Agua. Estas tierras siempre necesitan de ella. De hecho, las concurrencias atmosféricas actuales no han hecho sino acelerar, apelotonar, un ciclo recurrente por estos lares desterronados o empapados con los vaivenes de vientos, nubes o sus estacionales ríos. Puro clima mediterráneo seco. Se trata de “adaptarse o morir”. Y por eso ya apareció muy pronto, de forma natural y de aquella manera, lo más parecido al actual concepto de sostenibilidad.
Vivíamos-dependíamos de la agricultura, de la caza, de la pesca: si se nos secaban las fuentes, como que no aguantábamos. No hubo más remedio que generar, paso a paso, siglo tras siglo, una civilización y luego otra, una serie de tecnologías que permitieran depender de la naturaleza de manera que esta no se nos agotase. Aquellas que aquí definimos como arquitecturas del agua.
Una exposición
La exposición ‘Arquitectura del Agua’, a cargo del Instituto de Cultura Gil-Albert, de la diputación alicantina, que arrancaba en su sala de exposiciones de entonces en Alicante ciudad, en la calle Mayor (aquí, del 28 de abril al 17 de mayo de 1998), nos puede servir bien como inspiración para descubrir esta sostenibilidad de simiente fundamentalmente muslime. Sin despreciar las iniciativas anteriores, íberas, fenicias, romanas (de las que también beberían los árabes).
El equipo de aquella muestra, que incluía al antropólogo ilicitano Manuel Oliver Narbona, el historiador Mario Martínez Gómiz, entonces profesor en la Universidad de Alicante (UA), o la monovera Inmaculada Vidal Bernabé, catedrática de Historia (en la UA), la dividió en nueve apartados: acueductos, norias y molinos, baños, depósitos y balsas, pozos y aljibes, aguamaniles y pilas bautismales, fuentes urbanas, depósitos de nieve, más lavaderos.
Vivíamos-dependíamos de la agricultura, de la caza, de la pesca
La simiente íbera
Norias y molinos, y además depósitos de nieve, ya se asomaron con mayor profundidad desde estas páginas, pero hay también todo un legado de aljibes (hasta en el nombre: del árabe hispánico ‘al-Gubb’, la fosa, depósito o cisterna), fuentes (del latín ‘fons’, principio de algo o luego, por extensión, que brota de la tierra) y baños (del latín ‘balneum’, a su vez del griego ‘balaneion’, que procede de ‘valo’, echar fuera, y ‘ania’, aburrimiento o cansancio).
Al principio aquí hubo íberos. Que no se trataba de ninguna etnia ni nada parecido, sino de una especie de gentilicio, tipo los habitantes de Iberia. Y se especificaba aún más: íberos ilercavones (entre lo que hoy son las provincias de Teruel, Tarragona y Castellón), edetanos (también en Castellón y casi dos terceras partes de la valenciana) o contestanos (la actual provincia alicantina, además de parte de València, Albacete y Murcia).
Aunque guerreros, los íberos fueron hábiles comerciantes y muy adaptativos
Adaptando culturas
Aunque eran guerreros, también fueron hábiles comerciantes, y por ello muy adaptativos. Como con la cultura romana, cuando el Imperio desembarcaba por nuestras costas en el 218 a.C. y permanecía aquí hasta principios del siglo V, con el arranque de la Edad Media (hasta el XV), aumentaba el radio de acción de nuestros productos, en una economía basada en el agro, la pesca y la ganadería.
Para cuando llegó la cultura árabe, en el VIII, la célebre trilogía mediterránea, con cereales (trigo y cebada), olivos y vides, ya había arraigado. Los muslimes, hábiles traductores de los tratados clásicos y adaptadores de lo existente, la perfeccionaron. Y aquí llegaban las primeras grandes arquitecturas del agua. Así, bancales (‘manqala’, espacio de tierra para el cultivo), acequias (‘sāqiyah’, irrigar) o azarbes (en árabe hispánico, ‘assárb’, y en el clásico, ‘sarab’, cloaca).
La cultura árabe, forjada en climas más secos, adoraba el agua
Tecnología hídrica
Volviendo a los bancales: esos ‘manqala’ se referían originalmente a terrazas para cultivo, y eso es lo que hicieron, apuntalándolas con muros de piedra seca (sin argamasa), una técnica que, por cierto, ya habían desarrollado los íberos, por ejemplo para los ‘chozos’ (chozas de piedra) de la sierra de Crevillent. Esta técnica constructiva fue declarada en noviembre de 2018 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
¿Y por qué se hacía todo esto? Bien, el concepto de sostenibilidad (equilibrio con los recursos del entorno) no era el mismo entonces que el actual, pero en el fondo hablamos de lo mismo. Para ello, se trabajó sobre lo existente, y se enriqueció: así, aparte de las presas (del latín ‘prensa’, participio de ‘prendĕre’, atrapar), se añadieron los azudes (del árabe hispánico ‘assúdd’, a su vez del árabe clásico ‘sudd’, dique).
Entre ríos
Los árabes dejaron así, por estas tierras levantinas, muy especialmente bordeando nuestros ríos, como las riberas del Segura, el Vinalopó y el Verd-Montnegre-Sec, un sistema de irrigación que más parece, aún hoy, puesto que sigue en activo (modernizándose, puliendo ramales, abriendo nuevos), un sistema circulatorio. La muslime clásica fue una cultura forjada en climas aún más secos, y que quizá por ello adoraba el agua.
Ya no existe estrictamente la figura del zabacequia, aún presente en muchas localidades del Magreb (Argelia, Libia, Marruecos, Mauritania, Túnez y Sáhara Occidental), 24 horas al día, semana tras semana, encargado de cuidar estas venas y arterias de agua, pero sigue habiendo responsables de ello. Continúa siendo necesario para ese tácito y veterano contrato entre las personas y la tierra.