. Hemos socorrido y salvado a los que se han dejado. No sé si hemos llegado a salvar vidas, pero sí hemos permitido que ciertos chicos vean la vida de otra forma, que hagan algo bueno y positivo, más allá de delinquir.
«Tenemos una herramienta en la que todos los chicos, integrándolos, pueden participar»
¿Qué opinan los propios vecinos de Alfafar?
Se trata de un pueblo que está muy desligado de nuestro proyecto, al menos es como lo veo yo, que no soy de allí. Nos está costando mucho que la gente vea todo el trabajo que estamos haciendo, en parte por falta de comunicación o difusión, donde debemos mejorar.
No aprecio la cultura del mecenazgo que sí existe en otras localidades, en las que pequeños comercios siempre ayudan con, por ejemplo, treinta euros al año.
¿Los chicos pagan una cuota?
Así es, porque si no sería totalmente inviable. Además, desde un primer momento vimos que quien no pagaba, lo dejaba. De este modo valoran mucho más las instalaciones, el proyecto en sí y la actividad que realizan.
Curiosamente, cuanto menos pagaban, menos éxito teníamos; no a nivel económico, sino de asistencia y compromiso, tanto de los chicos como sus familias. Cobramos primeramente cinco euros al mes, algo simbólico para estar federados y completar dos entrenos a la semana y un partido el finde.
¿Fue positivo en esos inicios?
Para nada, ¡fue un desastre!, porque las familias se despreocupaban de cómo ir a los partidos y debíamos organizarnos en varios coches. Son, además, familias de etnias diferentes y que en absoluto están acostumbradas a hablarse entre ellas por el bien de los chicos, para ir todos hacia adelante.
«Los chicos que tenemos de dieciocho no son nuevos, sino que son los mismos que empezaron con doce»
Hoy en día, ¿cómo es esta situación?
Infinitamente mejor. Ahora simplemente les debo anunciar el día, hora y lugar del partido y asisten sin ningún problema. Las propias familias se organizan, pero ha sido un proceso largo, tedioso, constante…
Actualmente cobramos las cuotas anualmente o cada trimestre -130 euros total-, y eso nos ha permitido crecer mucho más. La media es de trece euros al mes (son diez los que estamos abiertos), que no deja de ser poco.
¿Qué actividades lleváis a cabo?
En primer lugar, hacemos una merienda saludable, que la trae cada uno de los chicos y está funcionando bien, a excepción de casos que me dicen “ya he venido merendado”, y posiblemente no sea la que sugerimos que es más acorde a la actividad deportiva. Nosotros les indicamos que, al menos en el club, se guarden unas pautas; al final es un tema de educación.
A las 17:30 empezamos los entrenamientos, de baloncesto o fútbol sala, porque el voleibol, que queremos impulsarlo, va a ser mucho más complicado que lo logremos.
Contáis con chicos en sillas de ruedas.
Se trata de un tema nuevo al que queremos darle forma, ayudados por el Club Sense Barreres. Hemos empezado este año, con algunas reuniones -y más que se celebrarán- con otros clubes de los alrededores, para iniciar una liga el curso que viene, con árbitros, federados…
Pero este deporte adaptado no está destinado a personas con discapacidad, sino para que todos nos adaptemos a la discapacidad.
«No nos importan los resultados deportivos; lo relevante es educarles y formar personas»
¿Habéis ganado ya algún torneo?
El año pasado el cadete de fútbol sala -que son los chicos que comenzaron con nosotros con doce años, como decía- llegaron a la final provincial, siendo derrotados 4-3. Perdimos, en parte, porque ese partido no teníamos al portero titular, lesionado en las semifinales.
¿Cómo aprecias la inclusión social?
Mal, pero en ese ámbito nosotros hemos conseguido muchas cosas. Posiblemente con los que más nos cuesta es la etnia gitana, porque no les gusta mezclarse con otros, en el tema del transporte, por ejemplo. Entienden que en el coche deben ir con familiares, sobre todo por una cuestión de protección o lo que ellos entienden por protegerse.
¿Les has enseñado, sobre todo, disciplina?
Sí, el orden, la disciplina, el saber comportarse es una máxima de nuestro club, que se compone principalmente por docentes. Creemos mucho en la pedagogía, en crecer tanto deportivamente como a nivel personal.
Poco nos importan los resultados de los partidos. Lo hace mucho más la educación de los chicos. Obviamente, dentro de la cancha, intentamos competir y ganar, sabiendo que eso no es lo más relevante. El fin del club no es ganar, es educar.